De Bruguers a El Garraf
Era mediados de octubre.
Se presagiaba buen día.
Viejos de anciana costumbre.
Un tropel de algarabía.
Sucedió que veinte andantes,
miembros de GRmanía,
nos presentamos radiantes
a rondar en compañía.
En la lista, cuatro gatos,
—y varios de ellos noveles—
con botas, que no zapatos,
relucientes cual pinceles.
Un conductor sonriente
los buenos días nos daba
sin saber, pobre inocente,
lo que luego le esperaba.
En apenas diez minutos
la tropa quedó embarcada:
en la vanguardia los cautos,
al fondo…, gente exaltada.
Circulando sin demora
el sueño íbamos venciendo
mientras florecía la aurora,
con la noche ya muriendo.
Cual jóvenes en pandilla
soñábamos un buen día,
mas corría una comidilla:
¡Nos da que falta algún guía!
Todo era paz y armonía
de camino hasta Gavá
en busca de Ana María
que esperando estaba allá.
Fue al salir de la autovía
cuando la suerte viró:
el señor que conducía
de ruta se equivocó.
Con el pasaje enfrascado
en arduas conversaciones
todo se dio por sentado
y apenas hubo objeciones.
Solo las de un camorrista
que alzó la voz vacilando:
—¿Dónde está la excursionista
a la que estamos buscando?
Entonces se oyó un murmullo
y alguien soltó una bobada.
—¡Calla y no hagas el capullo—
le dijo el de su bancada!
Del murmullo a los bufidos,
pues nadie entendía un carajo.
—¿Qué hacemos aquí perdidos
calle arriba, calle abajo?
Tras más de treinta minutos
—hartos ya de tanta ronda—
surgieron los exabruptos:
—¡No, por Dios, otra rotonda!
—¡Esta es ya la quinta vuelta
que damos a la manzana
o acertamos con la puerta
o se nos va la mañana!
Por suerte se hizo el milagro,
descubrimos la salida,
y al polígono macabro
le dimos la despedida.
Mientras el reloj corría
y el chófer callejeaba
la moza no aparecía
y el enredo se enredaba.
—¿Qué tal si nos detenemos?
—surgió una voz de la nada—.
Tal vez así encontraremos
a la mocita extraviada.
Luego de un nuevo rodeo,
por arteria transitada,
alguien dijo: —¡Ya la veo!,
¡está en aquella parada!
Ya en Bruguers, la comitiva,
por fin comenzó la etapa.
Yo me olvidé la comida.
Paquita casi derrapa.
Ella que avanzaba airosa
por una inhóspita acera,
dio un traspiés, ¡maldita losa!
y acabó en una zarcera.
Por suerte la rescatamos
en perfectas condiciones.
¡Vaya mañana llevamos
con tamañas emociones!
Un grupito descarriado
partió, raudo, por su cuenta,
hasta que el guía, cabreado,
les hizo darse la vuelta.
Aunque se había comentado
que el perfil era en descenso,
yo exclame desencantado:
¡Qué bajada, si es ascenso!
De pronto la fortaleza
d'Emprunyà ante nuestros ojos:
castillo, ermita, maleza
y una valla hecha despojos.
No hay que ser gran adivino
para hablar del desayuno.
Frutos secos, pastas, vino…
todo enfocado al... «ayuno»..
El trayecto no era largo
ni tampoco peligroso.
menos un sendero amargo,
con mal firme, pedregoso.
Bordeando el mediodía
al Puig de Agulles llegamos.
Sus vistas, ¡qué melodía!
con las cámaras plasmamos.
Montserrat lucía al oeste
y al este un mar reluciente.
Bajo un cielo azul celeste
al norte el Montseny, se siente.
A un ritmo descompasado
la serpiente fue avanzando.
Los de delante alocados
y los de atrás… rezongando.
Un otoño desatado,
de chaparrones constantes,
el campo había perfumado
como solía ocurrir antes.
Entre arbustos y matojos,
ora senda ora camino,
avanzábamos cual cojos
a un ritmo lento, cansino.
Un sol templado fluía
y con las nubes jugaba.
Pepe Hervás no aparecía
Pepe Hervás no aparecía
y el grupo se impacientaba.
Coll Sostrell y La Morella;
Avenc Llambrics, Pla del Querol.
Puig d’en Vinylas y a La Pleta
Pedrera, Celler Güell y sol.
Con demora relevante
cruzamos por fin la meta.
¿Habrá en Garraf Restaurante
que de birra a tanto jeta?
Al final de una avenida
el Bar Antonio se emplaza
y el camarero, «un suicida»,
nos conduce a la terraza.
Mas la dueña del negocio
deja mudo a su empleado:
—¡Este no es lugar de ocio
para quien se trae el bocado!
Ipso facto lo entendemos
y en tropel nos levantamos.
Nuestra pitanza cogemos
y a la arrogante plantamos.
Con el bocata en la mano,
cabreados y sedientos,
latas nos vende un fulano
que tampoco ofrece asientos.
Mientras se acerca una ola
que la arena engulle, quieta,
yo voy repitiendo: ¡Hola!
¿Cuántos «pa» la lumineta?
Acabada la aventura
al redil todos volvemos.
El sol de la tarde apura.
cuando al fin nos recogemos.
Terrassa, sábado, 20 de octubre de 2024.
© Moisés González Muñoz.