El Camino de Santiago Francés 2015 (año 6).
01. El Viaje. (Sábado 28 de marzo de 2105).
Después de la experiencia del año pasado, los incautos de mis compañeros vuelven a confiar en mí y me encomiendan nuevamente la custodia de los billetes del tren. ¡No saben el riesgo que corren!… ¡Allá ellos con su conciencia!
A la hora convenida, y sin sobresaltos de última hora, nos encontramos casi todos/as en la explanada de la estación de Renfe para emprender viaje hacia Barcelona en compacta armonía.
Somos tantos los caminantes que necesitamos casi un vagón entero para nosotros solos. Entre cuerpos que acomodar y maletas y mochilas que colocar, la estancia que ocupamos parece una lata de sardinas desorganizada.
La llegada a Sans se produce sin contratiempo y, tras la vista de unos pocos al bar para rellenar el depósito y de otros muchos a los servicios para liberar las vejigas, embarcamos, desperdigados por los diferentes vagones, en grupos de a ocho, en el tren que nos conducirá a León, final de nuestra aventura ferroviaria.
El viaje por las tierras hispánicas transcurre con normalidad, si por normalidad entendemos los constantes viajes al bar, los paseos indiscriminados por los pasillos, los múltiples cambios de vagón y asiento, las ingesta masiva de bocadillos, dulces y golosinas, y el correr de la bota de vino de Paco.
Cuando la tarde se encuentra en su esplendor, los “solteros” montamos una timba de cartas para pasar el rato. De buen comienzo nos comportamos como seres civilizados y nada parece presagiar que aquello acabará como el rosario de la Aurora. Sin embargo, a medida que el juego entra en ebullición las voces se alteran un poquito, sube algo el tono de voz de los competidores, aumentan los decibelios ligeramente, se suceden los comentarios jocosos y las risas inundan la estancia. Fruto del citado alboroto unas jovencitas muy remilgadas se sienten ofendidas y nos llaman al orden con modales un tanto intransigentes. Por un momento el ambiente se caldea y a punto estamos de entablar una acalorada discusión y entrar en combate con las impertinentes mozas. Finalmente la cordura hace acto de presencia y, con cierto fastidio, recogemos los naipes, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos y damos por concluida la ruidosa y acalorada partida.
Hay que ver lo poco que aguantan algunos/as! ¡La rabia que les produce a ciertas personas que los demás sean felices, se diviertan, rían y se lo pasen bien! ¡Envidia diría yo!
A la caída del sol el tren alcanza su destino, se detiene en la estación Leonesa y descendemos atropelladamente para dirigirnos al autocar que nos espera en las proximidades. Sin tiempo para estirar las piernas, cambiamos los raíles metálicos de la vía por el asfalto de la calzada y partimos hacia el Parador de Villafranca del Bierzo, nuestro lugar de alojamiento durante la estancia por tierras Bercianas.
Tras acomodarnos en nuestras "austeras" habitaciones, bajamos hambrientos al comedor para dar buena cuenta de la cena que tenemos reservada. Como no podía ser de otra manera, acabamos con todo lo que nos sirven en los platos hasta dejar temblando las existencias culinarias y alcohólicas del establecimiento.
Con el estómago lleno y la alegría a flor de piel, los más osados abandonan el Parador para adentrarse en la calles y el ambiente nocturno del que será nuestro municipio de residencia durante los próximos cinco días, Villafranca del Bierzo. Otros, menos aventureros, más cansados o quizás más precavidos decidimos enclaustrarnos en nuestros acogedores aposentos en busca de relax y del reparador descanso que nos libere de la ajetreada jornada viajera.
- Primera etapa: Ponferrada – Villafranca de Bierzo - Pereje. (Domingo 29 de marzo de 2015.
Después de una noche que se supone ha sido de descanso, nos reencontramos, en torno a las ocho de la mañana, en el comedor para reponer fuerzas, llenar el depósito y alimentar el cuerpo y alma de cara a la exigente caminata que se avecina.
O mucho ha sido el gasto nocturno, de algunos y algunas, o insaciable es la gula que nos acompaña a la gran mayoría de los peregrinos, pues nos zampamos un desayuno pantagruélico que deja los mostradores del comedor esquilmados, los estómagos abotagados y las mentes de las camareras obnubiladas. ¡Jamás, en sus muchos años en la hostelería se habían topado con devoradores de tamaña envergadura!
Con una buena ración de colesterol obturando las venas, nos desplazamos en el autocar hasta el punto de partida de cada grupo. Ya hemos perdido la cuenta del número exacto de facciones en las cuales se subdivide GRManía: A, B, C, D, E...
Con el fin de evitar el machacón asfalto, un nutrido grupo de espabilados peregrinos/as decide acortar el trayecto y realizar únicamente el tramo que discurre entre Camponaraya y Villafranca del Bierzo. Otra parte no menos numerosa se decanta por dedicar la soleada mañana a conocer Ponferrada y acabada la visita turística a la capital Berciana poner rumbo a Villafranca, sin prisa pero sin pausa. Algunos/as optan no demorar en demasía la etapa clásica y acometen de inmediato el tramo Ponferrada - Villafranca. Y finalmente, los nueve magníficos (Evaristo, Ginés, Josep Ferrer, Rosendo, Ana, Antonio, Carlos, Gemma y Moisés) decidimos comportarnos como Peregrinos de primera y realizar el recorrido completo que separa Ponferrada del minúsculo poblado de Pereje.
El transitar de la etapa es un constante sube y baja por carretas, caminos, poblados y campiña. Algo más cansino de lo normal debido a los inacabables tramos de duro asfalto que salpican la orografía del terreno. Sin embargo, resulta ciertamente gratificante ante la hermosura del valle; la iglesia de Columbrianos; la bulliciosa, multitudinaria y cromática procesión de Cacabelos; la belleza de la campiña sembrada de viñedos adormecidos y el esplendoroso día que nos acompaña.
A diferentes ritmos, en grupos heterogéneos y de diversa composición, vamos devorando los kilómetros que nos separan de la meta sin excesivos problemas, hasta que algunos integrantes el grupo de cola se desorientan en la carretera, sobrepasan el cruce del camino y avanzan por la cuneta de la misma durante varios kilómetros. Finalmente se percatan de su error y deciden desviarse por un sedero que parte a la derecha de la via automovilística para retomar el camino correcto. Desgraciadamente, esta nueva ruta les obliga a desandar un buen tramo del trecho ya recorrido y con ello añadir un par de kilómetros más a sus ya sufridas piernas.
Durante el trayecto departimos con Peregrinos Irlandeses, Canadienses, Neozelandeses y de varias nacionalidades. Paco Troya practica su inglés casero con todo aquel que osa darle conversación, mientras yo, inculto de mí, intento adivinar, con escaso éxito, de que tratan sus amenas y, al parecer, interesantes conversaciones.
Poco antes del mediodía, el grupo precursor alcanza el objetivo y se dispersa por las Restaurantes ubicados en la plaza mayor del pueblo para reponer fuerzas.
El grupo perseguidor, por su parte, se ha dividido en incontables fragmentos y va alcanzando la urbe a cuentagotas.
A las puertas de Villafranca, unos cuantos de nosotros nos topamos con tres jóvenes peregrinas Españolas, una de las cuales sufre los rigores del camino y se ve obligada a descender una pequeña cuesta zigzagueando para aliviar el sufrimiento de sus extremidades inferiores.
Al mediodía, casi todos los que partimos de mañana de la capital de Bierzo estamos ya en Villafranca. La mayoría de ellos da por terminada aquí su aventura. Solo Evaristo, Ginés, Josep y Rosendo, sin dudarlo lo más mínimo, deciden tirar para adelante, dejar la comida para más tarde y cumplir enteramente el correspondiente peregrinaje.
Hacia las dos del mediodía los más rezagados alcanzamos la urbe y expresamos nuestro deseo de llegar al final del recorrido (Pereje), pero la descoordinación es tal que desconocemos quién o quiénes han continuado hasta en final previsto y si han parado, o no, a comer.
A través de los compañeros con los cuales coincidimos en la plaza mayor nos enteramos de que los cuatro de la avanzadilla están casi alcanzando el objetivo programado para la jornada y, también, de que aún no han comido, a pesar de lo tardía de la hora.
Ana, Antonio, Carlos, Gemma y yo, dado lo avanzado de la jornada, nos adentramos en un Bar de la plaza para reponer fuerzas con un sencillo tente en pie y, medianamente saciados, continuar con el camino que nos falta por recorrer.
Con las prisas, escogemos el peor Bar de los ubicados en la plaza y nos vemos obligados a engullir, a la carrera y con cierta desgana, una hamburguesa de ínfima calidad.
Mientras masticamos el grasiento alimento contactamos por teléfono con los peregrinos que nos preceden y comprobamos que éstos ya han alcanzado a la meta y que allí no hay ni un solo establecimiento donde poder tomar ningún tipo de alimento.
Con el bocadillo aun descendiendo por el gaznate, emprendemos la marcha para no hacer esperar a nuestros compañeros, pero finalmente se impone la cordura y, tras la pertinente llamada al conductor del autocar, acordamos que el “espabilado” chofer haga dos viajes: uno para recoger a los que ya han concluido la etapa y otro para recogernos, con posterioridad, a nosotros, los 5 que aún estamos en camino.
Al atardecer todos nos hallamos sanos y salvos en el hotel. Mientras unos y unas se decantan por la zona de baños y se relajan con las aguas termales y los baños turcos, otros nos conformamos con la tradicional ducha y la reparadora siesta.
Hacia las 20 horas nos reunimos en asamblea, en el hall del hotel, para establecer el calendario de actividades de los días venideros y tras discutir varias propuestas alcanzamos diversos acuerdos, fructíferos para todos. Una vez concluida la citada reunión, arregladitos y perfumados, casi todos nos ponemos en danza y dispuestos a disfrutar de los placeres de la noche Berciana, abandonamos andando el hotel.
Al atardecer, unos cuantos, visitamos por el exterior algunos de los lugares más típicos del lugar: La iglasia de Santiago ,el Castillo-Palacio de los Marqueses de Villafranca, el Albergue de Peregrinos Ave Fénix, y... ¡el cementerio municipal! ¿Qué demonios se nos habrá perdido en aquel tétrico recinto!
Por la noche, según nuetras afinidades o coincidencias, nos dispersamos por las terrazas de los Bares de la plaza y damos buena cuenta de la correspondiente cena. Suerte del vino, pues hace una rasca de consideración y la inmovilidad hace que los cuerpos se queden ateridos.
Rellenado el estómago, la mayoría de las parejas y algún que otro “solero” regresamos al Parador para “descansar” de cara a la venidera jornada, mientras otros y otras deciden merodear un poquito más por las calles y bares de Villafranca.
Parece ser que el ansia por el juego sigue ocupando las mentes de los folloneros del tren, pues antes de dirigirnos a nuestras respectivas habitaciones montamos una nueva timba en el salón del hotel. ¡Esta vez sin gritos y con moderación!. Como no podría ser de otra manera, el vencedor de la partida resulta ser uno de los que desconocían por completo las normas del juego, mientras que los listillos que creíamos conocer las triquiñuelas del mismo vemos como la suerte nos da la espalda y claudicamos antes los novatos.
- Segunda etapa: Pereje, Vega de valcarce – O Cebreiro. (Lunes 30 de marzo de 2015).
Al ser lunes, día laborable, el comedor abre media hora antes y eso nos obliga a madrugar un poquito más que la jornada dominical. Además, hoy el recorrido es más largo y duro, y además, al concluir el trayecto debemos desplazarnos a Ponferrada para dar buena cuenta de una comilona a base de Botillo.
Sea como fuere, a primera hora de la mañana el comedor bulle de peregrinos. Sin excepción, hambrientos cual famélicos niños del Biafra, devoramos la pitanza como si aquella fuera nuestra última comida en este mundo. Sin tiempo para la duda, acabamos con toda clase de alimentos: Huevos, tortilla, salchichas, bacon, carne picada, pisto, embutidos, quesos, pan, pastas de todo tipo, fruta variadas y de todos los colores, yogures, zumo, café, leche… . ¡Qué manera de zampar!
Previo paso por las habitaciones, para aligerar los cuerpos de desperdicios y líquidos sobrantes, adecentar la dentadura y recoger los bártulos, nos apoltronamos en el autocar rumbo al valle del río Valcarce y nuestros puntos de partida: Pereje, el grupo A, y Vega de Valcarce, el grupo B.
La mañana se presenta fresquita e invita a caminar ligero. Tan ligero que a las primeras de cambio el grupos A deja de existir como tal para convertirse en un reguero de peregrinos desparramados.
Por primera vez a lo largo del Camino compruebo qué, o me estoy haciendo mayor, o mi mente vaga en libertad ajena a mis propias sensaciones, pues el trayecto por carretera se me hace eterno y prácticamente irreconocible. Ese desconocimiento acarrea, además, un sobreesfuerzo no programado a los integrantes del grupo B, los cuales siguiendo mis eróneas indicaciones ha iniciado la etapa en Vega de Valcarce en lugar de haerlo en Las Herrerías como tenía previsto. ¡Más asfalto y más kilómetros de los deseados para los sufridos caminantes!
Mientras los del grupo B maldicen mis huesos por esos interminables kilómetros asfaltados de más, añadidos a causa de mi desvarío, la sabia Fina espera paciente y descansada, a la entrada de Las Herrerías, (ella ha venido hasta el lugar acordado cómodamente sentada en el autocar) la llegada de los miembros de su pelotón. Los de atrás, por nuestra parte, vislumbramos Vega de Valcarce dos horas después de haber dejado el autocar.
Alcanzado el poblado hacemos una leve parada para hidratarnos, reponer fuerzas y reagrupar las huestes. Tras un tiempo prudencial de espera los retrasados no llegan. David y Ana, que transitaban a un centenar de metros, tras nosotros, han desaparecido del mapa. Carlos desanda el camino para tratar de localizarlos pero no da con su paradero. Horas después nos enteraremos de que David había sufrido un leve desfallecimiento y acompañado de Ana decidieron localizar un Bar para descansar y reponer energías con algún líquido azucarado y energético.
Tras cruzar el alargado el inacabable casco urbano que se discurre a lo largo de río, anuncio a mis acompañantes la proximidad del desvío, sin embargo este no aparece por ningún lado y me sorprendo ante la cantidad de asfalto que debemos recorrer hasta alcanzar el desvío de Las Herrerías. ¡Hoy no es mi día!
Después de 16 inacabables kilómetros de pavimento alquitranado, abandonamos la carreta nacional por la izquierda, dejamos atrás al pueblo de Las Herrerías, cruzamos el río Valcarce y acometemos la subida a O Cebreiro.
A pesar de que otros veteranos peregrinos afirman que nada ha cambiado en el trayecto que nos conduce a las inmediaciones del puerto de Piedrafita desde que ellos lo transitaron, David, Antonio Gil y yo juraríamos que años atrás, un buen tramo de la pista forestal que ahora ascendemos se hallaba prácticamente sin asfaltar.
La ascensión es relativamente exigente, se realiza en grupúsculos y a ritmos muy diferentes. La empinada senda, a ratos de tierra y otras empedrada, en algunos tramos queda casi sepultada por el ramaje del arbolado aun adormecido.
Al llegar a La Faba, algunas mozas el grupo B deciden hacer una visita cultural al enclave, y en ella están cuando les damos alcance algunos lobos solitarios del grupo A. Ingenuas ellas, me preguntan cuánto queda para el final de la etapa y en mi afán por no desmoralizar al cuarteto femenino les anuncio que en apenas media hora o tres cuartos estarán en O Cebreiro. Alguna de ellas se traga el anzuelo y da muestras de alegría, pero otras, que ya me conocen mejor, recelan de mis apreciaciones y anuncian que se lo tomarán con calma pero que llegarán dentro del horario previsto.
Tras despedirme de ellas, malpensado de mí, pongo en duda sus palabras y acometo el duro trayecto que me separa de la ansiada meta.
A medida que alcanzamos altura las vistas de los diferentes valles nos maravillan con su cromatismo, sus desniveles, sus praderas, sus animales pastando y su exuberante vegetación.
Jadeando, adelanto a un incauto civilista que arrastra como puede su cargada bicicleta, pena su castigo y sufre la osadía de haberse metido por aquel torturador camino, en nada apto para vehículos de dos ruedas. Le saludo y no me responde, por lo que le maldigo los huesos por maleducado.
Un poco más adelante, la joven Eulàlia transita delante de mí y a pesar de mi empeño por alcanzarla penas si consigo recortar la escasa distancia que nos separa. Finalmente, cuando la tengo a escasamente 10 metros de mí, se detiene para despojarse del jersey. Entonces, incauto de mí, decido imitar su actuación y despojarme también de mi prenda de abrigo. ¡Craso error el mío! Me lo tomo con tanta calma que me vuelve a adelantar el ciclista y cuando reemprendo la marcha la distancia que me separa de Eulàlia es superior a los 100 metros. ¡Tanto esfuerzo para nada!. Contrariado, agacho la cabeza, aumento el ritmo de mis pasos y pasmado de frío, por la corriente que circula por aquellas alturas, reanudo la persecución de la moza. Adelanto de nuevo al remolcador de bicis y ahora soy yo el que no le saluda ¡Toma ya antipático!
De no ser porque la mozuela se detiene a descansar en el poyo de una de las casas de La laguna de Castilla (¿Dónde leches estará la laguna que da nombre al solitario caserío?) dudo mucho de que hubiera conseguido darle alcance.
Tras una leve pausa reemprendemos la marcha, dejamos atrás el poblado y retomamos la exigente senda. Le comento el suceso acaecido con el ciclista y su carácter desaborido y ella me informa de que el pobre ciclista, Franchute él, no tiene ni papa de castellano y carece de fuerzas para hablar. ¡O sea que el maleducado soy yo y quién debería pedir perdón soy también yo!
Mientras ascendemos y charlamos distendidamente, creo oír voces en la lejanía, pero no hago el más mínimo caso, pues lo achaco al cansancio, a mi incipiente sordera o a que seguramente estoy perdiendo el oremus.
Cuando nos hallamos en el límite entre León y Galicia, el alocado vocero rompe el acogedor silencio del paraje con sus gritos. ¿Pues va a ser que sí eran voces lo que se oía! Sorprendido, me giro y oteo el horizonte pero soy incapaz de localizar la procedencia de los alaridos y mucho menos de divisar al vocero. Sin embargo el pregonero parece esmerarse en sus intentos y a grito pelado me llama por mi nombre. Entonces miro hacia abajo, agudizo la vista y percibo en la lejanía la figura de Antonio Gil que con su cámara a cuestas inmortaliza el paisaje mientras en vano intenta darnos alcance. Una vez localizado el causante de tal alboroto, sugiero a mi acompañante esperarle en el monumento granítico que nos das la bienvenida a Galicia y ella accede educadamente a mi petición.
Reagrupados los tres caminantes, inmortalizamos el momento con instantáneas varias y acto seguido ponemos rumbo al destino, el cual alcanzamos hacia la una del mediodía. No sin antes engañar a María Morales, que habiendo contactado por teléfono con nosotros para recabar nuestra posición, recibe el mensaje de que aún nos quedan un par de kilómetros de ascenso cuando en realidad le estamos pisando los talones a ella y sus acompañantes.
A pesar de la incredulidad de algunos, quince minutos antes de la hora acordada nos encontramos todos en la meta y a buen recaudo. Solo falta el autocar pues al parecer él conductor no está demasiado ducho en el conocimiento de la zona y nos espera en Piedrafita y no en O Cebreiro como habíamos convenido.
Tras una corta espera nos acomodamos en el autocar y partimos rumbo a un Restaurante de Ponferrada para dar buena cuenta del delicioso menú basado en el típico Botillo que el eficiente y lugareño Evaristo nos ha gestionado.
Tras el ameno y enriquecedor discurso literario del mantenedor y anfitrión, Evaristo, damos buena cuenta de los abundantes manjares que allí nos ofrecen. Exquisito el botillo, delicioso el chorizo e insuperable el acompañamiento a base de patata y col.
Una vez rellenados los estómagos, alguien sugiere modificar la actividad prevista para la tarde, consistente en visitar Ponferrada. Ya sea fruto del cansancio, de la modorra, de la comilona, o de innumerables excusas, el caso es que por absoluta mayoría decidimos regresar al hotel para descansar, relajarnos en las aguas de su piscina cubierta, sudar en la sauna o acicalarnos para la velada nocturna.
Reconfortados por la placentera ducha, arregladitos, perfumados y bulliciosos partimos hacia el centro de la ciudad parar tomar un ligero tentempié, a modo de cena, que compense los excesos Botilleros del mediodía.
Algunos apenas probamos bocado y regresamos tempranito al hotel. Otros y otras, sin embargo, aves más nocturnas, juerguistas o festivas, deciden calentar un poquito más el cuerpo y se echan pal gaznate unos con unos cuantos Gin-tonics en los bares situados en los aledaños de la plaza, antes de regresar al Parador para cobijarse entre las blancas sábanas y roncar a pierna suelta.
- Tercera etapa: O Cebreiro - Alto do Poio – Triacastela. (Martes 31 de marzo de 2015.
El reparador descanso nocturno en los mullidos colchones del “modesto” “albergue” nos devuelve en vigor y la energía, y despierta nuestro insaciable apetito.
Como no podía ser de otra manera, el desayuno vuelve a ser pantagruélico y acabamos con la mayoría de las viandas que nos ofrecen. ¡Qué manera de comer! ¡Parecemos un ejército de jubilados hambrientos!
Para no perder la tradición anual, algunos Peregrinos padecen molestias intestinales a consecuencia de la descontrolada ingesta del día anterior. ¡Parece ser que el Botillo era demasiado fuerte para sus delicados estómagos! ¡Hoy necesitarán mucho líquido para hidratarse y buen un tapón para contener los esfínteres!
Con el buche a reventar ocupamos nuestros asientos en el autocar y partimos del hacia O Cebreiro. Por la autovía del noroeste ascendemos paralelos a la cuenca de río Valcarce, disfrutando de las maravillosas vistas que la escarpada orografía nos presenta. A nuestro paso se suceden múltiples, frondosos y encantadores valles poblados de exuberantes bosques caducifolios (preferentemente castaños) con sotobosque de landas, extensas áreas de prados naturales, pueblecitos y cuencas que en sus lechos recogen y conducen las cristalinas aguas que manan de las entrañas del Macizo Galaico-Leonesa hasta descansar en los ríos de la zona.
La etapa de hoy es un paseíto en descenso por las primeras estribaciones de la Cordillera Galaica, en territorio Lucense, en pos de Triacastela.
Los del grupo A partimos agrupados del alto do Cebreiro. Como viene siendo costumbre, antes de alcanzar Liñares cada cual campa a sus anchas, aunque un grupo numeroso conseguimos reagruparnos en el Alto De San Roque para inmortalizar el momento.
Tras la pertinente instantánea reemprendemos la marcha hacia Hospital, donde una Gallega, enjuta y entrada en años, ofrece tortas caseras (tipo creps) a los peregrinos, por un módico precio. Sin embargo, nosotros pasamos de largo, ya sea por rácanos, desconfianza, falta de apetito o desconocimiento de la oferta.
Poco antes de alcanzar Padernelo observamos con sorpresa como Carlos viene corriendo hacia nosotros, en sentido contrario a nuestra marcha. Al cruzarnos con él le interrogamos sobre su absurdo proceder y el corredor errante, sin detener sus pasos, nos informa de que se dirige a las inmediaciones de Hospital para recuperar el Walky Talki que ha olvidado mientras abonaba el campo con sus heces. Queda así demostrado que no todos los hombres son capaces de hacer dos cosas a la vez. Pero…¡no sabía yo que para defecar hay que desprenderse de los Walkys!.
Sea como fuere, el desmemoriado cagón regresa al lugar del crimen para recuperar el objeto extraviado, mientras los demás andarines acometemos la subida al Alto do Poio, lugar de partida de nuestros compañeros del grupo B y cima de la etapa.
Una facción de sosegados caminantes se acomoda en las mesas del bar del lugar para descansar, dar buena cuenta de sus bocadillos, refrigerarse o tomar un aromático café.
De aquí hasta la meta un acentuado descenso, por senderos y pistas forestales, nos alegra la vista con la espectacularidad y belleza del paisaje Lucense, pero también nos regala, durante lo que resta de etapa, un penetrante y desagradable tufo a estiércol de vacuno, que impregnando el ambiente con sus efluvios martiriza nuestras sensibles pituitarias ciudadanas.
Al llegar a Fillobal atravesamos la carreta y acometemos los últimos kilómetros de la jornada por una preciosa senda cobijada bajo imponentes y centenarios árboles, aun despojados de follaje pero con muestras evidentes de su despertar a la reluciente primavera.
Alcanzada la meta, Triacastela, nos concentramos a las puertas de un Bar del pueblo donde, gracias a la pericia de los ciclistas (Pedro, Paco Victoria, Josep Mª y Juan), nos deleitamos con manjares y exquisiteces del lugar: Caldo Gallego, Pulpo a feira a discreción, postres caseros, bebidas y cafés, por 10 míseros euros. Todos menos los que arrastran los laxantes efectos del botillo que deben conformarse con arrocito hervido y otros alimentos a la plancha. ¿Quién sino Rafael, que se hace acompañar de Nuria, había de ser uno de los afectados por los rigores del buen yantar? ¡El año que viene te prohibiremos lo desconocido!
Concluida la opípara comilona Galega montamos un ameno concierto de ronquidos en el autocar hasta Villafranca donde descienden Paco Ortega (que tiene planes con su amigo Leonés), y la juventud que pretende dedicar la tarde al estudio. Sin bajarnos del vehículo, los demás caminantes nos desplazamos a Las Médulas (entorno paisajístico español formado por una antigua explotación minera de oro romana, considerada la mayor mina de oro a cielo abierto de todo el imperio romano) para observar el variopinto paisaje del lugar. Uno no pude por menos que maravillarse ante la sabiduría de aquellos perspicaces “mineros” que sin apenas maquinaria se las ingeniaban para extraer el preciado oro de las entrañas de la tierra, con pericia, maestría e ímprobo esfuerzo.
Concluida la excursión minera retornamos al Parador, nos duchamos, acicalamos y partimos en dirección al centro de la villa para empaparnos del fervor religioso, con las procesiones previas a la Semana Santa Leonesa, cenar ligeramente y pasar frío en la plaza del pueblo.
- Cuarta etapa: Triacastela–Samos, Sarria. (Miércoles 01 de abril de 2015.
Adormilados por el consabido madrugón bajamos al comedor para finiquitar las viandas del suculento desayuno. El cansancio y el discurrir de las etapas apenas si ha dejado mella en piernas de los Peregrinos, y mucho menos ha mermado el voraz apetito de los sufridos Penitentes. ¡A esta aventura Santiaguera seguro que se apuntarían incontables personajes para nada amantes del tradicional Camino!
La jornada promete. Las malas lenguas afirman que Rosendo se ha dejado el jersey encima de la cama de Cati. Otras peor intencionadas y más viperinas dudan que la prenda olvidada sea el jersey y no otra más comprometedora. ¡Rosendo, se puede saber que leches hacías tú en la habitación de tu prima!
A medida que vamos ascendiendo el puerto de Piedrafita comprobamos como la matutina niebla lo enmascara todo y cubre el paisaje bajo su grisáceo manto.
Llegados a Triacastela los del grupo A tomamos rumbo a Sarria por la ruta de San Xil, mientras que los del grupo B se desplazan a Samos para acometer, desde allí, los kilómetros que separan el centenario Monasterio de la citada Sarria.
Apenas dejamos atrás el concello de A Balsa Antonio Gil sufre un importante desfallecimiento que merma sus facultades y le obliga a ralentizar el paso de manera drástica. La ingesta del plátano que acarreo en mi mochila (¡ay… ay... ay... mal pensados que os veo venir!) el masticar de unos frutos secos y otros alimentos energéticos, un buen trago de agua en la “Fonte dos Lameiros”, nuestra compañía y los ánimos que le insuflamos: Maribel , Paquita y yo, le ayudan a recuperarse levemente de su indisposición y continuar con el Peregrinaje.
Luego de unos kilómetros de rostro demacrado y silencioso caminar el fotógrafo indispuesto parece haber recuperado el resuello. Al coronar por el Alto de Riocabo el color regresa a las cerúleas mejillas del infortunado, el ritmo de su caminar se hace más alegre y la mejoría es del todo evidente. ¡Hasta habla el tío!
A la altura de Montán alcanzamos a Ginés y, por sorpresa, observamos como Rosendo, al que creíamos por delante, emerge a nuestra espalda por un recodo de la carretera. Más tarde averiguaremos que la milagrosa aparición del advenedizo se debe a que éste se ha visto obligado a hacer a un alto inexcusable en el camino para vaciar sus repletos intestinos.
Al poco, disimuladamente, Ginés se descuelga del grupo y sin percatarnos de su actuación le perdemos la pista. Luego de un kilómetro de preguntas sin respuesta, de sorpresa generalizada, de escrutadoras miradas hacia atrás y de lento caminar, me descuelgo del grupo y decido esperarle en una curva de la carretera. Pasados unos diez minutos de tensa espera el caminante evaporado aparece por lontananza a ritmo endiablado, ligero como si se hubiera desprendido de algo y alegre como un ruiseñor, no tarda en darme alcance. No me extraña que sean necesarias tantas paradas. Ya lo dice el dicho: ¡Según come el mulo así caga el culo!
Por las inmediaciones de Fontearcuda adelantamos a José Castillo que pena su peregrinaje bajo el sufrimiento que su maltrecha rodilla le está infligiendo.
En puertas de Furela cruzamos la carretera, saltamos un manso riachuelo y hacemos una leve parada para reagruparnos, esperar al lesionado y reponer fuerzas con reconstituyentes diversos que emergen de nuestras mochilas: nueces, almendras, avellanas, dátiles, chocolate, galletas, fruta …
Descansados y con el apetito saciado emprendemos la marcha para recorrer lo que nos resta de la etapa. Aunque somos pocos, antes de llegar a Calvor, los que integramos la facción que cierra el pelotón ya estamos de nuevo desperdigados.
A la salida de Aiguada recibimos la noticia de que nuestros predecesores ya han alcanzado Sarria. ¡Tendrán que esperarnos pues a nosotros aún nos queda más de una hora de camino!. Según radio macuto, unos se hallan acomodados en las terrazas de los Bares que se extienden por el paseo asfaltado, en la margen izquierda del río que da nombre a la población, degustado cervezas y comiendo cacahuetes como los monos. Otros pasean por el centro del poblado para conocer las particularidades del lugar. Y los más avispados dedican el tiempo libre a asaltar establecimientos artesanales de alimentación y adquirir todo tipo de empanadas y productos típicos de la zona. ¡Por comida que no quede!
A las puertas de la meta, en el camping de Vila de Sarria, dejamos al señor Ortega y acompañantes en la pradera del albergue, acomodados en unas sillas y degustando una refrescante cerveza. Y aunque a más de uno de nosotros también nos apetecería tomar un buen trago del espumoso lúpulo, decidimos dejarlo para más adelante y apurar los kilómetros que nos separan de nuestro destino.
Hacia las dos del mediodía todos hemos llegado a buen puerto y, aunque parezca mentira, estamos todos concentrados en la misma zona: los bares próximos al río.
Por afinidades, conveniencia o necesidad, nos concentramos un dos o tres Bares de la zona para reponer fuerzas con una buena comilona.
Acabado el ágape unos cuantos partimos a la carrea a la otra punta del pueblo para aprovisionarnos de las tan cacareadas empanadas Gallegas, pero para desgracia nuestra, cuando llegamos al establecimiento las trabajadoras del mismo nos informan de que las existencias están prácticamente agotadas y más de uno regresamos con las manos vacías. Los demás, mientras tanto, parsimoniosos y tranquilos van dirigiendo sus pasos hacia el lugar donde se halla estacionado el autocar.
A la hora convenida partimos de Sarria, rumbo a Samos, para visitar la centenaria y archiconocida Abadía Benedictina de Samos.
Una vez localizada la puerta de acceso al Monasterio, adquirimos nuestras respectivas entradas a la guía que será nuestra cicerone por el Santo lugar. Paradojas de la vida, la joven madre Gallega acuna en su pecho una hermosa criatura de escasos meses que dormita al amparo del calor y la protección materna. Pero, mientras la vida se muestra a nuestros ojos, un luctuoso hecho viene a ensombrecer la tarde: Uno de los 12 monjes Benedictinos, allí enclaustrados, acaba de fallecer y las campanas tocan a muerto.
A pesar del penoso sucedo la visita guiada se lleva a efecto como nada hubiera acontecido. Eso sí, la amable guía nos da una serie de normas de obligado cumplimiento mientras estemos realizando la visita turística al recinto.
Mientras recorremos las históricas, centenarias y legendarias dependencias de la Abadía, las campanas y el trajín de los sepultureros nos acompañan impertérritas.
Previo paso por el recinto monacal donde están acondicionando el cadáver para el velatorio del difunto, la guía nos informa de la imposibilidad de acceder al interior del mismo y nos ruega respeto al finado y a los preparativos. Pero como somos muchos y escuchamos poco, la voz melosa y tranquila de la paciente guía y madre no llega a los GRManos del fondo, y al pasar por el lugar señalado, la puerta abierta incita la curiosidad de algunos de nosotros y la ofendida guía, malhumorada, reprende a los desobedientes y nos echa un sermón sobre nuestra capacidad de entendimiento y el nulo acatamiento a las órdenes por ella dadas.
Acabada la visita monástica, Josep Mª y Montse reciben la esperada visita de su hijo y su nieto, recogen sus bártulos y dando por finalizada su peregrinación, se despiden de nosotros y parten con ellos para disfrutar del familiar encuentro.
Los demás, medio adormilados, nos acomodamos en los asientos del autocar y partimos rumbo a nuestro modesto albergue, para adecentarnos y disfrutar de nuestra última noche por tierras Bercianas.
Aseados, emperifollados y risueños, partimos del hotel para disfrutar con las típicas procesiones de Villafranca, tomar unos vinos y unas cañas en los bares del pueblo y despedirnos del lugar con una suculenta cena en un típico Mesón.
Casualidad o coincidencia, más de una veintena de sufridos Peregrinos GRManos acabamos cenando en el mismo establecimiento, sin ponernos de acuerdo. Es tal la camaradería en el grupo que… ¡No podemos vivir los unos sin los otros!
Durante la cena degustamos una deliciosa sangría y un buen vaso de tintorro. Sin embargo, la ingesta de alcohol, en lugar de afectarnos a nosotros, afecta al torpe Mesonero, y éste, atolondrado, baña al señor Jordi con el líquido sobrante de otras mesas. ¡Si las miradas mataran el mesonero habría quedado fulminado al instante! ¡Suerte que Don Jordi había olvidado en Terrassa su kid de maquillaje!
- El regreso a casa. (Jueves 02 de abril de 2015.)
Tras el pertinente y copioso desayuno colocamos nuestro equipaje en el autocar y partimos, de buena mañana, rumbo a León. ¡Se acabó lo que se daba!
Los más previsores y previsoras ya llevan preparado el yantar para el largo viaje de regreso a casa que nos espera. Otros, menos espabilados, vamos con las manos vacías en espera de poder comprar algo apetitoso en el bar del tren.
Mientras esperamos en el hall de la estación, Paco Ortega y Pepe desparecen de nuestra vista con destino a las calles colindantes de la estación Ferroviaria. Media hora después reaparecen cargados con bolsas de pan, chorizo, queso y cervezas.¡Eso son amigos y lo demás tonterías!
El viaje en el tren resulta pesado pero tranquilo y sin incidentes. Además, para nuestra suerte, esta vez nos ha tocado compartir departamento con un grupo de revoltosos infantes aspirantes a futbolista. Por si acaso, nadie osa sacar la baraja y tentar de nuevo a la suerte con el bullicioso juego de naipes.
Al anochecer llegamos a Sans sin ningún contratiempo, pero justo de tiempo para enlazar con el tren que parte rumbo a Terrassa.
La mayoría de nosotros no sabemos qué hacer ante la máquina expendedora para sacar nuestros respectivos billetes. Así que una vez aprendido el truco me veo en la obligación de sacar más de una decena de billetes y casi me me quedo el último y pierdo el tren que debería llevarme a casa.
Tal es mi ofuscación por no perder el dichoso tren, que al aparecer el primer convoy, por la vía donde estamos amontonados, sin dudarlo, salto felinamente hacia su interior arrastrando en mi huida a Jordi. Éste, inocente él, se fía de mi instinto y sube tras de mí sin pestañear, ajeno a mi error. Suerte que Maribel se percata de mi alocada maniobra y me informa de que el tren al cual hemos subido tiene por destino Blanes. Inmediatamente recojo mis pertenencias y, justo en el último momento, mientras las puertas comenzaban a cerrarse, consigo apearme del tren y librarme de terminar en el poblado costero… pero sobre todo, me libro de tener que explicarle a mi mujer que me hallo desgraciadamente en Blanes, por error, y no por otra circunstancia de difícil explicación.
Fotos Antonio
Fotos Rafael
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El Camino de Santiago 2014 (año
5).
1.- Camino de León. (Sábado 12 de
abril de 21014.)
Elaboré una lista con todo lo necesario para el viaje, a fin de no olvidar
nada de lo esencial, y fui comprobando y repasando todos y cada uno de los
utensilios y enseres personales ¡Perfecto! ¡Todo en orden y a punto para la aventura!
-
¡Ojo con los billetes! - Recuerda
que eres el responsable del destino de cinco peregrinos y te juegas el
prestigio y el pescuezo - ¡No hay problema, van bien guardados en la
mochila! - Aunque quizás… ¡mejor en el bolso de mano! - ¡No, no, en el
bolsillo de la chaqueta y
asunto arreglado! - Lo ideal, sin duda, colocarlos junto a las llaves de
casa y así
evitar la pérdida u olvido involuntario. -¡Decidido!
Cargué con mis bártulos, cogí el manojo de llaves, cerré la puerta y le
di un par de vueltas a la cerradura. Me dirigí al encuentro de Josep y María
(Ferrer y Ocaña, no San José y la virgen) que amablemente se habían ofrecido a acercarme
a la Renfe.
Puntuales, llegamos a la cita. Descendimos del vehículo, nos
despedimos de Albert (su hijo y nuestro taxista particular) y nos encaminamos, con
aire triunfal, al encuentro de nuestros colegas que, en distendida y gozosa
algarabía, charlaban y mataban la espera delante de la estación.
Tras los saludos de rigor, algún graciosillo disparó: - ¿Habrás traído
los billetes?
A
punto estuve de fundirlo con la mirada (qué poco confían estos
malvados en uno) - En el bolsillo de la mo…chi…la!, le espeté. Hurgué en
el
hueco pertinente y…, después en otro, y en otro, y en otro, pero… nada.-
¡Coño! Exclamé.
(Expresión de broma en el rostro de mis acompañantes). - ¡No, no, en el
bolso de mano, pensé! Busqué, pero…
ahí tampoco estaban.- ¡Otia! (el rictus de incredulidad sustituyó al de
broma en
mis compañeros, mientras un escalofrío recorría mi espina dorsal).-
¡Calma me
aconsejaron alguna y alguno! ¡Aaaaah! - ¡Están en el bolsillo de la
chaqueta!
Rebusqué, entonces, en uno, en dos, en tres, en cuatro y… ¡MIERDA!
¡Tampoco! (un
sudor frío recorría ya todo mi cuerpo y empapaba la ropa interior) -¿A
que me
los he olvidado en casa? - ¡Zoquete de mí! - ¡Tranquilo, tranquilo, hay
tiempo! (se oyó) ¡Un taxi y a casa a buscarlos!- ¡Taxiiiiiiii!
¡Efectivamente! ¡Allí estaban! ¡A la
vista! ¡Donde jamás debía olvidarlos!
Pero… como las desgracias nunca vienen solas, la graciosilla
expendedora de Renfe (inmersa en una,
casi segura, insustancial conversación telefónica) traspapeló uno nuestros
billetes y, en lugar de cinco, me entregó solo cuatro pases de acceso a las
vías, por lo que tuve que regresar de nuevo a la ventanilla para reclamar el salvoconducto que faltaba.
De tal guasa comenzó la peregrinación y así perdí, definitivamente, la
escasa credibilidad y el nulo prestigio que me quedaba entre la jauría GRMana.
De las aventuras y desventuras acaecidas en el tren que nos
transportaba de Barcelona y León, mejor obviar algunos detalles: Cachondeo y
desmadre generalizado, (en ciertos departamentos rozando casi el escandalo), intercambio
constante de asientos entre los pasajeros, peregrinaciones sin sentido por los
coches de la flecha ferroviaria, visitas permanentes al Bar para engrasar
el organismo, la mala leche del revisor, y… Ramón… ¡Ay, Ramón, Ramón! Todo el
trayecto dedicado a la caza y captura de presas. Peregrinas posesivas, ajenas
al grupo, un par de ellas; compañera de asiento otra, y, lo peor de todo, sin
compartir absolutamente ninguno de sus trofeos con sus queridos amigos ¡Qué
tipejo tan egoísta! ¡Mal rayo le parta! ¡Arrieros somos y en el camino nos
encontraremos!
Tras recorrer preciosos y variopintos parajes de la península ibérica,
preñados todos de la reciente primavera, puntuales (raro en la Renfe),
arribamos a León.
El autocar a su hora, el hotel perfectamente organizado y “La Razón” a
nuestra disposición para estar “bien” informados. (¡Gracias Rafael, TU sí que
vales!).
Recién instalados en las habitaciones (por tríos, parejas o lobos
solitarios) nos reunimos en el vestíbulo para aclarar conceptos y organizar estancia
y caminatas.
Mientras procedemos a la espera de los tardíos, recibimos la agradable
y siempre deseada vista de nuestros amigos y cicerones Leoneses, Antonio y
Ginés.
Acabado el cónclave, en manada, nos encaminamos hacia el centro de la
ciudad, el barrio húmedo, a fin de cultivar nuestro espíritu con los caldos y viandas
del lugar. El lugareño Don Antonio, con maestría, dirige el rebaño a la plaza
de San Martín y, en uno de los bares, se rasca el bolsillo y nos convida a
degustar embutidos típicos de la zona, regados con cerveza y buen tintorro
¡Muchas gracias amigo! ¡Que Dios te lo pague que tiene buena bolsa! (como dicen
algunos Castellanos).
Hacia la media noche, las "Genarinas" almas descarriadas regresan a la
guarida. Unos hartos de vino, otros embriagados de la mística de las
procesiones y los más descarriados
desgañitados de tanto vociferar en el karaoke. Los pecadores convulsivos purgan
sus desmanes y la impureza de su alma con la imposibilidad de acceder a las
habitaciones. Sus llaves-tarjeta han sido inutilizadas a causa de sus múltiples
fechorías. ¡Castigados a cumplir la penitencia en recepción!
2.- (1ª Etapa): Mansilla de las mulas – San Miguel del camino. (Domingo 13 de
abril de 21014.)
Para alegría de
algunos y contrariedad de otros, la festividad retrasa una hora el desayuno. Dicho
motivo, no solo no aplaca la voracidad del personal, sino que la incrementa
sustancialmente. Cual buitres hambrientos (¡Andar no andaremos, pero “joer” como
comernos!), devoramos glotonamente ingentes cantidades de vituallas tales como:
Huevos fritos y cocidos, jamón, bacon, cecina, embutidos variados, quesos,
pastas, dulces, mermelada, fruta, yogures, vino, zumos, cafés, infusiones… con las consabidas
consecuencias: ¡Según come el mulo, así caga el culo!
Antes de partir
hacia el inicio de la etapa, nos instruimos convenientemente con “La Razón”.
Fiel garante y respetuosa veladora de nuestro bienestar informativo.
La etapa de hoy apenas
presenta dificultades orográficas, aunque la entrada y salida de León es ciertamente
ingrata pues transcurre por varios Km de asfalto.
Previa foto de
grupo, salimos de Mansilla (sin las mulas) por una senda paralela a la
carretera. Apenas transitados unos metros se desata la veda y se forman
diversos grupos: Unos a todo trapo (los velocistas), otros (el grueso del
pelotón) intentando compaginar las vistas del lugar con un ritmo más o menos transitable,
y por último (las turistas) parsimoniosas y sin prisa… ¡Total se quedarán en
León!
Dejamos atrás
Villamoros (sin divisar un solo turbante) y atravesamos el río Porma por la
pasarela que discurre junto al maravilloso Puente de Villarente, que da nombre
a la localidad. A la salida del pueblo, un par de novatos y “espabilados” peregrinos,
en su afán por agenciarse una credencial,
se despistan y se produce la primera pérdida de la mañana. Nada grave comparada
con la que sufrirán otro listillo y veterano peregrino (supuesto conocedor del
camino, cuyo nombre obviaré) y su fiel acompañante. El ínclito personaje (¡Sí, sí…el
de los billetes!) arrastrará a Don Ortega a una senda transitada por él en su antaña
peregrinación hacia León, hoy en desuso. Sin embargo, la insistencia de un
conductor del lugar le hará dudar al aventurero, de su capacidad y buenas
intenciones. Éste, entonces, desconfiando de su instinto y demostrando una
escasa autoestima, claudicará y obligará a su acompañante a desandar el camino para
recuperar la senda perdida, mayoritariamente transitada por los peregrinos con
cordura.
Tras Kms de
machacón asfalto alcanzamos León y allí se produce la primera desbandada
general. Unos hacia el hotel, otros de bares, varios a comer, los de en medio
no se aclaran y los “Espidis, a ritmo vertiginoso, camino de San Miguel.
Mientras los
turistas visitan la ciudad y contemplan sus fantásticos monumentos, con una hora de adelanto sobre el horario
previsto, los velocistas entierran sus penas y dan tregua a las llagas de los
inconscientes novatos (Eulàlia y Ramón), al amparo de una comilona en un Bar
del camino, en San Miguel. Otros, sufridores más calmados, dedicamos casi una
hora más a patear la tortuosa carretera que nos conduce a la meta. Finalmente,
solo un tercio de osados peregrinos (entre ellas la infatigable y meritoria
Ana) conseguimos alcanzar el objetico propuesto.
De vuelta al hotel,
nos asearnos, nos acicalarnos y en grupos reducidos (con devoción algunos/as,
interés relativo otros/as y simple curiosidad los agnósticos) nos encaminamos a
las céntricas calles de la capital, por las cuales discurren las típicas y ¿anacrónicas?
(a mi parecer, sí) procesiones de la Semana Santa leonesa, acompañadas de un
gentío de fervorosos devotos de todas las edades.
Tras el “espectáculo”,
algunos cenan de tapas, otros de restaurante y los menos ingieren piezas de
fruta a fin de limpiar y preparar el organismo para el descanso.
Fieles a la
tradición, los pecadores reciben nuevamente el castigo divino y comprueban como
sus llaves-tarjetas les niegan, otra vez, el acceso a las habitaciones ¡Hala! ¡Todos en
procesión, a recepción, a programar la tarjeta!
3.- (2ª Etapa): San Miguel del camino – Astorga.
(Lunes 14 de abril
de 21014.)
Frescos como una
rosa, después del reparador descanso, bajamos a desayunar, y para variar, nos atiborramos
hasta límites insospechados de todo aquello se interpone ante nuestros ojos ¿Raro,
verdad?
Amenizamos,
nuevamente, la digestión mañanera con las ”Razones” de nuestro siempre querido y bienintencionado Maruenda. ¡Cuánta
cultura y objetividad emanan sus artículos! Nada mejor que una buena ración de la
“Razón” para empezar el día con “humor” ¡La sonrisa es una vitamina esencial
para la vida!
Hoy nos dirigimos
a Astorga, capital de la Maragatería, en el tránsito entre el Páramo y los
montes de León, cuya cota, el Teleno, en lontananza, dormita inmaculado bajo un
copioso manto de nieve. ¡Cuán lejos queda la citada cumbre!
Un tercio de los
peregrinos reemprendemos la andadura en San Miguel. Los velocistas, con Ramón a
la carrera, a toda pastilla y los demás (Ana entre ellos), sin prisa pero sin
pausa, a buen ritmo. Avanzamos por el Páramo a través de veredas y caminos paralelos a la
carretera y, acompañados en algún tramo por “el ciclista”, vamos dejando atrás,
primero Villadangos y más adelante San Martín del Camino,
El resto de peregrinos
inicia la etapa en Hospital de Órbigo, atravesando el río por el espectacular Puente
Honroso. Dicho paso fue testigo de las
andanzas del caballero leonés Suero de Quiñones, el cual solicitó permiso al
Rey para celebrar un torneo en el cual deberían participar,
a la fuerza, todos los caballeros que pasaran por el citado
puente. Si se negaban a participar, debían depositar un guante en señal
de
cobardía y atravesar el río vadeándolo. La justa debía durar un mes, en
el cual
Suero de Quiñones llevaría colgada al cuello, cada jueves, una argolla
metálica, como prueba de amor hacia su dama Doña Leonor de Tovar. El
motivo de
las justas era poder librarse de dicha argolla peregrinando a Santiago
después
de haber vencido a todos los caballeros que se presentasen en dicho
puente. El
torneo comenzó el 10 de julio de 1434 y terminó el 9 de agosto del mismo
año,
día en que don Suero fue herido. Sólo hubo un descanso el díía
25, festividad de Santiago. Se levantó el tinglado junto al puente y
cada día se
comenzaba con una misa solemne y se terminaba con un gran festín. Las
crónicas
cuentan que sólo hubo una muerte al cabo del mes, la de un caballero
catalán
llamado Asbert de Claramunt, que recibió un lanzazo en un ojo
atravesándole el
cerebro. Cuando terminó el torneo, don Suero y sus amigos se dirigieron
en
peregrinación a Santiago a cumplir con la promesa hecha. Don Suero
depositó
allí la argolla y la cinta azul que simbolizaba su amor por la dama y en
la que
estaba escrita una leyenda que lo atestiguaba.
A la salida de
Hospital de Órbigo el camino se bifurca y nos ofrece dos alternativas hasta converger en el
crucero de San Justo. Los del grupo B escogen la ruta que discurre por caminos del
interior, entre sembrados, pueblos, bosques y un precioso lago. Es algo más
larga pero bastante más amena y agradable. El grupo A, para evitar algunos Kms a
nuestras piernas, nos decidimos por la otra. Algo más corta y con menos
desnivel, pero infinitamente más fea y tortuosa, al discurrir por asfalto.
Poco a poco, el
cansancio y el fuerte ritmo de la marcha comienzan a hacer mella en los
peregrinos de nuestro grupo. Mientras, recibimos noticas de la llegada a buen
puerto del resto de caminantes: Velocistas y peregrinos menos sufridores.
Por fin, y tras
zigzaguear por un inacabable puente metálico de color verde, atravesamos la vía
ferroviaria que nos separa de Astorga y enfilamos la carretera que bordea la
ciudad en pos de la estación de autobuses, final de la etapa.
Acomodados
en el
autocar nos dirigimos a la piscifactoría de Villanueva de Carrizo, donde
la
lugareña y diligente Mª Ángeles nos ha reservado mesa y mantel para
degustar productos típicos de la zona. El hambre provoca alguna que otra
queja por la
velocidad con la que ciertos platos desaparecen ante nuestras narices.
Finalmente aplacamos el apetito con una
abundante y deliciosa sopa de truchas que, a pesar de nuestra
desmesurada gula, no conseguimos finiquitar.
Saciados los
estómagos nos encaminamos a casa de Mª Ángeles. Allí, en el patio de una magnífica
morada, junto a ella y sus hijos, nos reciben su madre (Presen) y su tía
(Josefa) con una montaña de dulces caseros. La exquisitez de los mismos hace
olvidar al personal, de inmediato, que venía con el estómago a reventar. Quien más
quien menos se atiborra de pastas, leche frita y demás manjares. ¡Parece que no
hubiéramos comido en meses! ¡Qué incontrolable glotonería la nuestra!
Sin embargo, el
mejor de los regalos no consiste en la exquisitez de los alimentos degustados,
sino en la amabilidad y el cariño que
recibimos de parte de las anfitrionas, las cuales nos acogen con la mejor de
sus sonrisas, dispensándonos un trato del todo inmerecido y haciéndonos sentir
unos auténticos privilegiados. En nombre de GrManía ¡Gracias mil, SEÑORAS!, por
tan maravillosa velada, por su hospitalidad y por la demostración de afecto y
cariño hacia unos desconocidos.
El idílico lugar
nos sirve de excusa para montar una improvisada y alegre fiesta de cumpleaños
en honor de tres de los tenores GRManos (Pepe, José y Rosendo). ¡Muchas
felicidades amigos! ¡Que ustedes cumplan muchos más y yo que lo vea!
Hartos, pero agradecidos
de haber compartido esa inolvidable experiencia con gentes de bien, entre
sonoros ronquidos, retornamos risueños y felices al hotel.
Tras el
pertinente aseo y tuneados para la ocasión, partimos en tropel, a disfrutar,
una vez más, de los placeres de la noche leonesa. Nos cruzamos con varias de
las procesiones. Visitamos lugares típicos de la ciudad (San Marcos, catedral,
casa de botines, palacio de los guzmanes, colegiata de San Isidoro, plaza
mayor, etc.). Practicamos la sana costumbre del alterne: copas y tapas por
doquier, y finalmente, de madrugada, regresamos
a la guarida de los guerreros a descansar.
De nuevo, los
infieles peregrinos comprueban, atónitos, una vez más, cómo sus tarjetas se
resisten a franquearlos el acceso a las habitaciones y deben pelearse, otra
vez, con la recepcionista. Solo los individuos de moral intachable, entre ellos
Francisco Troya y yo, quedamos exentos del castigo ¡Nuestra llave funciona!
4.- (3ª Etapa): Astorga – Cruz
de ferro de Foncebadón.
(Martes 15 de
abril de 2101).
Para qué comentar
nuevamente nada de lo relacionado con el desayuno si todos conocemos el final
de la película. ¡Viva el ayuno de los penitentes peregrinos!
Adentrados en la
comarca del Maragato, vislumbramos, en la lejanía, la ascensión que nos conducirá
a la cota del Camino (la Cruz de Ferro de Foncebadón).
Absolutamente
fragmentados ¿cómo no? acometemos el recorrido de la etapa.
El grupo A parte
de la estación de Astorga y apenas si transita compacto un centenar de metros,
pues los velocistas arrancan la moto a la altura de la catedral y desparecen de
nuestra vista. Otros, nos acomodamos a otra marcha. Y los fotógrafos se
adentran en la catedral para visitar e inmortalizar el templo con sus cámaras.
El grupo B parte de Murias de Rechivaldo y el C de Santa Catalina de Somoza.
Cada cual a su
ritmo, por pistas que discurren entre pueblos, monte bajo, prados y sembrados, avanzamos por la Maragatería dejando
atrás sus pequeñas aldeas.
Entre
el Ganso y Rabanal
del Camino se producen los primeros escarceos y fusiones de las
facciones GRManas.
Carlos, que se había quedado rezagado en compañía de Antonio y Rafael,
nos da
alcance a los solteros de oro (José, Rosendo y yo) e imprime un ritmo
frenético
que impide a sus otrora compañeros contactar con nuestro grupo. La
radiofrecuencia vomita múltiples e irrepetibles blasfemias dirigidas al
mentecato individuo, acusándolo de insolidario de vil y traidor.
Entre la maleza
de un bosque de pinos transitan, Cati, Ana y Carmen, que justifican su insólita decisión bajo pretexto
de que allí se cobijan a la sombra de los mismos. No dura mucho su aventura
silvestre y de inmediato recuperan la senda correcta, uniéndose a nosotros en
el momento de alcanzarlas. Cati acomoda sus pasos a los nuestros y camina junto
a nosotros hasta el final de la etapa. Ana y Carmen, por su parte, ralentizan
el paso, se descuelgan y nos hacen dudar (sobre todo a algún descreído como yo)
de que a ese ritmo consigan alcanzar el final de la etapa dentro del horario
previsto.
Atravesamos
longitudinalmente Rabanal y a la salida del pueblo rellenamos nuestras
cantimploras en un manantial que brota a la vera del camino. Un par de jóvenes,
giris de buen ver, observan atónitas y desconfiadas nuestro proceder y no se
deciden a imitarnos hasta que un servidor les informa de que pueden
aprovisionarse en el citado manantial, pues el agua es potable y de buena calidad. La
más osada de ellas se cuela ante mis propias narices, se planta delante de mí
y, en posición algo indecorosa, se dispone a rellenar su odre con el líquido
elemento, obligándome a depositar mis inocentes ojos en sus posaderas.
En el ascenso a
Foncedabón (antiguo poblado ruinoso actualmente en franca recuperación) alcanzamos
a Maribel y Paco Ortega y de inmediato
somos engullidos por Antonio y Rafael. Tras una leve parada para sellar y
reponer fuerzas, en uno de los albergues del poblado, reiniciamos el ascenso
por praderas encharcadas con el agua del deshielo que alimenta las fuentes y
regatos del idílico entorno. ¡Remanso de paz, pureza y libertad para mentes
enjauladas!
Poco después
alcanzamos la cumbre de la mítica Cruz de Ferro, donde hace rato descansa la mayoría de nuestros compañeros
peregrinos. Mientras esperemos la llegada de Anna y Carmen (¡Perdónenme mozas por
desconfiar de ustedes!) los fotógrafos, con sus artilugios, inmortalizan el
momento en múltiples instantáneas.
Tras recibir, entre
vítores y aplausos, a las valientes campeonas, ponemos rumbo a Rabanal para reponer
fuerzas en "El Refugio". La gente seria nos conformamos con el Menú de la casa, sencillo pero
exquisito, y en silencio, paz y armonía damos buena cuenta de él. Los “Otros”,
¡Dios mío qué banda!, se zampan un pantagruélico Cocido Maragato en medio de un
escandaloso griterío, aderezado a su vez, con risotadas sarcásticas y múltiples
desvaríos ¡Ay, ay, ay qué mal les sienta el agua a algunos!
En el camino de regreso
al hotel, los garbanzos, los excesos y, en menor medida el cansancio, amodorran
al personal y el silencio se adueña del autocar.
La tarde-noche
transcurre de nuevo entre procesiones, vinos y raciones, para la mayoría,
mientras la juventud (Aitor, Laura, David y Eulalia) trasnocha hasta altas
horas de la madrugada con el consiguiente desvelo de sus sufridos progenitores.
En cuanto a lo de
las llaves de las habitaciones ¡Más de lo mismo! ¡A recepción!.
5.- (4ª Etapa): Cruz de Ferro -
Ponferrada.
(Miércoles 16 de
abril de 2014.)
Tropezamos en la
misma piedra en lo referente al desayuno y la prensa escrita. Eso sí, de buena
mañana alguien sufre una ligera indisposición gastrointestinal. Resulta complicado discernir si el causante del
percance gástrico obedece al pertinente atracón mañanero o a la lectura
continuada de la indigesta “Razón”.
Por primera vez
en las últimas jornadas partimos todos compactos y el grupo se mantiene unido
durante gran parte de la mañana. La belleza del paraje invita a la
contemplación: A nuestra izquierda los Montes de León con sus cumbres nevadas,
al frente la Sierra de los Ancares, a la derecha la Cordillera Cantábrica, ante
nosotros una sucesión de preciosas ondulaciones de valles y gargantas, y al
fondo el Bierzo, donde la “Independencia” hace años se mantiene bien arraigada.
Tras visitar el
cutre Refugio de Manjarín (ausente hoy su zumbado posadero) con su letrina al aire libre, avanzamos por
senderos de montaña y vamos dejando a nuestro paso: preciosas praderas donde
pastan las vacas, esqueletos de antiguos poblados hace décadas abandonados,
riachuelos que rezuman agua por los cuatro costados, valles y montes cromados
de diferentes tonalidades de verde, campos floreados, y una paz silenciosa que eriza la piel y
purifica el alma del atormentado peregrino.
Descendemos
bruscamente por un camino pedregoso y divisamos al fondo la planicie de
Ponferrada, nuestro destino. Atravesamos el Acebo y más adelante Riego de
Ambrós. A la salida de esté, en un recodo del camino, nos topamos con un Bar anclado en una preciosa
pradera que invita a descansar. Algunos osados decidimos aparcar las prisas y darnos
un pequeño homenaje, matando la sed con una deliciosa cerveza y
recuperando el resuello cobijados al amparo de una inmensa sombrilla.
Reanudado el
camino, a nuestro paso, nos topamos con varios animalillos que calientan sus
cuerpecitos bajo los primaverales rayos de la soleada mañana: Pajaros trinando; una pequeña lagartija
que corretea espantada delante de nuestros ojos en busca de refugio; un lagarto
verdoso, de tamaño considerable, que nos desafía con la mirada, y una pequeña
serpiente marrón que, sigilosa e inmóvil,
permanece anclada al camino y con la boca abierta amenaza nuestra
presencia, para retirarse finalmente, marcha atrás, desapareciendo zigzagueante entre la
maleza del lugar.
Al medio día,
atravesamos el río Meruelo por el mítico Puente romano de los Perigrinos (en la
ribera del mismo Ana descansa y pone en remojo sus pies) y penetramos en el Bierzo recorriendo Molinaseca por su famosa Calle Real,
hasta alcanzar el crucero Jacobeo. De aquí hasta la meta apenas nos
separan 8 Km, pero la belleza que nos
había acompañado durante toda la etapa se transforma, ahora, en una tortura
asfáltica que martiriza los pies, machaca las articulaciones y nos acompaña
hasta el final de nuestra peregrinación del 2014, Ponferrada.
La hora de la comida
en Ponferrada es un desmadre absoluto: Unos por aquí, otros por allá y el resto
por donde pueden. Los más adelantados se decantan por un menú de degustación y
comparten experiencias culinarias con las vivencias de un peregrino (remojado
en abundante vino) que pretende agenciarse alguna mochila, ¡da igual la que
sea! pues ha olvidado la suya en... ¡Sabe Dios qué Bar!
Concluida la
Peregrinación 2014, regresamos cansados pero felices al hotel.
Parte del grupo decide
despedirse de León compartiendo vivencias con los lugareños. En uno de esos
encuentros, Paco Victoria interroga a una devota penitente sobre la posibilidad
de que ésta le preste la peineta. Para sorpresa general la susodicha acepta la
petición, pero la víbora le aconseja que se agencie unas chinchetas si quiere
anclarse el artilugio a la cabeza ¿por qué será?
De regreso al hotel el
diluvio universal se ceba con el grupo del Sr. Victoria empapándolos de arriba
a abajo. De tal calibre es el remojón que María Ocaña comenta que hasta Paco Victoria
ha tenido que secarse el pelo con secador. ¡Cómo tiran a dar las mujeres! ¿Eh,
Paco? ¡Eso es amistad y lo demás cuento!
Otros despiden la
Peregrinación, mordiéndose las uñas frente al televisor, con el enfrentamiento
futbolístico entre el Barça y el Madrid. El partido es un auténtico tostón indigno
de dos de los supuestos mejores equipos del mundo. Los de blancos se dedican a
correr como pollos sin cabeza y a dar pelotazos sin sentido ¡Viva el rugby!;
por su parte los de rayas deambulan por el campo dándole vueltas a la pelota
como si fuera un cacahuete en la boca de un desdentado y con menos peligro que
una escopeta de jabón. Resultado: ¡Ganan los que chutan a portería!
6.
El regreso a
casa. (Jueves 17 de
abril de 21014.)
Tras entregar las “malditas” llaves-targeta en recepción y despedirnos
de “La Razón” abandonamos el hotel para
trasladarnos a la estación y emprender el viaje de regreso a casa. Entre
nosotros, en la fila de embarque, se infiltran un par de ancianos que, habiendo
perdido su tren con destino a Alicante, pretenden subirse al primero que se
ponga en marcha, sea cual sea su destino. El joven encargado del control de
pasajeros necesita de toda su pericia y convicción para concienciar a la anciana pareja
de su error y hacerlos desistir de su ilógico empeño.
Repartidos
en dos vagones del tren, entre conversaciones, bromas, lectura
y visitas de cortesía al bar y los amigos,
consumimos las horas, los bocatas y el vino de la bota de Paco
(¡Muchísimo
mejor el tuyo, amigo!). Mientras, por la ventanilla, discurren a
velocidad de
vértigo: campos y sembrados multicolores, praderas moteadas de
herbívoros pastando, carreteas, caminos y senderos, pueblos y ciudades,
bosques, montañas y ríos. ¡Qué preciosidad de paisaje primaveral! ¡Cuán
bonito y diverso es este maravilloso país! y… ¡Qué pandilla de corruptos
y mentirosos lo
desgobiernan!
Para amenizar el viaje, a pesar de mi oposición, nos vemos “obligados” a hacer una moderada cata de las
galletas maragatas, obsequio de Mª Ángeles, su madre y su tía. Posteriormente,
en el momento del desembarco, se rompe la bolsa que contenía los dulces caseros,
la lata se estrella contra el suelo y unas pocas unidades acaban despanzurradas.
Por suerte la gran mayoría permanece intacta dentro del recipiente en espera de
ser degustadas por la multitud GRMana , en la próxima etapa del GR7.
Fotos de Antonio Gil (Camino 2014)
Fotos de Rafael Cañero (Camino 2014)
Fotos de Josep Ferrer (Camino 2014)
Hostelería en León y
provincia:
El besugo (León)
Barrio Húmedo de León.
Restuarante piscifactoria
(Villanueva de Carrizo)
Hostal-Mesón "El refugio" (Rabanal del camino)
Camino de Santiago. Semana Santa 2013. (año 4)
1. El Viaje (Sábado 23/03/2013)
Parece que fue ayer cuando dábamos por terminada nuestra peregrinación del 2012, en Castrojeriz (En el 974, el Conde de Castilla García Fernández le
otorgó el Fuero de Castrojeriz; que se considera como el 1º otorgado en
toda Castilla, y donde equiparaba a cualquier campesino que poseyera un
caballo con un infanzón (caballeros villanos) pero
ha transcurrido ya un año desde entonces. Qué razón tenían nuestros
mayores cuando afirmaban que a cierta edad el tiempo no corre… ¡Vuela!
A
primeras horas de la mañana, el autocar recorre las calles de Terrassa
recogiendo Peregrinos. Al ser de los primeros en acceder al vehículo
escojo un asiento en primera fila, pero… ¡mi gozo en un pozo! apenas me
apeo en la segunda parada (para ayudar a los GRManos a colocar sus
maletas) observo como mi privilegiada posición es usurpada por otras
Peregrinas. Al perecer, mi presencia no es del todo grata por allí y me
veo obligado, sin rechistar, a instalarme en la parte de trasera ¡Ellas
se lo pierden!
Puntualmente
abandonamos la ciudad. Tras dejar atrás la provincia de Barcelona, y
recién adentrados en la de Lleida, tiene lugar nuestra primera parada:
La Panadella. Parece ser que el conductor se ha propuesto reflotar el
negocio del lugar a nuestra costa, pues en el último mes hemos parado
allí tres veces. Curiosamente, las “parejas” acceden al Restaurante
mientras los “pobres” (solteros y solteras) nos quedamos en el exterior
degustando nuestro desayuno casero y del morapio de Don Ortega.
Terminado
el almuerzo, nos recolocamos en el autocar y las “mozas” se quejan del
frío que congela su zona. Tal vez sea debido a la proximidad de la
puerta, o ¿quién sabe, si a un “microclima” que se ha generado por allí?
Suplicamos al conductor que suba la calefacción pero, o hace oídos
sordos, o hasta el lugar no llegan los calores, pues el frío sigue
instalado en la parte trasera ¡Suerte que aún no viene acompañado de la
“música”, pues la mezcla sería insoportable!
Abandonamos
Catalunya y nos adentramos en Aragón, por el verde y exuberante Valle
de Cinca. A éste, le sucede el desolado paisaje de los Monegros, roto
ocasionalmente por los cultivos de regadío del “jocoso” Mar de Aragón.
Apenas algún que otro pueblo abandonado, con sus casas en ruinas,
encontramos hasta las puertas de Zaragoza.
Atravesamos
la capital maña dejando a nuestra izquierda la Pilarica; más adelante
el Ebro, y al lado la torre del agua: edificio emblemático de la
ExpoZaragoza 2008, hoy sin uso aparente (otra muestra más del
despilfarro de nuestros recientes días de vino y rosas). Todo ello
amenizado, ahora sí, por la infame música que nos “regala” el conductor.
¡Jesús qué cruz nos espera! ¡Eso es penitencia y lo demás tonterías!
Continuamos por la autopista del Norte y, tras un efímero paso por la provincia de Navarra, remontamos el Ebro en pos de Calahorra (segunda parada y lugar reservado para la comida). A nuestra derecha reverdece la ribera con sus típicos cultivos: trigo, cebada, alfalfa, coliflor, guisantes, espárragos, pimientos, habas…; a la izquierda,
entre los trigales, parques eólicos con incontables molinos de viento; y
en la lejanía, el Sistema Ibérico, cuya cota (el Moncayo) luce un
majestuoso manto de blanca nieve, atípico para estas fechas,
presagiando, tal vez, aquello de: ¡Año de nieves año de bienes!
El
buen hacer de Don Josep Ferrer hace que nos reciban en el Restaurante
con la mesa puesta. En apenas unos minutos damos cuenta de las viandas
cual buitres famélicos ¡La cosa promete! Lo del vino de mesa merecería
un capítulo aparte: ¿Alguien puede entender que en la tierra del vino te
pongan caldos de tan ínfima calidad en los Menús?
A
la hora del café, a punto estamos algunos avispados, de padecer un
corte de digestión, pues observamos cómo el conductor se acerca a la
barra del Bar y, tras sopesarlo concienzudamente, se dispone a ampliar
su discografía musical con una cinta de Camela. Por suerte, declina el
gasto a última hora y nos libra del castigo. Pasado el susto, Evaristo
solicita al conductor explicaciones a tal desaguisado musical y éste le
responde. - Es la música que la empresa me proporciona para los “abuelos”. ¡Apaga y vámonos! ¡Regulares caminantes, glotones y encima viejos!
Saciado
el apetito, reiniciamos la marcha y recorremos la Rioja entre sus
milimétricos y bien cuidados campos de vides. Durante algo más de media
hora y al son de la infame “música” que martillea nuestros oídos, reina
la paz y el silencio sepulcral (sólo roto por algún que otro ronquido)
se instala en el autocar.
Alcanzamos
las últimas estribaciones del Sistema Ibérico por la Sierra de la
Demanda, dejando a nuestra izquierda las nieves de los Picos de Urbión y
la estación de esquí de Valdezcaray, para acceder a Castilla por la
provincia de Burgos. De nuevo, los verdes campos de cereales sustituyen a
los viñedos y el páramo, con sus pequeñas ondulaciones, se convierte en
nuestro acompañante en pos de Tierra de Campos.
En
Palencia, su capital, establecemos la residencia de nuestro periplo
viajero y, como un adelanto a lo que nos espera en días posteriores, el
señor conductor nos pierde por sus calles y a duras penas consigue
localizar el hotel.
Una
vez alojados todos en nuestras respectivas habitaciones, en grupos
reducidos, nos lanzamos en busca y captura de las típicas tapas y
pinchos palentinos de: Don Jamón, Los Candiles, Las Gaviotas, La
Mejillonera y otros Bares, que regadas con cerveza o vino hacen nuestras
delicias, sacian nuestro apetito y sirven de improvisada cena.
2. Primera etapa Castrojeriz – Frómista (Domingo 24/03/2013)
La
mañana amanece nublada y las previsiones, poco halagüeñas, hacen mella
en algunos Peregrinos, que se escudan en la “futura” lluvia para acortar
su Peregrinaje.
La
mala leche de alguno de los “nuestros” nos obliga a recorrer 1 Km
extra, al no permitir apearnos del autocar a la entrada de Castrojeriz.
Fruto de esta patraña, Antonio Gil jura y perjura que hará todo lo
posible, y lo imposible, por dar alcance a los “recortadores” de
caminos. Doy fe de que pondrá todo su empeño en ello, hasta el punto de
agotar, casi por completo, nuestra resistencia con el ritmo infernal que
imprime durante la jornada.
Nada
más cruzar el río Odra, la cuesta de Matajudios hace mella en varios de
nosotros, que nos vemos impotentes para seguir su endiablado caminar en
pos del Teso de Mostelares. En su ascenso, de apenas 2 Kms, el grupo
de Antonio, Carlos y David va dejando el camino sembrado de cadáveres;
tras ellos, a unos cien metros, coronan Evaristo y Cristina; más atrás y
en solitario, sufro yo solito, seguido de Josep y María; y cierran el
grupo Pitu y Dolors, que no entienden absolutamente nada de lo que
sucede entre sus “supuestos compañeros” de aventuras, pues cada cual va a
la suya.
Atravesamos la planicie de Mostelares y emprendemos un vertiginoso descenso (18%) que nos descubre el inabarcable paisaje de Tierra de Campos (otrora considerado el “Granero de España”). Empeñado
en no transitar en solitario por la amplia meseta Castellana, emprendo
una frenética carrera hasta dar alcance a Evaristo y Cristina.
Poco
a poco, los desbocados de delante van ralentizando su marcha y eso
permite la fusión de los dos primeros grupos. Reagrupados, pasamos junto
a la Ermita de San Nicolás y atravesamos el Pisuerga por Puente Fitero,
para abandonar la provincia de Burgos y acceder a la de Palencia. Algo
más de 1 Km nos separa de Itero de la Vega, lugar de partida de nuestros
predecesores. A estas alturas, gracias a
la radiofrecuencia, ya conocemos la distancia que nos separa de ellos y
nuestra moral está por las nubes. Nubes que, momentáneamente, surcan el cielo azul en son de paz y dan cobijo a la inmensidad del los Campos de Castilla, cuyo horizonte se pierde a nuestra vista.
A
lo lejos, en las proximidades de Boadilla del Camino, observamos ya
algunas de las rezagadas unidades delanteras y afilamos nuestros
colmillos ante el olor de su sangre.
Nos
encontramos una gorra perdida por un Peregrino y damos cuenta de ello a
nuestro jefe Pepe Hervás para que localice al propietario del tesoro. (Su
dueño resulta ser un Peregrino que decidió invertir sus caudales en
6000 botellas de vino Argentino, para venderlos por estas tierras, con
el consiguiente batacazo, pues… ¿Solo al tonto de Abundio se le
ocurriría ir a vendimiar y llevarse uvas para la merienda!)
A
la entrada del pueblo, pastando en una verde pradera, nos reciben: un
rebaño de ovejas Churras (bastante sucias por cierto); un negro jumento
que nos observa con sus ojos de borrico ocioso; y el vigilante pastor
acompañado por sus amaestrados canes.
Carlos
y yo nos acercamos a la plaza para admirar el impresionante Rollo
Gótico Jurisdiccional y allí nos encontramos con las “mozas del grupo”. A
destacar el empeño de un individuo enfundado en un mono de trabajo para
que visitemos el Albergue y nos tomemos una cervecita en el Bar ¡Su
insistencia no doblega nuestra resistencia!
Antonio
y David, embriagados por el olor de sus presas, declinan la visita al
lugar. Tal es su afán de caza que sin percatarse adelantan a la mayoría
de los Peregrinos, pues éstos se hallan en el Bar, descansando y
degustando cervezas y algún que otro café.
Finalizada
la visita al monumento, nos reincorporamos a la marcha y adelantamos a
la gran mayoría de los parsimoniosos predecesores cuando éstos abandonan
el Bar.
Aquejado
de una indisposición intestinal que le maltrata, física y mentalmente, y
le impide disfrutar de la etapa; cabizbajo y silencioso, camina Rafael,
a un ritmo desconocido para él. ¡Aguantar la jornada en su estado es
digna de encomio y propia de titanes! ¡Alguno en su estado hubiéramos
necesitado de un tapón anal para contener los esfínteres!
De improvisto, nos topamos con el Canal de Castilla (colosal obra de la Ilustración iniciada a finales del siglo XVII) el
cual discurre, pausado y silencioso, a nuestra vera hasta el final de
la etapa dominical. A la altura de las esclusas, con Frómista a nuestros
pies, los cazadores se lanzan en una carrera desbocada en pos de sus
presas, pero éstas, conocedoras de las intenciones de sus predadores,
apenas han descansado durante la jornada y hace algunos minutos que
descansan, ya, tranquilas y victoriosas, sentadas en un muro de piedra
de la plaza. ¡De nuevo, aunque por los pelos, la caza no ha tenido
éxito!
Reunidos
todos, nos dirigimos al Restaurante y degustamos con apetito (a pesar
de tener que regarlo, nuevamente, con un vino de ínfima calidad) el Menú
elegido el día anterior, en el autocar, por cada uno de nosotros, y
transmitido previamente por Josep Ferrer.
Incompresiblemente,
los “serviciales” responsables del local se niegan en rotundo a
preparar un simple arroz para el indispuesto compañero, Rafael, con el
consiguiente cabreo y malestar de todos nosotros. Tal “delicadeza”
excluye al citado “Bareto” de cualquier visita futura a sus
instalaciones. ¡Al menos por mi parte!
Acabada la comida, y previo a nuestro regreso a Palencia, visitamos las Iglesias de:
San Martín (siglo XI). Uno de los templos románicos más completos de toda Europa. Destacan
en él sus armoniosos ábsides y cimborrio, sus canecillos e impostas, y
en el interior, los capiteles labrados con un extenso repertorio de
imágenes sacras y profanas.
San Pedro. Templo
gótico que se comenzó a construir en el siglo XV, aunque no fue hasta
el siglo siguiente cuando recibió su forma definitiva. Posee una torre
de cuatro cuerpos, de aspecto rotundo y macizo. Uno de los elementos más
interesantes del exterior es la portada renacentista, trazada por Juan
de Escalante hacia 1560.
A nuestra llegada al Hotel, a las puertas del mismo, observamos los preparativos para la Procesión del Santo Rosario del Dolor que a punto está de discurrir por allí. Varios de nosotros, entre ellos algún ateo como yo, salimos a ver el “espectáculo”.
La
cena de la noche tiene lugar en el Restaurante del hotel. En el
instante en que la camarera procede a servir el segundo plato, Don
Ginés, disimuladamente, se lanza contra ella provocando que el guisado
de conejo, que ésta iba a servirle, acabe esparcido por encima de su
camisa y pantalón. La pobre e indefensa camarera, con el rostro
enrojecido, solicita el perdón del damnificado y no tiene más remedio
que hacerse cargo de las prendas ensuciadas involuntariamente. Previo
paso por la lavandería, las mismas, son devueltas al ínclito personaje
que con burlona sonrisa se hace el disimulado. La irresponsable
actuación del señor de la barba afecta de tal forma a su esposa,
Sonsoles, que ésta acabará sucumbiendo a una febril enfermedad en un par
de días.
3. Segunda etapa: Frómista – Carrión de los Condes. (Lunes 25/03/2013).
El
día se despierta nuevamente envuelto en negros nubarrones que cubren el
cielo en su totalidad y descargan sus aguas sobre el Norte de la Meseta
Castellana.
Tras
un desayuno pantagruélico, nos acomodamos en el autocar para
desplazarnos a Frómista. A las afueras de Palencia, el chófer nos
“obsequia” con una inútil vuelta a una rotonda, sin motivo aparente.
Recién recuperado el rumbo, recabamos la opinión de nuestro particular
meteorólogo (Antonio Gil) sobre las previsiones que nos deparará la
jornada de hoy. Éste, se muestra ligeramente optimista y confiesa que
existen ciertas posibilidades de que nos libremos del aguacero, en unas
horas. ¡Menudo adivino, jajaja!
Al
descender, en Frómista, desembalamos los chubasqueros para cobijarnos
de la lluvia, fina pero persistente, que nos acompañará durante todo el
trayecto, hasta empaparnos.
Emprendemos
la marcha, caminando, en paralelo a la carretera, por una ancha pista
señalizada con unos cotos de piedra, grabados, todos ellos, con la
concha de Santiago. Unos partimos de Frómista, otros de Población y la
gran mayoría de Villalcazar de Sirga.
Al llegar a Villalcazar, algunos pretendemos visitar la Iglesia de Santa Mª (Templo-fortaleza construida por la Orden de los Templarios a finales del siglo XII, en la transición del románico al gótico. Su estructura quedó seriamente afectada por el terremoto de Lisboa, 1755), pero
está cerrada ¡Qué raro!. Para aliviar el disgusto, unos sustituimos la
oración en el templo por un buen trago de vino de la bota en el pórtico;
otros optan por tomar algo al calor de un Bar; y los más, se deciden
por los Almendrados de Villasirga.
Reanudamos
la marcha al compás de la lluvia y el viento, que nos persiguen
impasibles hasta Carrión, hasta empaparnos de pies a cabeza. Allí,
gracias a la diligencia de Pedro y Josep Mª, tenemos reservado un lugar
para comer en el Café-Bar Conde Garay. Para aliviar la espera hay quien
intenta visitar el convento de Santa Clara (siglo XIII), sin conseguirlo, o la Iglesia de Santa Mª del Camino (Románica del siglo XII), donde
sellan la credencial. Mientras, Paco Ortega, Maribel, Antonio y yo, al
calor de una estufa de butano, nos secamos, charlamos con los lugareños y
degustamos una rubia cerveza.
La
comida tiene lugar en un reservado de citado Bar. Viendo cómo mi
compañero de habitación (Paco Troya) se decanta por un plato de judías,
decido imitar su estrategia a fin de reponer mi arsenal de gases de
metano ¡Vaya a ser que se desate la guerra!
El
propietario, un tipo chulesco y engreído, nos escatima el calor de la
calefacción y, ante nuestras quejas, pretende de hacernos comulgar con
ruedas de molino. Finalmente, y para quedar bien, nos invita a una copa
de un licor de café que deja bastante que desear, pero que me viene al
pelo para brindar por nuestro “infalible meteorólogo”. ¡Un amigo!
El
buen hacer de los ciclistas y su diligencia a la hora del cobro, nos
alivia el final de la comida y abandonamos en local con más pena que
gloria, destemplados y mojados aun.
A
pesar de las buenas intenciones de nuestros compañeros, exentos todos
ellos de cualquier responsabilidad, parece ser que no estamos teniendo
demasiado suerte con los mesoneros en las comidas del medio día.
Accedemos
al autocar protegidos por nuestros paraguas, pues la lluvia persiste
machacona. Aunque nuestro destino está a la izquierda, el ínclito
conductor gira a la derecha y nos da otra vueltecita a una rotonda,
para volver de nuevo al punto de partida. De inmediato, los Peregrinos
se sumen en una profunda “meditación” durante la cual el silencio se
apodera del habitáculo. ¡Algún mamonazo inmortaliza a los soñadores!
La
entrada a Palencia se produce por una zona contraria a la habitual y
nos encontramos al otro lado de la vía del tren. Momentos antes, hemos
ido despertando de nuestro letargo, al son de las tortuosas murgas de:
Bertín, Dyango, Jeannette, Formula V …
Con
el hotel a la vista, un escalofrío recorre nuestros cuerpos, al
percatarnos de que el autocar no puede acceder al túnel que cruza la
vía, por debajo. Entonces, nuestro “no muy espabilado conductor” (en
palabras de alguno de los de atrás), inicia una aventura de: calles,
cruces, avenidas, rotondas y giros que despeja de inmediato al personal.
El choteo se apodera del autocar y las quejas sobre la música y la
excursión se hacen patentes. Para sorpresa general, el conductor decide
apagar el fuego con gasolina y en lugar de librarnos de la música, nos
la planta a todo volumen. Al ritmo de “UN RAYO DE SOL” estalla el ánimo
de los “cantores. Los paraguas se convierten en micrófonos y, a voz en
grito (Paco Ortega a la cabeza), se monta un evento musical que para sí
quisiera el festival de Eurovisión. La improvisada excursión eleva los
ánimos, llena de carcajadas el autocar y hace que olvidemos los malos
tragos de la mañana ¡Viva la música!
Finalmente,
el bus turístico consigue cruzar la dichosa vía, los aplausos atruenan a
bordo del mismo y damos por concluida la visita turística a la ciudad
de Palencia ¡Se acabaron las vueltas! – apostilla nuestro “Fernando Alonso” particular para zanjar el tema.
La
indisposición y el malestar general han impedido a Rafael la
Peregrinación por tierras castellanas, obligándole a permanecer
enclaustrado en el Hotel. Sin embargo, parece ser que ha peregrinado
repetidamente de la cama al WC y viceversa. Así mismo, a la hora de la
comida, ha debido recorrer un sinfín de Bares y Restaurantes, hasta
localizar uno que le preparara un triste plato de arroz hervido ¡Menuda
servicialidad la de estos hosteleros!
La
cena de la noche transcurre sin ningún incidente reseñable, pues Ginés
no se atreve a repetir su actuación y nadie osa usurpar el puesto al
actor principal. Alguno que otro empieza a preguntarse… ¿A qué hemos
venido? ¿A andar o a comer?
4. Tercera etapa: Terradillos – Bercianos del Camino. (Martes 26/03/2013).
Por motivos logísticos, de cara al día de regreso, debemos alterar el orden de las etapas y hoy partimos de Terradillos (cuenta
la leyenda que un Maestre Templario, antes de su muerte, enterró allí
la gallina de los huevos de oro. ¡Tan bien, que aun nadie la encontró!)
Uno
ya pierde la cuenta de los grupos y subgrupos que se forman:
Terradillos –Bercianos, San Nicolas-Bercianos, Sahagún- Bercianos; y los
más curiosos… “Sahagún-Sahagún” y “Palencia- Valladolid”). Imposible
dilucidar las distancias que cada uno de ellos recorre, lo que está
claro es que también hay prisa por llegar, pues pierdo mi gorra, recién
salidos del pueblo, y aunque solo debo retroceder 100 metros para
recuperarla, necesitaré “volar” durante 1,5 Km hasta reintegrarme,
exhausto, entre los velocistas.
A
las puertas de Moratinos, Antonio y yo nos descolgamos del grupo para
cosas más “íntimas”, y no será hasta alcanzar la Iglesia de la Virgen
del Puente (en las inmediaciones de Sahagún) cuando nos reagrupemos con
Josep y María; más adelante con Evaristo y Ginés, y finalmente con
Carlos y David.
Atravesamos Sahagún escopeteados sin acercarnos a sus principales monumentos (Iglesias románico mudéjares de: San Lorenzo y San Tirso (S. XII) y Santuario de la Peregrina (S. XIII), aunque si pasamos por delante del “Arco de San Benito (1660), (únicos restos que se conservan en pie del antiguo Monasterio de San Benito S. XI).
Al
cruzar el río Cea y dejar atrás el pueblo, arrecia la lluvia y nos
vemos obligados a protegernos con todo tipo de artilugios: Paraguas,
chubasqueros, gorras, pantalones…
A
la altura de Calzada del Coto, Zeus nos da una tregua y nos
desprendemos de la “capelina”. Antonio se dirige a mí y me comenta con
voz melosa y aterciopelada: - Si lo haces con delicadeza te dejo que me la metas (¡la “capelina”, mal pensados!). A lo que yo respondo: - Lo haré con sumo gusto y acto seguido procedo a metérsela (¡la “capelina”, eh!). Entonces, yo le traslado mi propuesta y le digo. – Anda, métemela tu también a mí (¡la
“capelina”, digo!) y el actúa con delicadeza. Pero…ingenuo de mí, pues
he olvidado el brindis por sus desaciertos meteorológicos, le insto a
meterme el paraguas (¡en la mochila, quede bien claro!) y él se venga
salvajemente. Introduce el paraguas con violencia desmesurada por la
abertura y acto seguido hace intención de abrirlo, con lo cual una
varilla se engancha en el agujero y a punto está de provocarme un
desgarro en el orificio (¡de la mochila , claro está!
Después
de esta experiencia tan maravillosa, se me olvida todo lo que sucede a
posteriori y solo recuerdo que Maribel nos recibe con una cerveza en el
Bar de Bercianos ¿Tanta cara de felicidad traemos como para recibirnos
así y brindar por nosotros!
Desconocemos
si por suerte, causalidad o diligencia del chófer, hoy no sufrimos
ninguna excursión Palentina y sin rodeos ni pérdidas llegamos
puntualmente al hotel.
Los
turistas del grupo, dándose un respiro, se han marchado de vista
cultural a “Fachadolid”. Con el fin de evitar el descarrío de nuestras
mozas, por tierras de “Zorrilla”, hemos “colocado” a uno de nuestros
jefes, Paco Ortega, en su vigilancia, con la escusa de que tenía
ampollas en los pies. ¡Nada más lejos de la realidad! Al medio día
parece ser que se han puesto tibios de comer ¡cosa rara! y nos envían
una foto vía WhatsApp para vanagloriarse de ello, pero desconocen que
los demás también nos estamos poniendo morados y les contraatacamos con
imágenes de nuestra opípara comilona.
Por la tarde, algunos decidimos visitar la Catedral de San Antolín (edificio de estilo predominantemente Gótico, aunque conserva elementos anteriores, de época visigoda y románica, y
elementos decorativos renacentistas, barrocos y neoclásicos. La
construcción se inició en el siglo XIV, siendo la única gran catedral
castellana iniciada en esa centuria) y asistimos a un acto único: La Santa Misa Crismal.
Toda la diócesis Palentina se halla allí congregada, con su Obispo a la
cabeza, para el Santo Oficio. Ante nuestra atónita mirada, curas, curas
y más curas van desfilando desde la Sacristía y en procesión se
acomodan tras el altar mayor para la bendición de los Óleos. El
espectáculo es digno de ver y, más aun, tras observar que el número de
individuos con sotana dobla al de los ancianos feligreses. ¡O renovamos
la cantera o se muere el negocio!
Abandonado
el templo nos dedicamos a recorrer la ciudad: el Carrión con sus cisnes
blancos, la casa del Cordón, la calle Mayor. En ésta última asaltamos
una pastelería en busca de almendrados, amarguillos, hojuelas y alguna
que otra torrija, para despejar dudas sobre el motivo de nuestra visita
Peregrinación: ¡Comer. Comer y comer!
Por la noche debemos preparar las maletas, pues al día siguiente nos trasladamos a Carrión de los Condes (Durante la Alta Edad Media, fue una de las ciudades más importantes de los reinos cristianos y en ella se celebraron cortes y sínodos. El
municipio es conocido por sus monumentos románicos y góticos, entre los
que destaca el Pantocrátor de la iglesia de Santiago, una de las
cumbres del la escultura románica)
Por
si alguien una tenía alguna duda, que quede bien claro bien el motivo
de alojarnos allí no es el ayuno y abstinencia, pues seguimos comiendo
como osos hambrientos.
5. Cuarta etapa: Bercianos – Mansilla de las mulas. (Miércoles 27/03/2013)
Aunque parezca mentira el cielo amanece encapotado.
Dejamos
a los ciclistas en Terradillos y al apearnos en Bercianos, antes de
emprender el camino, debemos protegernos de nuestra compañera de
aventuras, la lluvia.
Fiel
a su cita, como no podía ser de otra manera, María Ocaña mantiene bien
alto el listón de las féminas. El devenir de la jornada transcurre entre
el ir y venir de la lluvia y el trasiego de quitar y poner
chubasqueros.
A
la entrada del Burgo Ranero, David decide probar la fortaleza de sus
espinillas y se lleva por delante uno de los cotos de granito que
delimitan el Camino. ¡Ay! Un lleve quejido nos avisa de su accidente,
pero declinamos ralentizar la marcha en vista de que el coto permanece
anclado al suelo. De la pierna del mozo nadie hace mención ¿Para qué?
¡Lo que no mata hace más fuerte! Y el chico sigue vivito y coleando.
¡Una simple rozadura!
Los
miembros de la avanzadilla: Evaristo, Carlos y Ginés pierden el rumbo y
solicitan nuestra ayuda. Para sorpresa nuestra, piden una reagrupación
cuando han sido ellos los que nos han dejado abandonados Kms antes.
Accedemos a su petición y les esperamos en el pórtico de la iglesia del
pueblo. Allí dentro, el cura del pueblo oficia una multitudinaria misa a
la cual asisten dos mujeres y un peregrino. Percatados de la situación
abandonamos el lugar antes de que acabe el citado evento, no vaya a ser
que nos arrastre la marabunta de feligreses en el momento de abandonar
el templo.
¡Qué
pardillos somos! Apenas reanudamos la marcha vemos como los “perdidos”
se desentienden nuevamente de nosotros y ¡Si te he visto no me acuerdo!
Vuelven a las andadas y… ¡Adiós muy buenas! ¡Aquí os quedáis!
A
día de hoy Rafael ya es un hombre de provecho y ha dejado de irse las
patas abajo. Mientras camina al ritmo que marca el grupo intermedio, va
plasmando con su cámara imágenes del los lugares por donde transitamos,
para hacer la competencia a su maestro y mentor, Antonio Gil.
Mientras
nosotros sufrimos las inclemencias meteorológicas, la avanzadilla se
pone morada de tapas y cervezas en el Bar de Reliegos: chorizo,
morcilla, tortilla y otros manjares llenan sus panzas. ¡Dios mío,
cualquiera diría que no hemos comido en tres días! Bien es cierto que
son ellos los que contribuyen a mantener el negocio de los humildes
posaderos, pues nosotros tenemos el bolsillo más seco que la mojama y el
puño más cerrado que la verja de un presidiario, y pasamos de largo.
En
Reliegos, Ginés se descuelga del grupo ante la amenaza inminente de
lluvia y se acomoda en el autocar al lado de Sonsoles, que ha sustituido
a Rafael en el papel de enfermo de turno (enferma en este caso).
El
trayecto hasta Mansilla supone un nuevo remojón para los Peregrinos. De
tal guisa llegamos empapaditos al Bar, donde nos espera el cocido
Leonés reservado por Mª Ángeles. De nuevo la voracidad se apodera de
todos nosotros y damos buena cuenta de: fideos, garbanzos, pies de
cerdo, lengua, carne, chorizo, flanes, natillas, etc… ¡Vaya manera de
comer ¡ ¡La gran mayoría no valdríamos para Etíopes!
Para
acabar de rematar la faena, Mª Ángeles nos obsequia con una inmensa
caja de galletas elaboradas por su madre, las famosas “Sequillas
Leonas”. El exquisito manjar es engullido vorazmente por el personal a
pesar del atracón provocado por el cocido.
De vuelta a Carrión nos alojamos en el Monasterio de San Zoilo (S. XI-XVI) Destacan su magnífico Claustro plateresco, sus tumbas Condales, su altar mayor y su Biblioteca).
La
austeridad de las habitaciones del citado lugar invita al ayuno y
recogimiento, pero queda del todo descartado que dicha “invitación” vaya
nosotros.
Conforme
al refranero castellano que dice: “De bien nacidos es ser agradecidos” …
nosotros lo somos. Por ello, en pago a las horas empleadas por Josep
Ferrer en la organización de viaje: reservas, hoteles, comidas, etc. …
procedemos a entregarle un pequeño obsequio cuyo único objetivo consiste
en comprar su voluntad y sembrar las bases de cara al próximo año.
¡Nadie lo hará mejor Josep, así que ya sabes….!
La
pertinente “excursión” nocturna a Carrión nos lleva a visitar los Bares
del lugar y a retomar el tapeo y las cervezas. Algunos, incluso, cenan
copiosamente como si no hubieran comido al medio día. ¡Jesús que
pandilla de buitres leonados!
6. Quinta etapa: Carrión – Terradillos de los Templarios (Jueves 28/03/2014)
Después
de cinco días de generosos desayunos, abundantes comidas y opíparas
cenas (tapeos aparte), afrontamos la última etapa de la aventura del
2013 con la esperanza de tener, por fin, una jornada en “seco”. Aunque
el cielo sigue encapotado, la densidad de las nubes y algún que otro
claro en el horizonte nos invita al optimismo.
Como ya viene siendo habitual, últimamente, nos dividimos en tres grupos:
A) Que completará todo el recorrido previsto, Carrión-Terradillos.
B) Que realizará el trayecto Carrión- Calzadilla de la Cueza.
C)
Que se dedicará a las visitas culturales: Monasterio y pueblo. Entre
los componentes de este grupo se halla Sonsoles, aquejada de una
enfermedad febril ¿gripe? que le produce malestar general ¿Será que
sintió envidia de Rafael y quiere ocupar su puesto?
Los
grupos A i B inician la marcha, con una hora de diferencia más o
menos, en dirección a Calzadilla de la Cueza, primero por la carretera y
posteriormente por un interminable camino de concentración parcelaria
más largo que un día sin pan. Perdidos en la amplia llanura Castellana,
los anegados campos de cereales chorean agua hacia las cunetas y éstas a
su vez hacia riachuelos y ríos. Transcurridas más de dos horas de
monótona caminata, tras una pequeña subida, el campanario de la Iglesia
de Calzadilla nos anuncia la proximidad del poblado y el final de la
recta sin fin. Poco a poco la torre va descubriéndose a nuestros ojos
hasta hacerse completamente visible y con ella el edificio entero.
Momentos después, con los primeros rayos solares, en cuatro días, sobre
nuestras cabezas, al final de una bajada, nos topamos con las primeras
casas del pueblo.
Antes
de cruzar el mismo, los del grupo A, hacemos una parada para reponer
fuerzas e informarnos de la situación del grupo perseguidor (B).
Nuestros compañeros de fatigas van por detrás y debemos acomodarnos a su
ritmo para sincronizar la llegada a la meta. Hoy el tiempo apremia y es
necesario calcularlo con exactitud para evitar problemas de horario con
el conductor y llegar a casa a una hora prudente y sin contratiempos.
Mientras
los dos primeros grupos caminamos hacia nuestro destino, los del grupo C
se han quedado en el Monasterio para visitar en conjunto monástico. En
él destaca un magnífico Claustro (proyectado por Juan Badajoz el
Viejo en 1537 y concluido en 1604 con la participación de importantes
artífices que levantaron sus muros y labraron su profusa ornamentación
de padres de la Iglesia, profetas, patriarcas, jueces, sacerdotes,
heroínas, así como personajes del Nuevo Testamento -
apóstoles y evangelistas- y civiles - reyes, reinas, emperadores y
emperatrices - además de pontífices, cardenales, doctores, monjes y
santos. De dos alturas, el claustro inferior se articula con cinco arcos
apuntados entre gruesos contrafuertes prismáticos, mientras que el
superior se abre con arcos de medio punto. El claustro se comunica con
la iglesia a través de un portada en arco rebajado entre columnas
abalaustradas.
A
las puertas de Santa Mª de Tiendas, los del grupo A, nos topamos con
unos ancianos que caminan por la carreta en dirección contraria a la
nuestra. Desconocedores de la realidad que nos espera, dudamos de la
sensatez de los irresponsables abuelos que pasean por el arcén de la
carretera, en lugar de hacerlo por el camino. Un par de Kms más adelante
descubrimos el motivo de su inteligente decisión. Fruto de las copiosas
lluvias de las últimas semanas, el río Cueza (que da nombre a la zona)
baja con un caudal desconocido y se ha desbordado, a la altura de un
puente, anegando campos de cultivos y nuestro camino ¡Ignorantes de
nosotros! Aquí está el motivo por el cual los sabios mayores circulan
por la carretera y no por el camino. ¡Del viejo el consejo! dice el
refrán. Acorralados por el agua que impide nuestro avance, nos vemos en
la encrucijada de retroceder cientos de metros o saltar la cuneta, con
el consiguiente riesgo de remojón. Finalmente decidimos practicar el
salto de longitud y, uno tras otro, vamos haciendo gala de nuestras
dotes de saltarín. Todos menos María, que decide no tentar a la suerte
y, tras despojarse de botas y calcetines, cruza el charco tranquilamente
y sin sobresaltos.
Reemprendemos
la marcha e iniciamos un pequeño ascenso desde el cual divisamos,
abajo, Ledigos y, al fondo, el final de nuestra aventura, Terradillos.
Como
no podía ser de otro modo, la lluvia decide acompañarnos hasta última
hora y hace de nuevo acto de presencia, lo que nos obliga a desenfundar
nuevamente las capelinas.
A
la salida de Ledigos, Carlos se descuelga del grupo delantero y se
muestra incapaz de seguir nuestro ritmo. Después intentará achacar su
debilidad a la aparición de llagas en los pies. La ausencia de imágenes
que demuestren la veracidad de tal achaque es motivo suficiente para
dudar de las supuestas llagas. ¡Ver para creer como decía Santo Tomás!
Concluida
la semana de pasión, solo 7 magníficos (María, Josep, David, Evaristo,
Antonio, Carlos y yo) somos candidatos a la Compostelana, al ser los
únicos que hemos completado todo el recorrido del Camino, a día de hoy.
Si acaso, incluiremos a Rafael entre los “valientes”, pues sólo se ha
perdido una etapa a causa de su precario estado físico. Para celebrar el
final de nuestra Peregrinación, por este año, nos cobijamos en el Bar
del Albergue y allí, al calor del fuego, intercambiamos pareceres con
los Alberguistas mientras degustamos una cerveza a la salud de Antonio
Gil, que ejerce de “pagano”.
Acomodados
todos en el autocar retomamos el camino de regreso, con la esperanza de
que nuestro “espabilado conductor” interprete correctamente los
carteles de la autopista y no se pierda nuevamente. ¡Que los Dioses nos
acompañen!
El
largo trayecto que nos separa de Terrassa da paso a múltiples anécdotas
y amenas conversaciones de contenido variado. Así mismo, producto de la
“hambruna” atrasada de estos días (¡Dios mío que ogros!) suplicamos a
los guardianes de las galletas, elaboradas por la madre de Antonio,
procedan al reparto ¡Vaya a ser que se estropeen por el camino!
Hacia
las once de la noche, del día de marras, hacemos nuestra entrada en
Terrassa, sanos y salvos, y… ¡Milagrosamente!... sin una sola pérdida
por el camino. Eso sí, algunos despistados olvidan ciertas pertenencias
en el autocar: Una chaqueta, una cámara de fotos, un pañuelo… etc.
¡Nada irreparable… mientras no sea la cabeza!..
Fotos de Camino de Santiago 2013. (Blog de GRManía).
Camino de Santiago de Santiago 2013. (Blog Antonio Gil)
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Camino de Santiago. Semana Santa 2012.
De Santo Domingo de la Calzada a Castrojeriz. (Del 31/03 al 05/04/2012).