Se acabó la
fiesta y volvemos a la cruda realidad. Apenas treinta caminantes apuntados en
la primera etapa del 2018. Podríamos achacarlo a que la jornada discurre por
zonas boscosas y son escasas las posibilidades de adaptar el recorrido a
conveniencia. Pero la realidad es más simple. Todos sabemos que en Solsona no
hay efemérides que celebrar; que no nos recibirá el Sr. Obispo; que no hay recital
literario en perspectiva, y, mucho menos, comilona a la vista. En definitiva,
que la jornada es para caminar, y no... ¡para comer y cantar!
Para
sorpresa general, el vehículo, que nos dejará en la ermita de Madrona, es el
adecuado para la ocasión: pequeñito y coquetón. Ideal para no encallar en las ceñidas
y enrevesadas carreteras secundarias del interior. Además, presenta la novedad de
que, por primera vez en mucho tiempo, al volante del mismo se sienta una bella dama.
La fémina, rubia y de buen ver, parece simpática y solícita.
Sin
embargo, hay un aspecto que comparte con todos sus queridos compañeros de profesión -da
igual si son hombres o mujeres-. Todos poseen la habilidad de escoger siempre
el camino más largo. ¡Suerte que viajamos con el precio pactado de antemano, y que
pagamos por trayecto, y no por kilometraje! Son tantas las vueltas que damos
para alcanzar los destinos que, si cotizáramos por kilómetros recorridos, nuestras
arcas tendrían más telarañas que un pajar abandonado.
La ruta
automovilística nos hace recorrer las comarcas del Vallés Occidental, el Baix
Llobregat, el Anoia, la Segarra y la Noguera, hasta alcanzar el Solsonés. Allí,
en la riera de Madrona, abandonamos la calidez del autocar y ponemos pie en
tierra para iniciar el recorrido de la jornada.
El
contraste entre la temperatura del habitáculo y la del exterior es evidente. El
paisaje tirita bajo la generosa helada y a cada expiración nuestra le sucede una
blanquecina nube de vaho que se desvanece en el aire. Sin dilación, combatimos
el frío matinal cubriéndonos con nuestras chaquetas, gorros, guantes, buffs…
De
salida, descartamos el camino en ascenso, que conduce a la ermita, de Madrona (¡la plegaria para los pecadores!)
y acortamos por la carretera comarcal.
Recién
iniciada la marcha nos estiramos como una goma de mascar. Pero, para sorpresa
general, a la cabeza del pelotón no transitan los de velicistas de siempre, sino simples
mortales. ¿Qué harán en la retaguardia los habituales corredores?
Mientras
acometemos una de las varias subidas de la jornada, divisamos, a la derecha de
la carretera, un corral habitado por media docena de rumiantes. La mayoría de ellos
permanecen a cubierto bajo un rústico techado de uralita, para guarecerse de la
helada, y se alimentan del pienso que llena los pesebres. Solo una solitaria
vaca: esquelética, peluda, sucia, y con claros signos de debilidad, se desplaza, cojeando, desde la
gélida intemperie hasta desguarecido cobertizo, para reunirse con sus compañeras e intentar probar el alimento compartido.
La mayor
parte de la etapa discurre por una zona de barrancos: la riera de Madrona, los
barrancos de San Tirs, el Pinell, Gaspar, de Ribalta y Rassa del Masnou. El
ondulado trazado serpentea, en un constante sube y baja, por entre campos de labranza,
masías y ermitas aisladas; zonas de matorral y superficies boscosas. Estas
últimas pobladas por encinas, chaparros, robles y pinos.
En
nuestro avance, vamos alternando zonas de asfalto (hasta San Tirs), con pistas forestales, caminos, sendas y trochas curtidos
por la helada.
La ausencia
de transitadas vías automovilísticas nos permite disfrutar de un acogedor silencio
durante toda la jornada. La quietud que se ve alterada, solo, por nuestros
gritos, las risotadas y las consabidas llamadas a través del Walkie.
A
primera hora de la mañana, y tras alcanzar una loma, los de la retaguardia
divisan un ciervo ramoneando en un espacio abierto, en la hondonada del barranco
del Pinell. El animal salvaje se desplaza tranquilamente, ajeno a nuestra
presencia, y seguro de que la distancia que nos separa, la mantiene a salvo de nuestra
curiosidad.
El
hambre aprieta, el personal comienza a impacientarse y nos reagrupamos para localizar
un espacio donde detenernos a desayunar. Descartamos una explanada que se abre al lado del camino por no reunir los requisitos
indispensables. La zona se encuentra en plena umbría y el suelo cubierto por la helada. Además, está delimitada por dos porterías de fútbol,
y ocupada por grandes alpacas de paja, que, a modo de cilíndricos jugadores, amenazan con
echar a rodar tras la pelota, si alguien hace sonar el silbato.
Junto al sendero que disecciona el bosque de Pinell, descubrimos “La Fossa
del camí dels Casals”. En ella destaca una Cista neolítica datada del 3000 aC.
Excavada en 1986, la tumba presenta forma de caja y conserva dos de las losas
laterales, la de cierre frontal y la de cobertura.
Tras
contemplar el antiguo monumento megalítico funerario, retomamos la marcha, no sea que
aparezca el morador de la posada y nos dé un susto de muerte.
Hacia
las diez de la mañana nos topamos con una masía abandonada, en cuyos aledaños
se alza un cobertizo en estado ruinoso. Frente a las edificaciones se extiende
un vasta explanada que en sus días de gloria debió ser la era. Esta se
encuentra rodeada por un muro de piedras, erigido con el fin de allanar el
terreno.
A la
hora del desayuno repetimos todo nuestro ritual: demasiada la comida, bastante
el vino, excesivos los complementos y alocada la inagotable verborrea.
Con el
estómago, repleto reanudamos la marcha para transitar por la Serra de San Tirs,
acogedora y solitaria, como buena parte del recorrido de la jornada.
Como
viene siendo habitual, tras saciar el apetito, perdemos las formas y cada cual
se las apaña como puede. Alternamos el asfalto con los caminos de tierra, y nos
hacemos acompañar por aquellos que avanzan a nuestro ritmo.
Una vez hemos
dejado a los compañeros del grupo B, a buen recaudo, en Viladric, descendemos
hasta la reseca cuenca del barranco de Gaspar.
A lo
largo de la jornada vamos pasando por varias zonas embriagadas de un perfume
nada seductor. ¡No seáis mal pensados! No hace falta descubrir al humanoide
expendedor de tales fragancias, pues durante el trayecto nos hemos ido topando
con vacas, un ciervo, cerdos, dos caballos y…borricos de dos patas..
En las proximidades
de Clarà, Ana, Paco Ortega y yo acometemos la última subida y nos olvidamos de
Pep Ferrer. En un gesto de lealtad y camaradería le dejamos atrás para evitar
que sufra con nuestro vertiginoso ritmo. ¡Qué detalle!
En la
cima, Ana y yo nos detenemos, para desprendernos de nuestros abrigos, y cuando
el amigo Ferrer está a punto de llegar a nuestra altura, reiniciamos la marcha,
¡vaya a ser que nos de alcance! ¡Consideración ante todo!
Como el
señor Ortega tampoco se ha apiadado de nosotros dos, decidimos tentar a la
suerte. Nos dejamos guiar por el GPS y nos aventuramos por un atajo que nos
permite acortar un buen trecho del camino. Al recuperar de nuevo la senda
correcta, nos hallamos muy por delante del amigo Paco y con el otro amigo, el
pobre Ferrer, pedido en lontananza.
De
manera un tanto absurda, el trayecto final, que marca Track, nos obliga a acometer
la subida hasta el Castellvell, para acto seguido, descender nuevamente a la
planicie en búsqueda de la mística Solsona. ¡Qué subida más inútil! ¡Con lo
bien que hubiéramos ido por el barranco de Ribalta!
Una vez
alcanzada la ciudad episcopal, localizamos el Bar del Casal de Joventut. La
invasión repentina del local, por parte del sudoroso grupode charlatanes, pilla de
sorpresa a dueña y dependienta. De inicio, casi nos niegan el acceso al recuinto, pero tras
reflexionar, permiten que nos acomodemos en sus dependencias. Eso sí, nos sugieren
que para la próxima ocasión les avisemos con la suficiente antelación. ¡Qué ilusas!
¡Es la enésima vez que visitamos su establecimeinto y aún se encomiendan a nuestra supuesta formalidad!
Tras recolocar
mesas y sillas, a nuestra conveniencia, reponemos las pocas calorías perdidas
en la batalla. Entre bocado y bocado, vamos picoteando del chorizo casero que
Mª Ángeles ha traído para celebrar su aniversario. ¡Viva el 58!
Nuestro insaciable
apetito nos “obliga” a devorar el chorizo leonés y las deliciosas galletas
caseras portadas por Angelines. Para postre, además, nos atiborramos con los
ricos bombones que Carmen Nieto ha traído para celebrar el nacimiento de su
segundo nieto. ¡Larga vida al infante, a la abuela y a GRmanía!
Casal de Solsona:
Paseo Pare Claret, 0 S/N,
25280 Solsona, Lérida
973 48 08 11
Blog de GRManía:
Solsona
Sábado, 13 de enero 2018.
Excelente! Como siempre. Me ha gustado el complemento fotográfico en la narración.
ResponderEliminarGracias, compañero.
ResponderEliminar¡Es mi pequeño homenaje a vuestro arte con cámara fotográfica!