Por desgracia, prendarse de la escritura y cortejarla con pasión no
siempre conduce al altar. Una cosa es amar y otra ser correspondido. Por ello,
hay autores que creen que escribir es como entregarse a una ninfa despechada
que no siempre recompensa al enamorado. Visto así, es factible pensar que escribir
sea lo más sencillo (otra cosa es hacerlo bien), pues, publicar, con una
editorial seria, se ha convertido en una odisea (se impone la autoedición) y vender
muchos libros, se antoja una utopía (¡Gloria a los elegidos!). Nada nuevo bajo
el sol, si tenemos en cuenta el reguero de «fracasados»
que ha ido dejando la literatura a lo largo de su historia. No hace falta alejarse
mucho, aunque si hacerlo en el tiempo, para descubrir que el ingenioso Miguel
de Cervantes Saavedra, el autor de la obra más importante de la literatura
castellana, nunca vio recompensado su esfuerzo y apenas si recibió regalías por
su obra, pues esta fue pirateada en su primera edición. Si cruzamos el charco,
veremos que Edgar Allan Poe, el maestro del terror, fue el precursor de una
generación donde se veía al escritor como alguien pobre. Tildado de charlatán,
borracho, embustero, mediocre y plagiario, vivió sin conocer el éxito y,
desamparado, su fallecimiento sigue siendo un misterio. Si hablamos de
escritoras, observaremos que Emily Dickinson creó cientos de poemas durante su
vida, pero no logró superar la pobreza y murió en la indigencia porque la
mayoría de sus parientes y amigos perecieron antes que ella. A esta lista
podríamos añadir a los «pobres»: Franz Kafka (La Metamorfosis), Friedrich
Nietzesche (Así habló Zaratustra), Gérard de Nerval (Les Chimères) y otros pobres
«fracasados», maestros, hoy, en sus diferentes lenguas. Dejaremos para mejor ocasión
a los represaliados.
Condenado.
Viendo a tan ilustres personajes «fracasar» en su empeño como
escritores, tengo claro que la posibilidad de que el éxito llame a mi puerta, es
inversamente proporcional al hecho de que yo ingrese en del círculo de los perturbados,
mediocres y charlatanes. Consciente de mi descalabro, deberé olvidarme de los
plagios, porque, si escribo para mis nietas, Lucía y Carla, eso sería uno de
los peores legados que yo les podría dejar; también procuraré huir de los
borrachos, pues si ya desvarío bastante estando sobrio, imaginaos lo que haría
si por mis venas corriera el alcohol; además, esperaré sentado a que esta
pandemia, que en sus días negros me impidió hasta leer, esta vez sí, pase de
largo por mi puerta y no me arrastre al infierno de los pobres (¡de la
economía, eh!). Condenado, sin
remedio, al acervo de los insustanciales, doy por sentado que jamás gozaré del
éxito de Óscar Wilde, y no me refiero a su vida sexual (que respeto pero no
comparto), ni a su adicción al alcohol, sino a la fama que, él sí, alcanzó en
su época, y a las buenas sumas de dinero que recibió por su trabajo. Aunque, como
tan pronto soy el Doctor Jekyll como Mr. Hyde, no niego que sería un placer poder
imitar a quien tuvo un estilo de vida tan errático, malgastó su dinero en una
existencia libre de ataduras, fue encarcelado y consumió los últimos días de su
existencia vagando por las calles de París mendigando dinero entre sus amigos. Lo
que sí tengo claro (¡o tal vez no!) es que no imitaré a Sócrates, que murió
pobre por voluntad propia, y cuyo interés se centraba en enseñar a los jóvenes,
sin recibir pagos. ¡El altruismo para J. Patterson!
Línea imaginaria.
Ignorando a todos estos «fracasados», que no pudieron o no supieron
disfrutar del éxito que merecían en su momento, yo me considero un individuo
con suerte. «Soy un pobre fracasado». Tal vez, porque la gloria o el infierno se
pueden cuantificar de tantas maneras como formas de ver el mundo hay entre las
personas y la mía, es muy particular. Si, para unos, la distancia entre ambos
conceptos es infinita y, para otros, conviven separados por una línea imaginaria, para mí, solo pende
del sentido común. Y como soy un experto en ocultar la verdad, os diré que he
realizado un minucioso estudio del que se desprenden jugosas conclusiones (yo
también cocino las encuestas como el CIS y las afeito como los medios), por tal
motivo, «puedo prometer y prometo» (¡vuelve, Adolfo!) que algunas editoriales creen
que la mayoría de nosotros estamos destinados a ingresar en el «Club de los fracasados»,
pues ni les hemos hecho de oro a ellas, ni hemos salido de «pobres», nosotros. También
he recabado la opinión de varios autores (¡otra patraña!) y la cuestión se ha
complicado más aún, pues somos tantos, y algunos tan especiales, que me ha sido
imposible obtener nada en limpio. Al final, y para no mentir por boca de nadie,
he llegado a la conclusión de que todo depende de las expectativas de cada uno,
y las mías son básicas. Es decir, que me limito a mantener los pies en el suelo
y a ser realista para no conquistar el…¡fracaso!
El éxito.
Si tenemos en cuenta que en los últimos años se publican en España una
media de 100.000 libros, es fácil entender que para alimentar el ego de tanto autor
(geniales e infumables), proliferen la autopublicación, la autoedición, la
coedición, las editoriales trampa (esas que obligan a adquirir elevado número
de ejemplares) y, por suerte, las editoriales de verdad. Pero, como la realidad
dice que la promoción de un libro es muy costosa y solo está al alcance de unos
cuantos, (muchos por méritos propios y otros porque el que tiene padrino se
bautiza), aquel autor que consigue dar con una editorial que apueste por él, es
como si hubiera sido agraciado con el Gordo de la lotería. Visto lo cual,
amigos, y ante circunstancias tan adversas, estoy convencido de que conviene valorar
el «fracaso» de ver publicadas nuestras obras (sea de la forma que sea). Por
eso, compañeros de letras, yo procuro que mis obras lleguen alos lectores
(fuera el miedo a las presentaciones), me apunto a un bombardeo (ferias,
encuentros literarios, entrevistas, mesas, congresos); disfruto con las críticas
buenas (que me reconfortan el alma) e intento digerir las malas (pues me ayudan
a corregir mis errores); y opino que, si tantos genios triunfaron en la
pobreza, haber llegado hasta aquí es un éxito.
Entre tanto ¿y por qué no?, seguiré echando borrones, con la esperanza de que,
si aprendo a escribir de verdad, algún día me inviten a un trago en el Club de
los fracasados.
Soñando.
Mientras sigo soñando que
soy «un pobre fracasado», disfruto
del privilegio de ver mis publicaciones; agradezco la llamada del miembro de un
jurado para hablar de mi libro; me emociono al ver que los míos se alegran de
mi fracaso; me alegro de que los libros me hayan permitido reencontrarme con
antiguos amigos y profesores; me ruborizo si recibo llamadas telefónicas o correos
de quienes han leído mis obras y contactan conmigo; me emociono al cruzar la
mirada con Lucía (Carla aun es muy pequeña) cuando habla de «nuestro» cuento;
me enorgullezco de que en los pueblos donde discurrió mi infancia me traten con
tanto cariño cuando vuelvo a ellos; me siento un privilegiado por haber
conocido a gente con la que jamás imaginé coincidir; tengo el honor de
compartir mi afición con grandes escritores y mejores compañeros de «La sombra
del Ciprés» y de La Asociación Nacional de Escritores Amateur y...
…y dicho lo cual, me gustaría saber quién ha sido el que me ha puesto
orujo en la copa del agua, sabiendo que tengo prohibido el alcohol. Solo así
entenderéis que todo esto no han sido sino un cúmulo de alucinaciones
producidas por el coma etílico, pues, en realidad, lo que yo anhelo de verdad es
dejar la bebida y, al recuperar la sobriedad, ver cumplidas las palabras de
Antonio Garrido, Linares. Premio Fernando Lara 2015:
«El éxito es vender millones de
libros; miente el escritor que diga lo contrario».
© Moisés González Muñoz.
Ávila, 02 de junio de 2020.
https://www.tribunaavila.com/blogs/la-sombra-del-cipres/posts/el-club-de-los-fracasados
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