Vilanova de Sau – Santuari
del Puig de l’Agulla
Transcurrido casi un mes desde que finiquitáramos el enriquecedor Camino de
Santiago, retomamos de nuevo las viejas costumbres y nos rencontramos, una vez
más, para disfrutar de otra maravillosa etapa por la Cataluña interior. ¡Este asombroso
GR2 es un auténtico y fascinante placer para los sentidos!
De inicio, partimos
todos juntos de Vilanova de Sau para abandonar el valle y regresar de nuevo al
altiplano, pero apenas dejamos atrás poblado el grupo se estira como una goma
de mascar y se convierte en una hilera interminable.
Nada más
penetrar en el bosque una prolongada cuesta nos obliga a realizar el primer
esfuerzo de la jornada. Los vigorosos deportistas acometen la dura subida a
toda pastilla y en un santiamén alcanzan la cumbre. Mientras, el grueso de los
caminantes nos lo tomamos con bastante más calma y necesitamos algo más de tiempo
para cubrir el riguroso trayecto. En los tramos más exigentes el esfuerzo nos
obliga caminar en fila y a guardar un infrecuente silencio. Por el contrario, cuando la subida se torna más liviana, retornan
las conversaciones aparcadas, regresan las carcajadas y se escucha algún que
otro malévolo chiste. En uno de los tramos menos severos, Maribel y Mª Morales
debaten sobre sus innatas dotes para el apalabrado y discrepan acaloradamente sobre
cuál de ellas dos es mejor competidora. ¡Yo, por si acaso, me mantengo al
margen y sin tomar partido!
Después de un
par de kilómetros de penitencia hacia las alturas alcanzamos la planicie. Allí,
junto al camino, en un claro del bosque, nos aguardan descansados nuestros
predecesores, impacientes y ansiosos por reemprender de nuevo la marcha. Sin
embargo, ante la propuesta de reagrupación lanzada por los más razonables, se
impone la cordura y permanecen en el lugar hasta la llegada de la mayoría de
los rezagados. Todos, menos José Antoni y Pilar, que se han visto obligados a tomárselo
con calma, al sufrir ella una traicionera “pájara”.
Viendo que
se retrasa la llegada de los achacosos, el comandante Pepe se ofrece a esperarlos
y nos conmina a los demás a seguir avanzando hasta localizar un espacio soleado,
y con buenas vistas, donde poder desayunar placenteramente.
De repente,
como si hubiera reventado la compuerta de un pantano, el alocado personal de
lanza a una carrera desbocada por el camino. ¡No tenemos remedio!
Tras
descartar algunas zonas, por húmedas o umbrías, localizamos una pequeña planicie,
despejada y soleada, que nos ofrece una fantástica panorámica del lugar. Curiosamente,
el paradisíaco lugar es conocido por algunos veteranos, GRManos, pues en él se
detuvieron, también, hace décadas, a reponer fuerzas.
Acomodados
en el promontorio, y mientras disfrutamos de las maravillosas vistas que els
Cingles de Vilanova nos ofrecen, vamos devorando nuestro piscolabis y vaciando de
contenido las embreadas botas de vino. A los postres, a fin de aligerar el
trabajo a nuestros abotagados estómagos, agregamos toda clase de azúcares y suplementos
alimenticios; regamos convenientemente la pócima con unos tragos del exquisito
té de Cati y el señor Castillo; y añadimos un sorbito del aromático café de
Carlos. Finalmente, procedemos a la desinfección del sumiso aparato digestivo,
complementando la ingesta con un chupito del ardiente orujo venido de Galicia y
unas leves gotitas del abrasador vodka ruso de Antonio Gil.
Concluido el
tentempié, redondos e hinchados como globos de aire, levamos ancla y nos
acomodamos en nuestros respectivos grupos: Los del A, alocados, veloces y esparcidos,
con destino al Puig de l’agulla, final de la etapa; y los del B, agrupados, parsimoniosos y relajados, rumbo
a Sant Julià de Vilatorta.
A la altura
de kilómetro cinco aproximadamente, uno de los conocedores de la zona nos
invita a abandonar la ruta principal para desviarnos hacia un abrupto acantilado.
La improvisada excursión fuera de ruta resulta ser un inesperado y verdadero encanto.
Un imponente observatorio natural enclavado en lo alto de unas rocas graníticas
nos ofrece la oportunidad de disfrutar de la espectacular panorámica del valle
de Sau con las Guilleries al fondo. (Cuenta
la tradición que el citado mirador fue lugar de asiduas visitas, esporádico refugio
y fuente de constante inspiración para el bardo Mosen Cinto Verdaguer. Y que en
el silencio de aquel idílico paraje, el inmortal rimador compuso un poema de
juventud dedicado a la Nina del Cingle y cierta prosa que evocaba una leyenda
del lugar).
Saciada la
curiosidad y henchidos de gozo los sentidos con la preciosidad de las vistas
robadas, regresamos de nuevo al camino abandonado para continuar con la etapa.
Nos topamos entonces con la aparición de nuestros alegres compañeros del grupo
B y les animamos a que se desvíen de la ruta, visten el altozano, y se recreen,
ellos también, con las hermosísimas vistas que el mirador ofrece.
Nada más retomar
la senda abandonada, el grupo A se rompe y queda partido en varios grupos que
transitan por separado, y a ritmos desiguales, hasta alcanzar las primeras
casas de Sant Julià de Valltorta. Punto y final para los del grupo B.
Gracias a la
generosidad de Ginés, me acompaña mi mágica vara anti lluvia (que ha viajado en
el maletero de su coche desde tierras Celtas hasta Catalunya) dispuesta a
espantar cualquier atisbo de tormenta. El palitroque, fiel servidor, cumple
perfectamente con su función y nos regala otra placida jornada de sol.
Las lluvias
de los últimos días y el despertar de la primavera nos permiten poder disfrutar
de la belleza de los campos floridos; de la frondosidad de los renacidos
árboles; del vergel de las hojas; de los animales con sus crías recién llegadas
al mundo; y del trino de las revoloteadoras aves en búsqueda de apareamiento.
Pasado el
mediodía, los diseminados del grupo A volvemos a reencontrarnos a la entrada de
Sant Julià y, una vez reagrupados, nos adentrarnos en el poblado callejeando de
aquí para allá hasta alcanzar el parque de las Peonzas. En este lugar de ocio y
esparcimiento, según fuentes bien informadas, hace ya varias décadas, y en sus
años mozos, algunos/as miembros de GRManía dedicaron múltiples fines de semana
a concienzudas deliberaciones, sesudos debates y acaloradas discusiones verbales
sobre diversos temas de interés filosófico. Sin embargo, como nuestra habitual
filosofía se sustenta en el principio de: ¡Ande yo caliente y ríase la gente!,
pasamos de largo y descartamos cualquier tipo de reflexión metafísica que
requiera el más mínimo esfuerzo mental. Conocedores, además, de que la Filosofía
ha desaparecido de nuestro infumable currículum estudiantil, y conscientes a la
vez, de que nuestro Aristóteles particular está retirado de la docencia, aparcamos
“sine die” las teorías de Sócrates, los designios de Platón, o los teoremas de Tales
de Mileto, y ponemos rumbo al Puig de l’Agulla para encomendar nuestras descarriadas
almas a Santo Tomás.
A pesar de
que no es demasiada la distancia que nos separa de la meta, la subida se me hace
más larga y pesada de lo que imaginaba. Ya sea por el sofocante y bochornoso
calor, por la pegajosa humedad, o porque no me encuentro en plena forma, la
cuestión es que el tramo final parece no acabarse nunca.
A mitad de
la subida al santuario, de improviso, un traicionero apretón intestinal me
obliga a detener la marcha. Sin tiempo que perder, me despojo de mi raída mochila
y mi prodigiosa vara de lluvia, y las abandono a la vera del camino, junto a unos
hierbajos, para desaparecer a la carrera entre la intimidad de los protectores matorrales.
Paco Victoria, que me acompaña en el caminar, se percata de mi repentino proceder
y se ofrece voluntario a custodiarme la vara para evitar que algún desaprensivo
la haga desaparecer. Incauto de mí, luego de agradecerle su afable y generoso ofrecimiento,
rechazo erróneamente su razonable propuesta. Lógicamente, cuando abandono mi
salvador escondite y regreso a la senda para recuperar mis preciadas pertenencias,
la tentadora vara se ha esfumado. ¡Quién será el bandido que se ha apropiado de
mi tesoro?
Para no
quedarme descolgado del pelotón, emprendo una frenética carrera hacia adelante hasta
dar alcance a mis compañeros de aventura. Poco a poco voy adelantando a los que
transitan en la cola del pelotón y, al pasar junto a ellos, los voy escrutando minuciosamente
para desenmascarar al vil ladronzuelo.
Para
sorpresa mía, observo incrédulo que la vara viaja a manos de Montse Carné. ¡Muchos
eran los candidatos a cleptómano pero jamás me hubiera imaginado que fuera ella!
Al llegar a su altura me detengo disimuladamente, me acomodo a su caminar, e
intento descifrar el porqué de su innoble proceder. La conversación se
desarrolla de manera amena y distendida pero no avanza en el sentido que yo
desearía. Entonces, como quien no quiera la cosa, le comento lo feo que se está
poniendo el día. Aunque lo que en realidad pretendo es hacerla entender es que
el empeoramiento del tiempo se debe a su incapacidad para hacer un buen uso de
la vara. Al momento, y sin hacer mención del objeto que nos enfrenta, me entrega
amablemente el fetiche y desmonta por completo mi malévola teoría. Su cordial y
natural proceder me hace pensar de inmediato
que no ha sido ella la causante del hurto. ¡Algún desalmado se ha
apoderado de la vara y la ha utilizado a ella como chivo expiatorio! No hay
duda de que el desaprensivo que ha realizado la patraña le ha querido cargar el
muerto a una inocente. ¡De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos me
guardo yo!
Aclarado el
entuerto recupero mi ritmo de marcha y observo que voy inmerso en un nutrido
grupo de valientes, andarinas y habladoras féminas. Solo entre tanta moza, en
el trayecto final hasta llegar al santuario, me mantengo atento a sus sabias conversaciones
y permanezco con la boca cerrada para no meter la pata.
De pronto, a
la salida del bosque, nos tropezamos con una carreta asfaltada y un edifico de
dimensiones considerables. Al principio, al no ver a nadie por los alrededores,
dudamos de si aquel es el lugar donde finaliza nuestro recorrido, pero poco
después oímos las voces de nuestros compañeros y salimos de dudas.
Una vez alcanzada
la meta los participantes nos acomodamos en el comedor del establecimiento para
proceder a la comida de turno. Algún que otro despistado, que ha olvidado su
manduca en casa, se ve obligado a recurrir a las viandas que ofrece la carta
del restaurante. ¡Bien pintan las butifarras! ¡Qué suerte la suya!
El lugar escogido
para la ocasión es íntimo y acogedor, y nos permite realizar las actividades
programadas para celebrar la diada de Sant Jordi con total libertad. Sin
embargo el servicio es lentísimo y la mayoría de nosotros comemos a secas.
Tras la
comida, (como siempre acompañada a los postres, chocolates, dulces, pastas y
todo tipo de alimentos calóricos) degustamos una deliciosa copa de cava, a
cargo de GRManía, como homenaje a la efemérides cultural que ese día
celebramos. Posteriormente, procedemos al sorteo de los números que nos
permiten escoger un libro, según nuestra buena o no tan buena suerte, de entre los
portados para la efeméride, y que, silenciosos, permanecen expuestos en una de
las mesas del local, a modo de improvisado mostrador, aguardando dueño.
Como colofón
al acto, Jaume ameniza el momento con un precioso cuento que nos deja a todos
embelesados. Y, Pedro nos regala otra de sus maravillosas rimas versadas dedicada a las andanzas acaecidas en el
pasado Camino de Santiago.
De regreso a casa, la vara pierde sus poderes o nos abandona a nuestra
suerte, pues un generoso chaparrón nos acompaña mientras circulamos por la
autopista.
¡Menos mal que vamos todos cobijados en la comodidad del moderno” autocar!
Restaurant
de Puiglagulla
Blog de
GRManía:
Santuari del
Puig de l’Agulla (Osona)
Sábado, 23 de
abril de 2016.
No me ha quedado claro quién fue el ladronzuelo de la vara. Menudo desalmado.
ResponderEliminarExcelente crónica. Como siempre!
Para algunos no hará quedado claro, pero para "otro" está más claro que el agua jajajajaja
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