Gemelos:
El valor de la igualdad.
Beatriz y Jesús eran dos hermanos
gemelos nacidos a principios de los años 70. Ella siempre había sido una niña
fuerte y sana, mientras que él había estado a punto de dejar este mundo,
durante su primer año de vida, varias veces. Aquella circunstancia había hecho
que toda la familia volcara sus atenciones hacia el pequeño y Beatriz no era
ajena a ello.
Al cumplir los 6 años comenzaron a ir a
la escuela ellos solos, pues vivían muy cerca del colegio. Una mañana, jugando
en el patio, a la hora del recreo, Jesús sufrió una leve torcedura de tobillo y
comenzó a cojear. Al finalizar las clases, Beatriz se ofreció a llevarle la
cartera a su hermano y este vio el cielo abierto. Ella cargó con los dos bultos
hasta la puerta de su casa.
Al día siguiente partieron del hogar
cada uno con sus pertenencias pero a mitad del camino Jesús se quejó de dolor y
Beatriz volvió a hacerse cargo de los libros de su hermano. Lo que debía ser
una ayuda temporal se convirtió en algo habitual, pues el niño aprovechaba la
bondad de su hermana para encasquetarla el peso día tras día.
Una tarde de diciembre, a la salida de
clase, se entretuvieron con los amigos jugando en la calle y cuando se
quisieron dar cuenta estaba anocheciendo. Beatriz le hizo saber a Jesús que era
muy tarde y que debían marcharse, pero él no quiso abandonar el juego y se negó
a obedecerla. Ella, cansada de esperar, cogió su cartera y puso rumbo a su
casa, mientras él seguía dándole patadas al balón. Al cabo de un rato, sin
despedirse de sus amigos, Jesús abandonó el partido y salió corriendo con
intención de atrapar a su hermana antes de que esta entrara en casa. Comenzó a
llamarla a gritos para que le esperara, pero la niña ya había doblado la
esquina y no escuchó los gritos. Al verla llegar sola, su madre le preguntó por
su hermano y esta le explicó lo sucedido. Cuando la adulta se disponía a salir
en busca del pequeño, la puerta de la calle se abrió de par en par y la
diminuta figura Jesús chocó contra las piernas de su madre. Tras una buena
regañina, la madre se encaminó a la cocina mientras decía:
―¿Tenéis deberes? Sacad los cuadernos
de la cartera mientras os preparo la merienda.
Los dos niños clavaron la vista en el
lugar donde solían dejar sus pertenencias y, sin necesidad de decirse nada,
descubrieron que allí solo había una cartera.
Jesús, desconcertado, le preguntó a su
hermana en voz baja:
―¿Y mi cartera? ¿Dónde la has puesto?
―Tú sabrás. Yo solo he traído la mía
―contestó ella.
―Eres tonta ―la insultó él―. ¿Por qué
no me la has traído? ―exigió con aires de superioridad.
Cabreado, Jesús le dio un empujón a
Beatriz. Esta perdió el equilibrio y tiró una silla al suelo. Segundos después
comenzaron a pelearse. La madre, al escuchar el ruido, salió de la cocina y vio
el forcejeo. Nada más separarlos, y sin meditar sobre lo que iba a decir, el
niño culpó a su hermana de haberse olvidado la cartera en la calle.
―¿Cómo que se ha olvidado «TU» cartera
en la calle? ―se extrañó la madre, alternando la mirada de uno a otro de sus
hijos.
Entonces Beatriz le explicó a su madre
que desde el accidente de Jesús en el patio del colegio, ella le llevaba y le
traía la cartera, de casa a la escuela y de la escuela a casa, todos los días.
―¡Pero tú eres tonta, chiquilla!
―exclamó la madre, con cara de estupefacción, al percatarse de lo que venía
aconteciendo.
Contrariada, la adulta los hizo
sentarse en una silla y les explicó cómo funcionaban las cosas en aquella casa.
Allí las personas eran todas iguales; estaban para ayudarse; colaboraban entre
ellos pero sin servilismo; compartían; agradecían los favores pero nunca los
exigían. Hombres y mujeres valían lo mismo.
―Tú quédate aquí, merendando ―se
dirigió a Beatriz― que él y yo iremos a buscar «SU» cartera ―clavó los ojos en
Jesús―. Y que sea la última vez que uno de los dos hace de criado del otro.
¿Entendido? —y con firmeza dictó sentencia―. Pues entonces, considero justo que
si ella ―y señaló a Beatriz― te ha llevado y traído la cartera durante 15 días,
en los próximos 15, te toque a ti ―miró a su hijo― devolverle el favor.
¡Marchando!
Terrassa, 08 de marzo de 2020.
©Moisés González Muñoz
Buen cuento, Moisés. Atrae desde el principio. Identificas con claridad y síntesis a los personajes, muestras un conflicto claro, una acción eficaz frente al mismo y un desenlace coherente que contiene, además, una lección se vida. Enhorabuena. Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Alejandro. Aún debo aprender mucho de mi amigo y maestro.
EliminarMuy buena moraleja 😍
ResponderEliminarMuchas gracias. Sin duda sirvió de punto de partida.
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