domingo, 21 de agosto de 2016

A mi amigo Javier!

A mi amigo Javier!

Hola todos y a todas.

Siento no poder desearos los “buenos días” pues, para los que aquí estamos, tengo por seguro que hoy no lo son.

Con permiso de la familia, a la cual expreso mi más sincero pésame, quisiera dedicar unas palabras a Javier, a quien, desgraciadamente, hoy decimos adiós.

 No hablaré de sus virtudes pues de nada sirve ya. Tampoco de sus defectos ya que sería un cobarde. Hablaré de mi amigo Javier, al cual conocí hace casi 50 años, y que hoy, desgraciadamente, nos deja para siempre. 

Yo había llegado a Hoyos del Espino, un pueblo totalmente desconocido para mí, en septiembre de 1965, junto a mi numerosa familia; y en la escuela del pueblo conocía a mis nuevos amigos: Luis, Roberto, Pepito, Alonso, Javier (mi vecino y también finado) a su hermano Ángel, a Miguel Ángel y otros más que me perdonarán su olvido y … ¡a JAVIER! ¡El niño que no sabía pronunciar la R!

También a las niñas de mi edad, pero como por aquella época íbamos segregados a la escuela y vivíamos en mundos diferentes, a duras penas si recuero alguno de sus nombres.¡ Perdonad mi olvido y mi afrenta!

No me preguntéis porqué, pero desde el primer momento en que conocí a Javier, el hijo del cartero, algo especial me unió a él.

Durante los años de mi feliz estancia en Hoyos del Espino, Javier fue mi cicerón, mi guía por el pueblo, mi guardián, mi compañero de aventuras y desventuras, el hombro al que arrimarme… mi amigo del alma.

A lo largo de aquellos cinco maravillosos años fuimos inseparables.

Desgraciadamente, en septiembre de 1970 el destino nos separó enviándonos a estudiar a lugares muy distantes (yo ingresé en el Diocesano de Ávila y él partió a un internado en Valencia). ¡Cómo añoré su ausencia durante todos aquellos meses escolares!
A partir de entonces, nuestros encuentros se limitaron a los periodos vacacionales. Aquellos cortos, pero dulces e intensos momentos de compartir vivencias, sellaron definitivamente nuestra amistad.

Finalmente en 1973 emigré a Cataluña y perdí su rastro durante varios años.

Volví varias veces en verano a Hoyos del Espino, pero desgraciadamente no conseguí contactar con él.

Para mi ventura, recuperé su rastro uno de aquellos días que, al regresar de Gredos, volví al pueblo de visita y la diosa fortuna hizo que se cruzaran nuestros caminos. ¡Aún recuerdo el abrazo en que nos fundimos!

Desde entonces, fuimos cultivando, esporádicamente bien es cierto, nuestra amistad, hasta que el verano pasado vine en su búsqueda para entregarle un regalo: Un ejemplar de mi libro, uno de cuyos capítulos estaba dedicado a él, por ser uno de mis dos amigos mejores de la infancia. Aquella tarde de sobremesa compartimos recuerdos del pasado y elaboramos planes de futuro. Al despedirnos, quedamos para sentarnos, de nuevo en el Drakar, este fatídico verano del 2016 y seguir intercambiando experiencias.

¿Quién imaginaba que este encuentro jamás llegaría a producirse?

Desgraciadamente, hoy, en lugar de venir a ese ansiado encuentro, he venido a despedirme de ti. Todo lo que estoy contando ahora ya te lo dije a ti, pero en tu último adiós, quiero recordártelo y pedirte que me guardes un lugar a tu lado para cuando a mí me toque la vez.

¡Hasta siempre amigo! 

A MI AMIGO JAVIER

¿Recuerdas compañero
cuando éramos dos críos
y soñábamos juntos
dibujando el futuro?

¿Cuando salíamos, libres,
ya hiciera sol o frío,
a vagar por las calles
de Hoyos del Espino?

Aquellos días gloriosos.
De risas y desvarío.
De niñez revoltosa.
De juegos divertidos.

De intercambiar secretos.
De hablarnos al oído.
De saltarnos las normas.
De intentar lo prohibido.

De carreras al viento
con el simple objetivo
de vivir al momento
la dicha de ser niño.

Apenas si fue un lustro
de convivir contigo,
pero me cautivaste,
Javier, mi fiel amigo.

Hoy todo lo soñado,
lo andado y lo vivido
se visten de lamento,
de dolor, de quejido.

¿Qué funesta desgracia
se encaprichó contigo,
rasgando la esperanza
sin darte ni un respiro?

¿Quién forjó la guadaña
de sanguinario filo,
y la blandió con saña
segando tu camino?

Como lobo enjaulado.
De dolor consumido.
La ilusión cercenada.
y el corazón partido.

Ocultando, celoso,
tu orgullo malherido,
encaraste la trocha
del lóbrego destino.
                
Cuando llegó la noche,
preñada con el frío,
emprendiste la senda
por el bosque sombrío.

Hoy lloramos tu ausencia
Desgarrados, hundidos.
Ajados cual flor muerta.
Yermos como baldíos.

Sin embargo, cartero,
aunque ya te hayas ido.
Tu recuerdo a mi pena
viajará siempre unido.

Nunca olvidaré, amigo.
Que tú fuiste mi faro.
Que me diste la mano.
Que danzaste conmigo.

Que apretaste mis hombros.
Que me abriste caminos.
Que compartimos penas.
Que fuimos… ¡Dos amigos!

Allá donde descanses,
extintos tus latidos.
Donde tú estés, Javier.
¡Siempre serás mi amigo!

Descansa en paz Javier!

Hoyos del Espino (Ávila), Jueves, 19 de agosto de 2016. 

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