sábado, 2 de mayo de 2015

El Camino de Santiago. Año 6. (Del 28 de Marzo al 2 de Abril de 2015)

El Camino de Santiago Francés 2015 (año 6).
  
   01. El Viaje. (Sábado 28 de marzo de 2105).

Después de la experiencia del año pasado, los incautos de mis compañeros vuelven a confiar en mí y me encomiendan nuevamente la custodia de los billetes del tren. ¡No saben el riesgo que corren!… ¡Allá ellos con su conciencia!

A la hora convenida, y sin sobresaltos de última hora, nos encontramos casi todos/as en la explanada de la estación de Renfe para emprender viaje hacia Barcelona en compacta armonía.

Somos tantos los caminantes que necesitamos casi un vagón entero para nosotros solos. Entre cuerpos que acomodar y maletas y mochilas que colocar, la estancia que ocupamos parece una lata de sardinas desorganizada.

La llegada a Sans se produce sin contratiempo y, tras la vista de unos pocos al bar para rellenar el depósito y de otros muchos a los servicios para liberar las vejigas, embarcamos, desperdigados por los diferentes vagones, en grupos de a ocho, en el tren que nos conducirá a León, final de nuestra aventura ferroviaria.

El viaje por las tierras hispánicas transcurre con normalidad, si por normalidad entendemos los constantes viajes al bar, los paseos indiscriminados por los pasillos, los múltiples cambios de vagón y asiento, las ingesta masiva de bocadillos, dulces y golosinas, y el correr de la bota de vino de Paco.
 

Cuando la tarde se encuentra en su esplendor, los “solteros” montamos una timba de cartas para pasar el rato. De buen comienzo nos comportamos como seres civilizados y nada parece presagiar que aquello acabará como el rosario de la Aurora. Sin embargo, a medida que el juego entra en ebullición las voces se alteran un poquito, sube algo el tono de voz de los competidores, aumentan los decibelios ligeramente, se suceden los comentarios jocosos y las risas inundan la estancia. Fruto del citado alboroto unas jovencitas muy remilgadas se sienten ofendidas y nos llaman al orden con modales un tanto intransigentes. Por un momento el ambiente se caldea y a punto estamos de entablar una acalorada discusión y entrar en combate con las impertinentes mozas. Finalmente la cordura hace acto de presencia y, con cierto fastidio, recogemos los naipes, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos y damos por concluida la ruidosa y acalorada partida.

Hay que ver lo poco que aguantan algunos/as! ¡La rabia que les produce a ciertas personas que los demás sean felices, se diviertan, rían y se lo pasen bien! ¡Envidia diría yo!

A la caída del sol el tren alcanza su destino, se detiene en la estación Leonesa y descendemos atropelladamente para dirigirnos al autocar que nos espera en las proximidades. Sin tiempo para estirar las piernas, cambiamos los raíles metálicos de la vía por el asfalto de la calzada y partimos hacia el Parador de Villafranca del Bierzo, nuestro lugar de alojamiento durante la estancia por tierras Bercianas.

Tras acomodarnos en nuestras "austeras" habitaciones, bajamos hambrientos al comedor para dar buena cuenta de la cena que tenemos reservada. Como no podía ser de otra manera, acabamos con todo lo que nos sirven en los platos hasta dejar temblando las existencias culinarias y alcohólicas del establecimiento.
 

Con el estómago lleno y la alegría a flor de piel, los más osados abandonan el  Parador para adentrarse en la calles y el ambiente nocturno del que será nuestro municipio de residencia durante los próximos cinco días, Villafranca del Bierzo. Otros, menos aventureros, más cansados o quizás más precavidos decidimos enclaustrarnos en nuestros acogedores aposentos en busca de relax y del reparador descanso que nos libere de la ajetreada jornada viajera.

  1.  Primera etapa: Ponferrada – Villafranca de Bierzo - Pereje. (Domingo 29 de marzo de 2015.
Después de una noche que se supone ha sido de descanso, nos reencontramos,  en torno a las ocho de la mañana, en el comedor para reponer fuerzas, llenar el depósito y alimentar el cuerpo y alma de cara a la exigente caminata que se avecina.

O mucho ha sido el gasto nocturno, de algunos y algunas, o insaciable es la gula que nos acompaña a la gran mayoría de los peregrinos, pues nos zampamos un desayuno pantagruélico que deja los mostradores del comedor esquilmados, los estómagos abotagados y las mentes de las camareras obnubiladas. ¡Jamás, en sus muchos años en la hostelería se habían topado con devoradores de tamaña envergadura!

Con una buena ración de colesterol obturando las venas, nos desplazamos en el autocar hasta el punto de partida de cada grupo. Ya hemos perdido la cuenta del número exacto de facciones en las cuales se subdivide GRManía: A, B, C, D, E...

Con el fin de evitar el machacón asfalto, un nutrido grupo de espabilados peregrinos/as decide acortar el trayecto y realizar únicamente el tramo que discurre entre Camponaraya y Villafranca del Bierzo. Otra parte no menos numerosa se decanta por dedicar la soleada mañana a conocer Ponferrada y acabada la visita turística a la capital Berciana poner rumbo a Villafranca, sin prisa pero sin pausa. Algunos/as optan no demorar en demasía la etapa clásica y acometen de inmediato el tramo Ponferrada - Villafranca. Y finalmente, los nueve magníficos (Evaristo, Ginés, Josep Ferrer, Rosendo, Ana, Antonio, Carlos, Gemma y Moisés) decidimos comportarnos como Peregrinos de primera y realizar el recorrido completo que separa Ponferrada del minúsculo poblado de Pereje.

El transitar de la etapa es un constante sube y baja por carretas, caminos, poblados y campiña. Algo más cansino de lo normal debido a los inacabables tramos de duro asfalto que salpican la orografía del terreno. Sin embargo, resulta ciertamente gratificante ante la hermosura del valle; la iglesia de Columbrianos; la bulliciosa,  multitudinaria y cromática procesión de Cacabelos; la belleza de la campiña sembrada de viñedos adormecidos y el esplendoroso día que nos acompaña.

A diferentes ritmos, en grupos heterogéneos y de diversa composición, vamos devorando los kilómetros que nos separan de la meta sin excesivos problemas, hasta que algunos integrantes el grupo de cola se desorientan en la carretera, sobrepasan el cruce del camino y avanzan por la cuneta de la misma durante varios kilómetros. Finalmente se percatan de su error y deciden desviarse por un sedero que parte a la derecha de la via automovilística para retomar el camino correcto. Desgraciadamente, esta nueva ruta les obliga a desandar un buen tramo del trecho ya recorrido y con ello añadir un par de kilómetros más a sus ya sufridas piernas.

Durante el trayecto departimos con Peregrinos Irlandeses, Canadienses, Neozelandeses y de varias nacionalidades. Paco Troya practica su inglés casero con todo aquel que osa darle conversación, mientras yo, inculto de mí, intento adivinar, con escaso éxito, de que tratan sus amenas y, al parecer, interesantes conversaciones.

Poco antes del mediodía, el grupo precursor alcanza el objetivo y se dispersa por las Restaurantes ubicados en la plaza mayor del pueblo para reponer fuerzas.

El grupo perseguidor, por su parte, se ha dividido en incontables fragmentos y va alcanzando la urbe a cuentagotas. 

A las puertas de Villafranca, unos cuantos de nosotros nos topamos con tres jóvenes peregrinas Españolas, una de las cuales sufre los rigores del camino y se ve obligada a descender una pequeña cuesta zigzagueando para aliviar el sufrimiento de sus extremidades inferiores.

Al mediodía, casi todos los que partimos de mañana de la capital de Bierzo estamos ya en Villafranca. La mayoría de ellos da por terminada aquí su aventura. Solo Evaristo, Ginés, Josep y Rosendo, sin dudarlo lo más mínimo, deciden tirar para adelante, dejar la comida para más tarde y cumplir enteramente el correspondiente peregrinaje.

Hacia las dos del mediodía los más rezagados alcanzamos la urbe y expresamos nuestro deseo de llegar al final del recorrido (Pereje), pero la descoordinación es tal que desconocemos quién o quiénes han continuado hasta en final previsto y si han parado, o no,  a comer.

A través de los compañeros con los cuales coincidimos en la plaza mayor nos enteramos de que los cuatro de la avanzadilla están casi alcanzando el objetivo programado para la jornada y, también, de que aún no han comido, a pesar de lo tardía de la hora.

Ana, Antonio, Carlos, Gemma y yo, dado lo avanzado de la jornada, nos adentramos en un Bar de la plaza para reponer fuerzas con un sencillo tente en pie y, medianamente saciados, continuar con el camino que nos falta por recorrer.

Con las prisas, escogemos el peor Bar de los ubicados en la plaza y nos vemos obligados a engullir, a la carrera y con cierta desgana, una hamburguesa de ínfima calidad.

Mientras masticamos el grasiento alimento contactamos por teléfono con los peregrinos que nos preceden y comprobamos que éstos ya han alcanzado a la meta y que allí no hay ni un solo establecimiento donde poder tomar ningún tipo de alimento.

Con el bocadillo aun descendiendo por el gaznate, emprendemos la marcha para no hacer esperar a nuestros compañeros, pero finalmente se impone la cordura y, tras la pertinente llamada al conductor del autocar, acordamos que el “espabilado” chofer haga dos viajes: uno para recoger a los que ya han concluido la etapa y otro para recogernos, con posterioridad, a nosotros, los 5 que aún estamos en camino.

Al atardecer todos nos hallamos sanos y salvos en el hotel. Mientras unos y unas se decantan por la zona de baños y se relajan con las aguas termales y los baños turcos, otros nos conformamos con la tradicional ducha y la reparadora siesta.

Hacia las 20 horas nos reunimos en asamblea, en el hall del hotel, para establecer el calendario de actividades de los días venideros y tras discutir varias propuestas alcanzamos diversos acuerdos, fructíferos para todos. Una vez concluida la citada reunión, arregladitos y perfumados, casi todos nos ponemos en danza y dispuestos a disfrutar de los placeres de la noche Berciana, abandonamos andando el hotel. 

Al atardecer, unos cuantos, visitamos por el exterior algunos de los lugares más típicos del lugar: La iglasia de Santiago ,el Castillo-Palacio de los Marqueses de Villafranca, el Albergue de Peregrinos Ave Fénix, y... ¡el cementerio municipal! ¿Qué demonios se nos habrá perdido en aquel tétrico recinto! 

Por la noche, según nuetras afinidades o coincidencias, nos dispersamos por las terrazas de los Bares de la plaza y damos buena cuenta de la correspondiente cena. Suerte del vino, pues hace una rasca de consideración y la inmovilidad hace que los cuerpos se queden ateridos.

Rellenado el estómago, la mayoría de las parejas y algún que otro “solero” regresamos al Parador para “descansar” de cara a la venidera jornada, mientras otros y otras deciden merodear un poquito más por las calles y bares de Villafranca.

Parece ser que el ansia por el juego sigue ocupando las mentes de los folloneros del tren, pues antes de dirigirnos a nuestras respectivas habitaciones montamos una nueva timba en el salón del hotel. ¡Esta vez sin gritos y con moderación!. Como no podría ser de otra manera, el vencedor de la partida resulta ser uno de los que desconocían por completo las normas del juego, mientras que los listillos que creíamos conocer las triquiñuelas del mismo vemos como la suerte nos da la espalda y claudicamos antes los novatos.
 

 

  1. Segunda etapa: Pereje, Vega de valcarce – O Cebreiro. (Lunes 30 de marzo de 2015).
Al ser lunes, día laborable, el comedor abre media hora antes y eso nos obliga a madrugar un poquito más que la jornada dominical. Además, hoy el recorrido es más largo y duro, y además, al concluir el trayecto debemos desplazarnos a Ponferrada para dar buena cuenta de una comilona a base de Botillo.

Sea como fuere, a primera hora de la mañana el comedor bulle de peregrinos. Sin excepción, hambrientos cual famélicos niños del Biafra, devoramos la pitanza como si aquella fuera nuestra última comida en este mundo. Sin tiempo para la duda, acabamos con toda clase de alimentos: Huevos, tortilla, salchichas, bacon, carne picada, pisto, embutidos, quesos, pan, pastas de todo tipo, fruta variadas y de todos los colores, yogures, zumo, café, leche… . ¡Qué manera de zampar!

Previo paso por las habitaciones, para aligerar los cuerpos de desperdicios y líquidos sobrantes, adecentar la dentadura y recoger los bártulos, nos apoltronamos en el autocar rumbo al valle del río Valcarce y nuestros puntos de partida: Pereje, el grupo A, y Vega de Valcarce, el grupo B.

La mañana se presenta fresquita e invita a caminar ligero. Tan ligero que a las primeras de cambio el grupos A deja de existir como tal para convertirse en un reguero de peregrinos desparramados.

Por primera vez a lo largo del Camino compruebo qué, o me estoy haciendo mayor, o mi mente vaga en libertad ajena a mis propias sensaciones, pues el trayecto por carretera se me hace eterno y prácticamente irreconocible. Ese desconocimiento acarrea, además, un sobreesfuerzo no programado a los integrantes del grupo B, los cuales siguiendo mis eróneas indicaciones ha iniciado la etapa en Vega de Valcarce en lugar de haerlo en Las Herrerías como tenía previsto. ¡Más asfalto y más kilómetros de los deseados para los sufridos caminantes!

Mientras los del grupo B maldicen mis huesos por esos interminables kilómetros asfaltados de más, añadidos a causa de mi desvarío, la sabia Fina espera paciente y descansada, a la entrada de Las Herrerías, (ella ha venido hasta el lugar acordado cómodamente sentada en el autocar) la llegada de los miembros de su pelotón. Los de atrás, por nuestra parte, vislumbramos Vega de Valcarce dos horas después de haber dejado el autocar.

Alcanzado el poblado hacemos una leve parada para hidratarnos, reponer fuerzas y reagrupar las huestes. Tras un tiempo prudencial de espera los retrasados no llegan. David y Ana, que transitaban a un centenar de metros, tras nosotros, han desaparecido del mapa. Carlos desanda el camino para tratar de localizarlos pero no da con su paradero. Horas después nos enteraremos de que David había sufrido un leve desfallecimiento y acompañado de Ana decidieron localizar un Bar para descansar y reponer energías con algún líquido azucarado y energético.

Tras cruzar el alargado el inacabable casco urbano que se discurre a lo largo de río, anuncio a mis acompañantes la proximidad del desvío, sin embargo este no aparece por ningún lado y me sorprendo ante la cantidad de asfalto que debemos recorrer hasta alcanzar el desvío de Las Herrerías. ¡Hoy no es mi día!

Después de 16 inacabables kilómetros de pavimento alquitranado, abandonamos la carreta nacional por la izquierda, dejamos atrás al pueblo de Las Herrerías, cruzamos el río Valcarce  y acometemos la subida a O Cebreiro.

A pesar de que otros veteranos peregrinos afirman que nada ha cambiado en el trayecto que nos conduce a las inmediaciones del puerto de Piedrafita desde que ellos lo transitaron, David, Antonio Gil y yo juraríamos que años atrás, un buen tramo de la pista forestal que ahora ascendemos se hallaba prácticamente sin asfaltar.

La ascensión es relativamente exigente, se realiza en grupúsculos y a ritmos muy diferentes. La empinada senda, a ratos de tierra y otras empedrada, en algunos tramos queda casi sepultada por el ramaje del arbolado aun adormecido.

Al llegar a La Faba, algunas mozas el grupo B deciden hacer una visita cultural al enclave, y en ella están cuando les damos alcance algunos lobos solitarios del grupo A. Ingenuas ellas, me preguntan cuánto queda para el final de la etapa y en mi afán por no desmoralizar al cuarteto femenino les anuncio que en apenas media hora o tres cuartos estarán en O Cebreiro. Alguna de ellas se traga el anzuelo y da muestras de alegría, pero otras, que ya me conocen mejor, recelan de mis apreciaciones y anuncian que se lo tomarán con calma pero que llegarán dentro del horario previsto.

Tras despedirme de ellas, malpensado de mí, pongo en duda sus palabras y acometo el duro trayecto que me separa de la ansiada meta.

A medida que alcanzamos altura las vistas de los diferentes valles nos maravillan con su cromatismo, sus desniveles, sus praderas, sus animales pastando y su exuberante vegetación.
 

Jadeando, adelanto a un incauto civilista que arrastra como puede su cargada bicicleta, pena su castigo y sufre la osadía de haberse metido por aquel torturador camino, en nada apto para vehículos de dos ruedas. Le saludo y no me responde, por lo que le maldigo los huesos por maleducado.

Un poco más adelante, la joven Eulàlia  transita delante de mí y a pesar de mi empeño por alcanzarla penas si consigo recortar la escasa distancia que nos separa. Finalmente, cuando la tengo a escasamente 10 metros de mí, se detiene para despojarse del jersey. Entonces, incauto de mí, decido imitar su actuación y despojarme también de mi prenda de abrigo. ¡Craso error el mío! Me lo tomo con tanta calma que me vuelve a adelantar el ciclista y cuando reemprendo la marcha la distancia que me separa de Eulàlia es superior a los 100 metros. ¡Tanto esfuerzo para nada!. Contrariado, agacho la cabeza, aumento el ritmo de mis pasos y pasmado de frío, por la corriente que circula por aquellas alturas, reanudo la persecución de la moza. Adelanto de nuevo al remolcador de bicis y ahora soy yo el que no le saluda ¡Toma ya antipático!

De no ser porque la mozuela se detiene a descansar en el poyo de una de las casas de La laguna de Castilla (¿Dónde leches estará la laguna que da nombre al solitario caserío?) dudo mucho de que hubiera conseguido darle alcance.

Tras una leve pausa reemprendemos la marcha, dejamos atrás el poblado y retomamos la exigente senda. Le comento el suceso acaecido con el ciclista y su carácter desaborido y ella me informa de que el pobre ciclista, Franchute él, no tiene ni papa de castellano y carece de fuerzas para hablar. ¡O sea que el maleducado soy yo y quién debería pedir perdón soy también yo!

Mientras ascendemos y charlamos distendidamente, creo oír voces en la lejanía, pero no hago el más mínimo caso, pues lo achaco al cansancio, a mi incipiente sordera o a que seguramente estoy perdiendo el oremus.

Cuando nos hallamos en el límite entre León y Galicia, el alocado vocero rompe el acogedor silencio del paraje con sus gritos. ¿Pues va a ser que sí eran voces lo que se oía! Sorprendido, me giro y oteo el horizonte pero soy incapaz de localizar la procedencia de los alaridos y mucho menos de divisar al vocero. Sin embargo el pregonero parece esmerarse en sus intentos y a grito pelado me llama por mi nombre. Entonces miro hacia abajo, agudizo la vista y percibo en la lejanía la figura de Antonio Gil que con su cámara a cuestas inmortaliza el paisaje mientras en vano intenta darnos alcance. Una vez localizado el causante de tal alboroto, sugiero a mi acompañante esperarle en el monumento granítico que nos das la bienvenida a Galicia y ella accede educadamente a mi petición.

Reagrupados los tres caminantes, inmortalizamos el momento con instantáneas varias y acto seguido ponemos rumbo al destino, el cual alcanzamos hacia la una del mediodía. No sin antes engañar a María Morales, que habiendo contactado por teléfono con nosotros para recabar nuestra posición, recibe el mensaje de que aún nos quedan un par de kilómetros de ascenso cuando en realidad le estamos pisando los talones a ella y sus acompañantes.

A  pesar de la incredulidad de algunos, quince minutos antes de la hora acordada nos encontramos todos en la meta y a buen recaudo. Solo falta el autocar pues al parecer él conductor no está demasiado ducho en el conocimiento de la zona y nos espera en Piedrafita y no en O Cebreiro como habíamos convenido.

Tras una corta espera nos acomodamos en el autocar y partimos rumbo a un Restaurante de Ponferrada para dar buena cuenta del delicioso menú basado en el típico Botillo que el eficiente y lugareño Evaristo nos ha gestionado.

Tras el ameno y enriquecedor discurso literario del mantenedor y anfitrión, Evaristo, damos buena cuenta de los abundantes manjares que allí nos ofrecen. Exquisito el botillo, delicioso el chorizo e insuperable el acompañamiento a base de patata y col.

Una vez rellenados los estómagos, alguien sugiere modificar la actividad prevista para la tarde, consistente en visitar Ponferrada. Ya sea fruto del cansancio, de la modorra, de la comilona, o de innumerables excusas, el caso es que por absoluta mayoría decidimos regresar al hotel para descansar, relajarnos en las aguas de su piscina cubierta, sudar en la sauna o acicalarnos para la velada nocturna.

Reconfortados por la placentera ducha, arregladitos, perfumados y bulliciosos  partimos hacia el centro de la ciudad parar tomar un ligero tentempié, a modo de cena, que compense los excesos Botilleros del mediodía.

Algunos apenas probamos bocado y regresamos tempranito al hotel. Otros y otras, sin embargo, aves más nocturnas, juerguistas o festivas, deciden calentar un poquito más el cuerpo y se echan pal gaznate unos con unos cuantos Gin-tonics en los bares situados en los aledaños de la plaza, antes de regresar al Parador para cobijarse entre las blancas sábanas y roncar a pierna suelta.


  1.  Tercera etapa: O Cebreiro - Alto do Poio – Triacastela. (Martes 31 de marzo de 2015.
El reparador descanso nocturno en los mullidos colchones del “modesto” “albergue” nos devuelve  en vigor y la energía, y despierta nuestro insaciable apetito.

Como no podía ser de otra manera, el desayuno vuelve a ser pantagruélico y acabamos con la mayoría de las viandas que nos ofrecen. ¡Qué manera de comer! ¡Parecemos un ejército de jubilados hambrientos!

Para no perder la tradición anual, algunos Peregrinos padecen molestias intestinales a consecuencia de la descontrolada ingesta del día anterior. ¡Parece  ser que el Botillo era demasiado fuerte para sus delicados estómagos! ¡Hoy necesitarán mucho líquido para hidratarse y buen un tapón para contener los esfínteres!

Con el buche a reventar ocupamos nuestros asientos en el autocar y partimos del hacia O Cebreiro. Por la autovía del noroeste ascendemos paralelos a la cuenca de río Valcarce, disfrutando de las maravillosas vistas que la escarpada orografía nos presenta. A nuestro paso se suceden múltiples, frondosos y encantadores valles poblados de exuberantes bosques caducifolios (preferentemente castaños) con sotobosque de landas, extensas áreas de prados naturales, pueblecitos y cuencas que en sus lechos recogen y conducen las cristalinas aguas que manan de las entrañas del  Macizo Galaico-Leonesa hasta descansar en los ríos de la zona.

La etapa de hoy es un paseíto en descenso por las primeras estribaciones de la Cordillera Galaica, en territorio Lucense, en pos de Triacastela.

Los del grupo A partimos agrupados del alto do Cebreiro. Como viene siendo costumbre, antes de alcanzar Liñares cada cual campa a sus anchas, aunque un grupo numeroso conseguimos reagruparnos en el Alto De San Roque para inmortalizar el momento.

Tras la pertinente instantánea reemprendemos la marcha hacia Hospital, donde una Gallega, enjuta y entrada en años, ofrece tortas caseras (tipo creps) a los peregrinos, por un módico precio. Sin embargo, nosotros pasamos de largo, ya sea por rácanos, desconfianza, falta de apetito o desconocimiento de la oferta.

Poco antes de alcanzar Padernelo observamos con sorpresa como Carlos viene corriendo hacia nosotros, en sentido contrario a nuestra marcha. Al cruzarnos con él le interrogamos sobre su absurdo proceder y el corredor errante, sin detener sus pasos, nos informa de que se dirige a las inmediaciones de Hospital para recuperar el Walky Talki que ha olvidado mientras abonaba el campo con sus heces. Queda así demostrado que no todos los hombres son capaces de hacer dos cosas a la vez. Pero…¡no sabía yo que para defecar hay que desprenderse de los Walkys!.

Sea como fuere, el desmemoriado cagón regresa al lugar del crimen para recuperar el objeto extraviado, mientras los demás andarines acometemos la subida al Alto do Poio, lugar de partida de nuestros compañeros del grupo B y cima de la etapa.

Una facción de sosegados caminantes se acomoda en las mesas del bar del lugar para descansar, dar buena cuenta de sus bocadillos, refrigerarse o tomar un aromático café.

De aquí hasta la meta un acentuado descenso, por senderos y pistas forestales, nos alegra la vista con la espectacularidad y belleza del paisaje Lucense, pero también nos regala, durante lo que resta de etapa, un penetrante y desagradable tufo a estiércol de vacuno, que impregnando el ambiente con sus efluvios martiriza nuestras sensibles pituitarias ciudadanas.

Al llegar a Fillobal atravesamos la carreta y acometemos los últimos kilómetros de la jornada por una preciosa senda cobijada bajo imponentes y centenarios árboles, aun despojados de follaje pero con muestras evidentes de su despertar a la reluciente primavera.

Alcanzada la meta, Triacastela, nos concentramos a las puertas de un Bar del pueblo donde, gracias a la pericia de los ciclistas (Pedro, Paco Victoria, Josep Mª y Juan), nos deleitamos con manjares y exquisiteces del lugar: Caldo Gallego, Pulpo a feira a discreción, postres caseros, bebidas y cafés, por 10 míseros euros. Todos menos los que arrastran los laxantes efectos del botillo que deben conformarse con arrocito hervido y otros alimentos a la plancha. ¿Quién sino Rafael, que se hace acompañar de Nuria, había de ser uno de los afectados por los rigores del buen yantar? ¡El año que viene te prohibiremos lo desconocido!

Concluida la opípara comilona Galega montamos un ameno concierto de ronquidos en el autocar hasta Villafranca donde descienden Paco Ortega (que tiene planes con su amigo Leonés), y la juventud que pretende dedicar la tarde al estudio. Sin bajarnos del vehículo, los demás caminantes nos desplazamos a Las Médulas (entorno paisajístico español formado por una antigua explotación minera de oro romana, considerada la mayor mina de oro a cielo abierto de todo el imperio romano) para observar el variopinto paisaje del lugar. Uno no pude por menos que maravillarse ante la sabiduría de aquellos perspicaces “mineros” que sin apenas maquinaria se las ingeniaban para extraer el preciado oro de las entrañas de la tierra, con pericia, maestría e ímprobo esfuerzo.

Concluida la excursión minera retornamos al Parador, nos duchamos, acicalamos y partimos en dirección al centro de la villa para empaparnos del fervor religioso, con las procesiones previas a la Semana Santa Leonesa, cenar ligeramente y pasar frío en la plaza del pueblo.



  1. Cuarta etapa: Triacastela–Samos, Sarria.  (Miércoles 01 de abril de 2015. 
Adormilados por el consabido madrugón bajamos al comedor para finiquitar las viandas del suculento desayuno. El cansancio y el discurrir de las etapas apenas si ha dejado mella en piernas de los Peregrinos, y mucho menos ha mermado el voraz apetito de los sufridos Penitentes. ¡A esta aventura Santiaguera seguro que se apuntarían incontables personajes para nada amantes del tradicional Camino!

La jornada promete. Las malas lenguas afirman que Rosendo se ha dejado el jersey encima de la cama de Cati. Otras peor intencionadas y más viperinas dudan que la prenda olvidada sea el jersey y no otra más comprometedora. ¡Rosendo, se puede saber que leches hacías tú en la habitación de tu prima!

A medida que vamos ascendiendo el puerto de Piedrafita comprobamos como la matutina niebla lo enmascara todo y cubre el paisaje bajo su grisáceo manto.

Llegados a Triacastela los del grupo A tomamos rumbo a Sarria por la ruta de San Xil, mientras que los del grupo B se desplazan a Samos para acometer, desde allí, los kilómetros que separan el centenario Monasterio de la citada Sarria.

Apenas dejamos atrás el concello de A Balsa Antonio Gil sufre un importante desfallecimiento que merma sus facultades y le obliga a ralentizar el paso de manera drástica. La ingesta del plátano que acarreo en mi mochila (¡ay… ay... ay... mal pensados que os veo venir!) el masticar de unos frutos secos y otros alimentos energéticos, un buen trago de agua en la “Fonte dos Lameiros”, nuestra compañía y los ánimos que le insuflamos: Maribel , Paquita y yo, le ayudan a recuperarse levemente de su indisposición y continuar con el Peregrinaje.

Luego de unos kilómetros de rostro demacrado y silencioso caminar el fotógrafo indispuesto parece haber recuperado el resuello. Al coronar por el Alto de Riocabo el color regresa a las cerúleas mejillas del infortunado, el ritmo de su caminar se hace más alegre y la mejoría es del todo evidente. ¡Hasta habla el tío!

A la altura de Montán alcanzamos a Ginés y, por sorpresa, observamos como Rosendo, al que creíamos por delante, emerge a nuestra espalda por un recodo de la carretera. Más tarde averiguaremos que la milagrosa aparición del advenedizo se debe a que éste se ha visto obligado a hacer a un alto inexcusable en el camino para vaciar sus repletos intestinos.

Al poco, disimuladamente, Ginés se descuelga del grupo y sin percatarnos de su actuación le perdemos la pista. Luego de un kilómetro de preguntas sin respuesta, de sorpresa generalizada, de escrutadoras miradas hacia atrás y de lento caminar, me descuelgo del grupo y decido esperarle en una curva de la carretera. Pasados unos diez minutos de tensa espera el caminante evaporado aparece por lontananza a ritmo endiablado, ligero como si se hubiera desprendido de algo y alegre como un ruiseñor, no tarda en darme alcance. No me extraña que sean necesarias tantas paradas. Ya lo dice el dicho: ¡Según come el mulo así caga el culo!

Por las inmediaciones de Fontearcuda adelantamos a José Castillo que pena su peregrinaje bajo el sufrimiento que su maltrecha rodilla le está infligiendo.

En puertas de Furela cruzamos la carretera, saltamos un manso riachuelo y hacemos una leve parada para reagruparnos, esperar al lesionado y reponer fuerzas con reconstituyentes diversos que emergen de nuestras mochilas: nueces, almendras, avellanas, dátiles, chocolate, galletas, fruta …

Descansados y con el apetito saciado emprendemos la marcha para recorrer lo que nos resta de la etapa. Aunque somos pocos, antes de llegar a Calvor, los que integramos la facción que cierra el pelotón ya estamos de nuevo desperdigados.

A la salida de Aiguada recibimos la noticia de que nuestros predecesores ya han alcanzado Sarria. ¡Tendrán que esperarnos pues a nosotros aún nos queda más de una hora de camino!. Según radio macuto, unos se hallan acomodados en las terrazas de los Bares que se extienden por el paseo asfaltado, en la margen izquierda del río que da nombre a la población, degustado cervezas y comiendo cacahuetes como los monos. Otros pasean por el centro del poblado para conocer las particularidades del lugar. Y los más avispados dedican el tiempo libre a asaltar establecimientos artesanales de alimentación y adquirir todo tipo de empanadas y productos típicos de la zona. ¡Por comida que no quede!

A las puertas de la meta, en el camping de Vila de Sarria, dejamos al señor Ortega y acompañantes en la pradera del albergue, acomodados en unas sillas  y degustando una refrescante cerveza. Y aunque a más de uno de nosotros también nos apetecería tomar un buen trago del espumoso lúpulo, decidimos dejarlo para más adelante y apurar los kilómetros que nos separan de nuestro destino.

Hacia las dos del mediodía todos hemos llegado a buen puerto y, aunque parezca mentira, estamos todos concentrados en la misma zona: los bares próximos al río.

Por afinidades, conveniencia o necesidad, nos concentramos un dos o tres Bares de la zona para reponer fuerzas con una buena comilona.

Acabado el ágape unos cuantos partimos a la carrea a la otra punta del pueblo para aprovisionarnos de las tan cacareadas empanadas Gallegas, pero para desgracia nuestra, cuando llegamos al establecimiento las trabajadoras del mismo nos informan de que las existencias están prácticamente agotadas y más de uno regresamos con las manos vacías. Los demás, mientras tanto, parsimoniosos y tranquilos van dirigiendo sus pasos hacia el lugar donde se halla estacionado el autocar. 

A la hora convenida partimos de Sarria, rumbo a Samos, para visitar la centenaria y archiconocida Abadía Benedictina de Samos.

Una vez localizada la puerta de acceso al Monasterio, adquirimos nuestras respectivas entradas a la guía que será nuestra cicerone por el Santo lugar. Paradojas de la vida, la joven madre Gallega acuna en su pecho una hermosa criatura de escasos meses que dormita al amparo del calor y la protección materna. Pero, mientras la vida se muestra a nuestros ojos, un luctuoso hecho viene a ensombrecer la tarde: Uno de los 12 monjes Benedictinos, allí enclaustrados, acaba de fallecer y las campanas tocan a muerto.

A pesar del penoso sucedo la visita guiada se lleva a efecto como nada hubiera acontecido. Eso sí, la amable guía nos da una serie de normas de obligado cumplimiento mientras estemos realizando la visita turística al recinto.

Mientras recorremos las históricas, centenarias y legendarias dependencias de la Abadía, las campanas y el trajín de los sepultureros nos acompañan impertérritas.

Previo paso por el recinto monacal donde están acondicionando el cadáver para el velatorio del difunto, la guía nos informa de la imposibilidad de acceder al interior del mismo y nos ruega respeto al finado y a los preparativos. Pero como somos muchos y escuchamos poco, la voz melosa y tranquila de la paciente guía y madre no llega a los GRManos del fondo, y al pasar por el lugar señalado, la puerta abierta incita la curiosidad de algunos de nosotros y la ofendida guía, malhumorada, reprende a los desobedientes y nos echa un sermón sobre nuestra capacidad de entendimiento y el nulo acatamiento a las órdenes por ella dadas.

Acabada la visita monástica, Josep Mª y Montse reciben la esperada visita de su hijo y su nieto, recogen sus bártulos y dando por finalizada su peregrinación, se despiden de nosotros y parten con ellos para disfrutar del familiar encuentro.

Los demás, medio adormilados, nos acomodamos en los asientos del autocar y partimos rumbo a nuestro modesto albergue, para adecentarnos y disfrutar de nuestra última noche por tierras Bercianas.

Aseados, emperifollados y risueños, partimos del hotel para disfrutar con las típicas procesiones de Villafranca, tomar unos vinos y unas cañas en los bares del pueblo y despedirnos del lugar con una suculenta cena en un típico Mesón.

Casualidad o coincidencia, más de una veintena de sufridos Peregrinos GRManos acabamos cenando en el mismo establecimiento, sin ponernos de acuerdo. Es tal la camaradería en el grupo que… ¡No podemos vivir los unos sin los otros!

Durante la cena degustamos una deliciosa sangría y un buen vaso de tintorro. Sin embargo, la ingesta de alcohol, en lugar de afectarnos a nosotros, afecta al torpe Mesonero, y éste, atolondrado, baña al señor Jordi con el líquido sobrante de otras mesas. ¡Si las miradas mataran el mesonero habría quedado fulminado al instante! ¡Suerte que Don Jordi había olvidado en Terrassa su kid de maquillaje!



  1. El regreso a casa. (Jueves 02 de abril de 2015.) 

 Tras el pertinente y copioso desayuno colocamos nuestro equipaje en el autocar y partimos, de buena mañana, rumbo a León. ¡Se acabó lo que se daba!


Los más previsores y previsoras ya llevan preparado el yantar para el largo viaje de regreso a casa que nos espera. Otros, menos espabilados, vamos con las manos vacías en espera de poder comprar algo apetitoso en el bar del tren.

Mientras esperamos en el hall de la estación, Paco Ortega y Pepe desparecen de nuestra vista con destino a las calles colindantes de la estación Ferroviaria. Media hora después reaparecen cargados con bolsas de pan, chorizo, queso y cervezas.¡Eso son amigos y lo demás tonterías!

El viaje en el tren resulta pesado pero tranquilo y sin incidentes. Además, para nuestra suerte, esta vez nos ha tocado compartir departamento con un grupo de revoltosos infantes aspirantes a futbolista. Por si acaso, nadie osa sacar la baraja y tentar de nuevo a la suerte con el bullicioso juego de naipes.

Al anochecer llegamos a Sans sin ningún contratiempo, pero justo de tiempo para enlazar con el tren que parte rumbo a Terrassa.

La mayoría de nosotros no sabemos qué hacer ante la máquina expendedora  para sacar nuestros respectivos billetes. Así que una vez aprendido el truco me veo en la obligación de sacar más de una decena de billetes  y casi me me quedo el último y pierdo el tren que debería llevarme a casa.

Tal es mi ofuscación por no perder el dichoso tren, que al aparecer el primer convoy, por la vía donde estamos amontonados, sin dudarlo, salto felinamente hacia su interior arrastrando en mi huida a Jordi. Éste, inocente él, se fía de mi instinto y sube tras de mí sin pestañear, ajeno a mi error. Suerte que Maribel se percata de mi alocada maniobra y me informa de que el tren al cual hemos subido tiene por destino Blanes. Inmediatamente recojo mis pertenencias y, justo en el último momento, mientras las puertas comenzaban a cerrarse, consigo apearme del tren y librarme de terminar en el poblado costero… pero sobre todo, me libro de tener que explicarle a mi mujer que me hallo desgraciadamente en Blanes, por error, y no por otra circunstancia de difícil explicación.

Fotos Antonio

Fotos Rafael

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