GR92

Paseo por la sierra de l’Obac y comida de «GerManor»

Desfile hasta el Parc Audiovisual.
Poco antes de las ocho de la mañana, un reguero de vehículos transita en dirección al antiguo Hospital del Tórax (hoy Parc Audiovisual). Si el hecho aconteciera décadas atrás —cuando la mayoría de nosotros éramos niños—, tal vez podría deberse a un desfile de «sanos» que van a visitar a los enfermos allí encerrados, pero, dada la modernidad de las máquinas, la hipótesis queda descartada de inmediato. Si nos retrotrajéramos a otra época, los iluminados jurarían que se avecina un encuentro ufológico de adeptos a Uri Geller, aunque yo discrepo, pues al comer hoy de restaurante dudo que nadie lleve cucharas para doblar. Tal y como está el patio, es factible que se trate de una panda de jubilados dispuestos a adentrarse en el mundo audiovisual: ya sea en el de la interpretación escénica, en el del cultivo de la voz, en el del baile desenfrenado o, simplemente, contratados para aplaudir en un concurso televisivo a cambio de mísero sándwich de chóped. Sea como fuere, al desperezarse la mañana de este sábado 16 diciembre del 23, y comprobado el atavío de los presentes, me decanto porque el grupo se haya desplazado hasta allí parar dar un garbeo por las inmediaciones. ¿Serán capaces de completar el recorrido sin perderse?

Rumbo al Llac Petit.
Tras estacionar los autos a conciencia, por las puertas de estos va emergiendo una vomitera de caminantes vestidos con ropaje coloreado, gorro a la cabeza, pies embotados, mochila, bastones y unas desaforadas ganas de hablar. Vista la efusividad con la que todos se saludan, diríase que hace siglos que no se ven, cuando la realidad dice que apenas han transcurrido unas semanas desde que se despidieran con idéntico énfasis. ¡Enigmas de la vida que nos tocó vivir!
A la orden de don Ortega, la turba pone rumbo al oeste cuando nuestro primer destino está en dirección norte. ¡Imponderables de GRManía! Siempre errantes cual alma Machadiana. Para sorpresa general, el LLac Petit presenta un aspecto nada acorde con la sequía que nos atormenta. ¿Será que el monstruo, que algunos dicen habita en sus aguas, habrá heredado los poderes de Zeus? Si transitáramos por los meses veraniegos, apetecería a darse un baño, pero como el calendario afirma que estamos en invierno (aunque el clima lo niegue) pasamos de largo, pues hay quien asevera que «del agua fría huye el viejo, como del galgo el conejo». Entiéndase esto último como roedor campestre.

¿La Font de la Bardissa?
Una vez olvidados los placeres banales, cual bullidora serpiente multicolor, nos adentramos por una angosta senda en pos de la Font Bardissa. ¡Ja! Ja! ¡Ja! Los que ejercemos de agnósticos, dudamos que allí jamás haya habido fuente alguna. ¿Fuente de qué? ¿De polvo? No intentaré aclarar este último vocablo y, menos aún, viendo cómo se halla el terreno de deshidratado y la polvareda que levantan 46 pares de pies al arrastrarse por el suelo como si pertenecieran a un rebaño envejecido. En definitiva: ¿Qué fuente ni que gaitas, si aquí no hay atisbo de manantial, caño, balsa, reguero ni el menor rastro de humedad? ¡Suerte que me traje la cantimplora llena de casa, que si pensaba rellenarla en este desierto!

El Canal de la Font de l'Oliva.
Una vez dejado atrás el engaño acuático, avanzamos por el Canal de la Font de l’Oliva. Otra patraña más de los organizadores. No sé qué entenderán ellos por canal, si «el cauce artificial por donde se conduce el agua para darle salida y otros usos» o «la parte más profunda y limpia de la entrada de un puerto». Conforme a estas dos acepciones, está claro que en el momento y el lugar en el que nos encontramos ninguna de ellas nos atañe, pues este Canal no conduce ni una gota de agua desde tiempos remotos y la última limpieza (tierra sedienta, piedras ajadas, ramas caídas, matojos secos, árboles muertos, hojarasca, pinaza y otros desechos) debió de ejecutarse por última vez en los tiempos de Tutankamón. De la Font, ¡para qué hablar! Tal vez, a lo que sí podríamos aferrarnos sería lo de la Oliva, pero eso… mejor para más tarde.

Por el Collet de Can Roura.
Después de hora y media de dar vueltas y vueltas sin parar, por fin una certeza en nuestro deambular. Alargados cual Pitón reticulada, enfilamos a paso de tortuga o de «jubilado», como mejor gustéis, el Collet (nunca mejor dicho lo de collet, ya que se trata de una subida exigua en kilometraje y tan placentera que apenas requiere esfuerzo alguno para los GRmanos). Lo que tampoco queda demasiado claro es lo de Can Roura, pues hasta el momento hemos visto encimas, pinos, romero, boj, acebos, madroños y otras plantas varias, pero ni la sombra del roure. ¡A no ser que el roura enraíce en la parte más alta de la montaña!

El Mirador de Roques Blancas.
Hacia las diez de la mañana ascendemos hasta el Mirador. Para los ingenuos, como yo, ¡nueva decepción! La loada atalaya no es más que un bancal a modo de merendero desde el que se divisan lugares de sobra conocidos por todos: el Parc audiovisual abajo, Egara al frente, la babélica B-40 y Montserrat al oeste, el Tibidabo y el Mare Nostrum al sur, los de la «mala pell» al este y una colina a nuestra espalda. Con pesadumbre, doy por bueno que este lugar sea el que ellos llaman el Mirador, aunque por más que he buscado y rebuscado no he hallado ni rastro del tipo que se dedica a mirar con descaro, o sea que… ¡A otro chucho con ese hueso que conmigo no cuela! Pero no acaba aquí la cosa, no, pues de las Rocas Blancas, pues más de lo mismo. Es decir: nada de nada, ni Rocas ni muchos menos Blancas. Bien es verdad que sí se localizan varios pedruscos geométricos de tamaño considerable diseminados por la explanada a modo de asientos y mesas para que los domingueros acoplen sus nalgas y den cuenta de la tortilla acarreada desde casa, pero como bien sabéis, estas piedras tienen de blanco lo que yo de monje. ¡Como mucho compartimos la cara dura!
Mira por donde, aquí sí cobra realidad una de las cuestiones antes aparcadas: la de la Oliva. El hecho de que uno de nosotros lleve un bocadillo de atún con olivas y otro las ofrezca a los que tiene a su alrededor, es suficiente para confirmar que, por fin, no todo está aliñado en torno a las patrañas. De lo contado hasta aquí y de lo que aún queda en el tintero, quede claro que nada tiene que ver con la ingesta del vino de la bota, pues solo he dado un mísero trago. Tiempo atrás, el doctor me aconsejó dejar el alcohol y he vuelto a la Mercromina para curar las heridas, ¡las de la piel, que el desinfectante y el estómago no casan bien!

Camino del Collet de l’Ós.
Con el tocino rebullendo en las panzas, partimos peras con los que se creen más fuertes, dividimos la tropa en dos y reanudamos la marcha: ellos, ufanos, a paso ligero y prestos a coronar mil cotas; y nosotros, más panchos, de paseo y dispuestos a dar mil vueltas con tal de minimizar cualquier subida que nos lleve al jadeo o a la sudoración excesiva. ¡Sufrir es de necios y correr de cobardes!
Convencidos de que la sabiduría de nuestro proceder es la idónea, afrontamos en fila y con calma la subida a otro Collet, en este caso el de l’Ós. Un reto más que, ahora sí, al cumplirse solo en parte nos llena de «orgullo y satisfacción». No para emular al «emérito», ¡líbrenos Dios!, ni porque el coll haya derivado en collet, para gozo general, sino porque, de haber aparecido el oso, no quiero imaginarme a esta panda (grupo, que no oso) de viejos huyendo en desbandada del omnívoro.

Unas rocas bien Foradades.
A salvo de plantígrados y otras bestias (aunque a riesgo de toparnos con una piara de jabalíes, con sus rayones, dispuesta a enseñarnos los colmillos) nos encaminamos en calma hacia otro de los enclaves previstos en la jornada que echará el cierre a este sediento 23. Próximos al destino, nos cruzamos con los correcaminos del grupo A, que huyen de nosotros como si les llevara el diablo. ¿Tan feos somos los del grupo B? Minutos después, al reagruparnos, vemos por fin un atisbo de veracidad en la jornada. ¡Ya era hora! ¡Les Foradadas! Estratos formados por varias capas de depósitos en lo que siglos atrás fuera el lecho de un mar, ahora inimaginable, a los que el tiempo y las condiciones atmosféricas han ido labrando hasta horadar las míticas cuevas y dar la forma a esa mole rocosa que los amantes del riesgo se empeñan en escalar.

La Moleta y el Turó de Les Pedritxes.
Luego de hidratarnos y platicar un rato sobre las cuitas del lugar, volvemos a la senda. El grupo B dispuesto a cerrar el círculo en pos de La Moleta y el Turó de Les Pedritxes, y el A, con destino a l’Obac, para alargar unos kilómetros más la etapa, aplacar su afán por coronar cimas y ansiosos por llegar a la meta los primeros. El trayecto hasta la Moleta no presenta dificultad y molan las vistas que esta nos regala en sentido norte: El macizo de Sant LLorenç, La Mola, El Montcau, El coll d’Estenalles, Matadepera, Les Pedritxes…
Con los pulmones oxigenados, el corazón henchido y la sonrisa por bandera, retomamos la senda que conduce al Turó de Les Pedritxes. Sabedores de que todo lo que sube, baja, pasamos de largo, ¿para qué subir si luego habrá qué bajar?

De vuelta por el Collet de l'Àliga.
Según avanza el día, el sol calienta y nos sobra la ropa de abrigo. El ritmo de la marcha es tan pausado que te puedes permitir el lujo de desvestirte y hasta liberar la vejiga, cosa que en otras etapas sería un suicidio. Como me temía, del Collet sí que hay evidencias, pero de l'Àliga… ¡Ni está ni se le espera! Mas… ¡ríete tú de lo vivido! Por increíble que parezca, lo esperpéntico está por llegar.

Bajando por la Diagonal.
Nada más dejar atrás a la rapaz imaginaria, nos adentramos en la pista forestal para acometer el descenso que nos llevará hasta la meta. Es aquí cuando debo pellizcarme al oír decir a uno que vamos por la Diagonal. ¡Santo cielo! Cierto es que hoy es sábado, pero no veo yo el DeLorean que nos haya transportado al S. XIX. ¿Dónde está el asfalto, los edificios, los semáforos, el tráfico infame, las prisas de la gente, el humo envenenado, el ruido estridente...? ¡O no me he enterado o alguien empina de la bota más de lo debido! Tal es mi confusión, que me lanzo en estampida, junto a otro GRMano, hacia la meta hasta que unos gritos nos advierten de que vamos por mal camino. ¡Aquí está la pérdida!

«Sobremesa» en el Parc Audiovisual.
De manera excepcional, a la hora prevista, sanos y salvos, nos reencontramos todos en el aparcamiento y damos por concluida la caminata. ¡Venga a comer!
Lo que acontece en el Restaurante durante la comida sí que es digno de un Parc, no sé si Audiovisual, de humor, de terror o de simple ineptitud. Eso sí, al tratarse de algo que no depende de nuestras dotes organizativas ni de nuestra voluntad, mejor pasar página e incidir en lo bueno, que lo hay y mucho. Entre los pros conviene recordar que todos pudimos acceder al recinto sin problemas; que el espacio asignado para el ágape era cómodo y espacioso; que la comida estaba bien cocinada y era apetitosa; que tuvimos tiempo «de sobra» para liquidar las luminetas y el menú; que cuadraron las cuentas; que gracias a la pericia de la «Metre Anna» acabamos servidos; que por mor del papelito, nadie se comió lo del otro; que gozamos de una sobremesa dilatada en tiempo en la que pudimos hablar, cantar, reír y casi llorar; que constatamos que Paco sigue manejando a la perfección el arte de la zimbomba ¡qué enviada tal dominio!; que nadie perdió el pase y todos pudimos abandonar el lugar sin problemas; que no nos perjudicó el vino, pues nos querían cobrar 26 botellas por el morro. En definitiva, que lo organizado por nosotros salió perfecto, de lo Restaurante, ¡que piensen ellos! No es norma de GRManía pregonar las carencias de otros.
En cuanto a las contras, quizás obviarlas, ¡de nada sirve la flagelación!, solo recordar que algunos comieron Lluc en vez de LLuç; otros pastates en lugar de patatas; las Núria pasaron a llamarse Núrias; y otras lindezas que me atañen.

¡Ah! Si alguno echó en falta lo referente al esperpento poco antes mencionado, que profundice en la lectura. ¿Acaso hay mayor esperpento que esta crónica?

©Moisés González Muñoz
Terrassa, 29 de diciembre de 2023.
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Romance a GRManía, entre Tossa y LLoret.

Son las seis de la mañana
y GRManía está en danza,
con la luna por sombrero
y la mochila a la espalda.
Pasos, aún entumecidos,
surcan aceras calladas
a la luz de las estrellas
que nos guían a la parada.
Todos los que madrugaron
impacientes, allí aguardan,
y se remueven inquietos
por quienes hoy se retrasan.
Al producirse el encuentro
y cruzar nuestras miradas
se apaciguan las tensiones
y las manos se entrelazan.
Pasan raudos los minutos
y del autocar... ni el alma:
¿se habrá extraviado el piloto
o quedose entre las mantas?
De pronto, allá en lontananza,
cuando la angustia ya atrapa,
unos faros relucientes
pintan la noche aún cerrada.
Luego de los buenos días
ocupamos las butacas:
los más cuerdos adelante,
al final… ¡los de la traca!
Quienes pensaron dormirse
acunados en la «guagua»
no consiguen pegar ojo
con tanto grito y matraca.
Rodando por el asfalto
Venus le da paso al alba
quien con su llama de oro
enciende la Costra Brava.
Nada más llegar a puerto
-mejor dicho a una explanada-
descendemos en tropel
como ñus cruzando el Mara.
Callejeamos por Tossa
hasta varar en la playa
cuyas olas, cadenciosas,
entre la arena se apagan.
Aunque no estaba previsto
que el grupo se desgajara,
en dos trozos se fracciona:
allí, riesgo, y aquí, chanza.
Mientras el sol surca el cielo,
y nubes secas lo atrapan,
los cincuenta nos lanzamos
a Lloret en desbandada.
Atrás se quedó el Castillo
con su historia allí encerrada,
que violentaron intrusos
al patear su morada.
De pronto se oye a lo lejos:
¿Para cuándo esa parada?,
¿No veis que estamos ya viejos
y nos cuesta hilar zancada?
Entre dimes y diretes
hallamos una explanada
y ávidos los GRManos
montamos allí acampada.
Como la edad no perdona,
con tanto vino y pitanza,
quien no sufre de vejiga
padece dolor de panza.
Luego de hacer el recuento
el guía vuelve a la marcha;
yo saboreo unos madroños,
Pedro, del chumbo se aparta.
Desde el principio al final
la ronda es muy mareada,
a veces bordea mansiones
de paredes encaladas.
Otras pasa entre los pinos
o se oculta tras las matas,
y ya discurre entre piedras
o por pistas resecadas.
Antes venía por el llano,
ahora se adentra en las calas
 y, tras costosa, subida
surge la angosta bajada.
De repente se ve poco
solo cielo y altas ramas,
luego se abre el horizonte:
barcos, sol y mar plateada.
Sin apenas incidentes
ni pérdidas desdichadas,
por una agostada senda
vamos cubriendo la etapa.
Coronado el mediodía
la meta emerge, cercana,
y al fondo se alza una torre
sin arma en la barbacana.
Finalizada la etapa,
Lloret de Mar nos regala
un otoño veraniego
y un bello mar de agua brava.
En un hotel del paseo,
con la tropa derrengada,
liquido la lumineta
de panera tan ansiada.
¡Qué bonita es esta ruta!
¡Qué estampas tan bien pintadas!
¡Que rico sabe el bocata!
Mas.. como la “BIRRA”…NADA!





©Moisés González Muñoz
Terrassa, 25 de noviembre de 2023.

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