miércoles, 8 de mayo de 2024

Abuelo porque fui nieto

 Abuelo porque fui nieto

De niño, flaco e inquieto.

De pueblo, que no paleto.
Y como fui un feliz nieto
a mis abuelos… respeto.

Recordando su viaje
daré luz a aquel paraje
con algún que otro pasaje,
¡a su huella, mi homenaje!

Siempre vivos en mi mente.
Gente sencilla y valiente.
Por ellos tengo presente…
que a mis nietas, su simiente.

Deogracias era forzudo,
alto, alegre, testarudo,
incansable, corajudo,
educado y muy agudo.

Criaba hermosos conejos
que al verme, ya fuera lejos,
desoían mis consejos
y se metían tras los tejos.

Era el amo de un rebaño,
de cuya lana hacían paño,
con un pastor arto extraño
que bebía agua del caño.

Galopaba como un rayo
en su rocín color bayo
y se cubría con un sayo
hasta bien entrado mayo.

Cuidaba sus siete vacas,
unas gordas y otras flacas,
y cargaba con las sacas
con maña y sin alharacas.

Con él me iba yo a la era,
a la huerta o la pradera
poniéndonos por montera
cualquier trabajo que fuera.

María, inquieta y callada.
Austera, siempre atareada.
Seria, beata y recatada,
sufría por cualquier bobada.

Media vida en la cocina
su pitanza era divina
y combatía la rutina
al rescoldo de la encina.

Cebaba puercos glotones
que comían como leones
y a dos cerdas con lechones
que darían ricos jamones.

Solía rezar el rosario,
por las tardes, a diario,
con un libro centenario
que dejaba en el armario.

Visitaba el gallinero
con paso firme y ligero,
advirtiendo al gallo fiero:
¡quieto que vas al puchero!

Las manos siempre dispuestas.
Las puertas abiertas, prestas.
Comulgaba por las fiestas
detrás de las peripuestas.

De Valentín, mi otro abuelo,
solo me queda el consuelo
de que allá arriba en el cielo
reine el calor y no el hielo.

La otra abuela que tenía
andaba algo delicada
y en la silla se encogía
o se quedaba encamada.

Eutimia, en su ultramarinos,
vendía productos muy finos:
atún y arenques marinos,
gaseosa, arroces, vinos.

Ya fuera con frío o viento,
cogía el ganchillo del cesto
y con destreza y arresto
hacía tapetes a ciento.

De luto, vestía toquillas,
los pies en las zapatillas,
modelaba albondiguillas
y deliciosas rosquillas.

De todos guardo consejos,
no por ser lejanos, viejos:
sus caricias, sus abrazos,
besos de amor, sus regazos.

Hace décadas se fueron
como avecillas, volando.
¡Cuánta sapiencia dejaron
que yo sigo recordando!

Corrían tiempos de pesetas,
de vidas que me marcaron.
¿Sabré darles yo a mis nietas
lo que ellos me legaron?

Si ser nieto es una barca
de la cual fui marinero;
ser abuelo es como un arca
donde guardo con esmero…

Dos estrellas que venero
con amor puro y sincero.
Lucía y Carla, tanto os quiero,
¡que sin vuestros besos... muero!


Moisés González Muñoz.
Ávila, 23 de abril de 2024.



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