Gato de pueblo
Cuando
yo aún era un pazguato
mi abuelo rescató un gato
que maullaba todo el rato
y te arañaba el zapato.
Minino
de fea pelambre,
descarnado cual alambre,
decidió matar el hambre
con leche, pan y fiambre.
Como
seguía tan delgado
recibía el mejor bocado
y al verse tan bien tratado
se creyó un gato mimado.
Su
tarea eran los ratones,
mas él no entraba en razones;
siempre ocioso, entre fogones,
su vicio eran los tazones.
Hasta
que un día al anciano,
harto del ocioso ufano,
lo agarró con firme mano
y lo exilio, por villano.
Lo
encerró en la casa vieja
y hablándole en una oreja
le dijo: ¡No quiero queja,
caza y te abro la reja!
A
mediados de semana,
una fresquita mañana,
mi abuelo, por la ventana,
vio al gato cazar con gana.
Sabedor que ejercería
su oficio con maestría,
antes de acabar el día
lo fue a rescatar mi tía.
Acurrucado
en un paño
se hizo dueño del escaño,
roncando junto al de antaño
las frías noches del año.
Apostado en los rincones,
del sobrado y los salones,
acechaba a los ratones
sin tomarse vacaciones.
Un glacial día de enero
madrugó como el primero
y con rictus lastimero…
dijo adiós junto al puchero.
© Moisés G. M. 21/05/24
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