GR2 - Etapa 3 (24-11-2015)
Lladó . Besalú.
Tercera etapa de este GR3. Con el otoño en
plena efervescencia nos dirigimos hacia Lladó para continuar con nuestras
aventuras por tierras Gironinas.
¡Jolín que lejos estamos de casa! Nos
pasamos más tiempo en el autocar que andando. Un autocar que por cierto deja
algo que desear, pues a sus muchos años añade una estrechez en sus asientos que
te obliga a viajar con las piernas encogidas durante todo el trayecto.
El día ha amanecido gris y las previsiones
meteorológicas anuncian lluvia para el mediodía. Los más cautos de nosotros
venimos bien preparados para combatir el anunciado chaparrón, pero otros y
otras, menos previsores/as, (¡pobres infelices!) han olvidado por completo sus
prendas protectoras.
A medida que nos acercamos a Lladó los
agoreros y sus nuevas tecnologías nos informan de que el radar atmosférico
localiza las tormentas justamente por los lugares que hoy vamos a recorrer.
Esperemos que los augurios de los dichosos aparatejos tengan la misma
fiabilidad que la de aquel antiguo hombre del tiempo televisivo (Mariano
Medina) que perdió su bigote en una apuesta sobre lo que con seguridad iba a
ocurrir con la climatología y jamás sucedió.
Por primera vez en mucho tiempo nuestro
reportero Rafael viaja solo. La noche anterior, María, ¡Su esposa, no la
Virgen! Se fue de pendoneo y al llegar a horas intempestivas se ha borrado de
la etapa dejándolo totalmente desamparado. El pobre hombre, dubitativo, accede
al autocar con cara descompuesta, aturdido y
demacrado. Como alma en pena, se apoltrona en su asiento trasero,
silencioso y compungido. Sus colegas de atrás intentamos animarle explicándole
las múltiples ventajas de viajar sin ataduras, ¡libre cual buey suelto! Mas él,
roto, angustiado y cariacontecido hace caso omiso a nuestras muestras de cariño
y se abandona al reparador sueño. ¡Quién lo diría! ¡Él que siempre había parecido
un hombretón!
Hacia las nueve alcanzamos Lladó sin
contratiempos y la localidad nos recibe con una inmensa estelada pintada en la
pared de una fábrica de las afueras.
Tras acomodar convenientemente nuestras
pertinencias: mochilas, prendas y vituallas; ingerir fruta fresca, algunos
frutos secos, galletas, barritas
energéticas y otros complementos alimenticios, iniciamos la marcha en
dirección a Besalú.
Ya sea por los negros nubarrones que
cubren el firmamento, por la luz grisácea que entela el otoñal paisaje, por la
humedad de la mañana que todo empapa, o simplemente porque es nuestro sino, hoy
batimos el record de incompetencia y nos perdemos por entre las solitarias
calles del pequeño pueblo del Alto Ampurdà. Apenas si hemos recorrido 100
metros y ya nos vemos obligados a reorientarnos para tomar el rumbo correcto.
La mayoría decide dar marcha atrás, volver al punto de partida y desde allí reiniciar
el recorrido. Otros, más espabilados, atajamos por una callejuela perpendicular
a la nuestra y 25 metros después recuperamos la senda extraviada. ¡Para qué
demonios tanto GPS si no les hacemos ni p… caso!
Tras el rodeo, que precede a la pertinente
reagrupación, abandonos el poblado y realizamos la primera parte del recorrido
juntos y en compacta armonía. Mientras avanzamos por un amplio camino vecinal,
a las afueras del núcleo urbano, vamos dejando a nuestro lado diversas edificaciones
dedicadas al engorde de ganado porcino. De las citadas naves ganaderas emana un
tufillo bastante desagradable a purín que nos invita a aligerar la marcha. Un
poco más adelante, tras alcanzar las primeras estribaciones del bosque
adormecido, en una especie de cercado vallado con postes de madera y alambres,
localizamos un dormidero al aire libre acondicionado para las vacas que pastan
por el monte. De nuevo, el sutil efluvio
perfumado de las deposiciones de las reses se apodera del ambiente y nos da la
bienvenida. Yo, como buen pueblerino que distingue a la perfección las
diferentes gamas olfativas de los animales domésticos: vacas, caballos, cerdos,
gallinas…, procedo a la comparación de ambos perfumes y gracias mi experta
pituitaria llego a la conclusión de qué como el apestoso olor a cerdo de cuatro
patas… ¡Ninguno!
A medida que nos adentramos en el bosque
observamos que la ansiada, pero a la vez escasa, lluvia de las últimas jornadas
ha humedecido los campos de labranza y los cereales recién brotados muestras el
verdor de sus jóvenes tallos.
Hacia las 10:30 de la mañana, a poco de
dejar atrás Sant Martí Sasserres, se alzan las voces de los primeros GRManos
hambrientos y la cabecilla de la marcha debe esmerarse en localizar un sitio donde
detenernos y proceder al desayuno. Mientras caminamos animadamente por la
solitaria carretera GIP 5237 vamos escudriñando los lugares cercanos a la citada vía
automovilística para localizar una explanada que nos permita reagruparnos y
degustar nuestros bocatas. De improviso, unas leves gotas de lluvia hacen acto
de presencia ensombreciendo nuestro semblante. Algunos GRManos opinan que la
mejor manera de librarnos del repentino aguacero es seguir caminando. Otros,
por contra, consideran que es preferible detenerse ahora y dejar que las nubes
sigan su curso, pues parecen avanzar por delante y en la misma dirección que
nosotros. Finalmente decidimos acogernos a la segunda opción, nos acomodamos en
un recodo de la carretera y, para dicha nuestra, esquivamos la molesta llovizna
mientras reponemos fuerzas.
Acabado el tentempié reiniciamos de nuevo
la marcha. Abandonamos la carretera y
por una estrecha verada nos acomodamos en el seno de nuestros
respectivos grupos. El grupo A con destino a la ya cercana Beuda, y el grupo B con
el objetivo de alcanzar el punto final del trayecto, Besalú. Poco a poco los
negros nubarrones van siendo sustituidos por un inmaculado cielo azul y un sol
radiante se apodera de las alturas y nos acompaña durante un buen trecho.
Poco antes de alcanzar Beuda debemos
desviarnos a la izquierda de la carreta y
adentrarnos por una senda medio camuflada, sin embargo, la cabecera del
grupo A pasa de largo, se salta el desvío y todos les seguimos como aborregados
corderos hasta que Don Josep Ferrer da la voz de alarma. Entonces, al percatarnos del imperdonab
error, debemos desandar nuestros pasos para recuperar el rumbo perdido.
Rafael, que sigue cabizbajo y contrito,
viaja al final del pelotón fotografiando el idílico paisaje. Viendo su
melancólico estado y sus absoluto ensimismamiento, el noble Ginés ralentiza su
marcha y con disimulo espera la llegada del ausente, a fin de acompañarlo en su
mustio transitar hasta el final de la etapa. Sin embargo, al concentrar todos
sus esfuerzos en aliviar las penas del pesaroso, el benefactor acompañante no
repara en el cruce del camino por el cual deben desviarse y de no ser por la
generosidad y la pericia de Pitu y de un servidor, la pareja de andarines se
hubiera equivocado de ruta. Son necesarios, por tanto, cuatro gritos
desgarradores para hacerlos partícipes de su error y que entren en vereda.
De nuevo en la carretera, bajo un cielo
completamente despejado, nos dirigimos a Beuda, mientras a nuestra derecha, en
las alturas de la sierra, allá en la lejanía,
observamos el Santuario de la Mare de Déu del Mont. Desde nuestra
perspectiva, el paradisíaco emplazamiento del lugar parece idílico e invita a
la reflexión, sin embargo nosotros hoy, sempiternos e incorregibles pecadores, no
estamos para superfluas meditaciones y sin dudarlo un solo instante declinamos acometer
la exigente subida. ¡Ya limpiaremos nuestras impenitentes almas otro día!
Hacia las 13:30 del mediodía, y mientras
nos aproximamos al final de la etapa por entre la espesura del bosque, el cielo
se vuelve a encapotar. Comienzan entonces a caer finas gotas de agua que nos
obligan enfundarnos nuestros ponchos, los chubasqueros y otras prendas específicas
que nos protegen del agua.
Tras una media hora de remojón remite el
temporal y avistamos Besalú. Aunque en línea recta nos hallamos a escasos cien
metros del poblado, para acceder al mismo necesitamos salvar el escollo de la
carreta y nos vemos obligados a dar un leve rodeo, caminar por debajo de un
majestuoso puente de hormigón y enfilar
por una estrecha senda que tras cruzar el seco cauce de un pequeño
arroyo nos sitúa ante las primeras casas de la afamada y medieval Besalú.
Recorremos las antiguas calles del centro,
totalmente engalanadas de esteladas, y nos dirigimos hacia el monumental puente
de los judíos que salva el río Fluvía.
La majestuosidad del citado puente nos
permite rememorar la historia de tiempos pasados cuando dicha edificación
sirvió como barrera inquebrantable para el enclaustramiento de los judíos de la
época, a modo de campo de concentración, dentro del casco urbano, aislándolos
del exterior, impidiendo el abastecimiento de los allí confinados y
condenándolos a la muerte.
Alrededor de las 14 horas todos hemos
alcanzado los objetivos y acomodados en un Bar próximo al puente, que han
localizado nuestros eficientes compañeros/as
del grupo B, nos disponemos a dar buena cuenta de la comida.
Como es habitual e incuestionable (¡sino
no seríamos GRManía!) corre la rubia y espumosa cerveza, por entre los
sudorosos caminantes, como si de agua bendita se tratara. Y fieles a nuestra
idiosincrasia, devoramos los alimentos caseros con fruición, entre gritos
alocados, sonrisas desencajadas y escandalosa algarabía.
Cuando se acerca la hora de los postres,
Chary y el que escribe deleitamos a los golosos y tragones caminantes de GRManía
con un nutrido surtido de bombones, en agradecimiento por las ¿sinceres? felicitaciones
de éstos hace unas fechas, con motivo de la reciente celebración de nuestro aniversario
de nacimiento.
Acabado el opíparo y ruidoso ágape, los
recaudadores de impuestos montamos nuestro particular Mercadillo Persa. Pepe
Hervás y Ginés proceden al cobro de la habitual cuota para sufragar los gastos
de desplazamiento y consumiciones varias. Un servidor se dedica a asaltar el
bolsillo de los agarrados compañeros/as que pretender ser agraciados con la
soñada panera de la lumineta sin soltar un mísero Euro. Paco Ortega, a su vez,
se parapeta en un rincón del establecimiento público, alejado del mundanal
tropel, cargado con incontables participaciones de engañosa lotería de Navidad.
Y digo engañosa, pues…¡A mí jamás no me toca!
Cosa poco habitual, entre los presentes
hoy se nota un cierto nerviosismo y varios son los que hacen hincapié en poner
de inmediato rumbo al hogar. Al parecer a media tarde se celebra un partido de futbol
entre los máximos rivales y muchos son los que no quieren perderse el señalado
evento deportivo. Hubo un tiempo en que el fútbol me interesaba bastante más,
pero ahora, ¡desconozco el motivo! ¿O no? jeje, no siento la misma pasión por
ver a 22 tipos en pantalón corto corriendo tras una pelota. ¡Aunque, tal vez si
ganaran los míos volvería el interés! Jajaja.
PD. En cuanto a lo de Rafael, parece ser que nuestrra compañía, el precioso paisaje, la comilona, la cerveza, los bombones y nuestros cuantiosos mimos le hicieron olvidar sus penas y regresó a casa fresco como una lechuga y lozano como un churumbel.
Fotos Rafael:
Fotos varios autores:
GR2 - Etapa 2 (24-10-2015)
Boadella d’Empordà - Lladó.
Segunda etapa de este GR2. Primera sin nuestro amigo Fidel.
La de hoy es una jornada de contrastes.
Por una parte, la mayoría de nosotros necesitamos reencontrarnos con nuestros compañeros para compartir
el amargo duelo, mientras que por otra, nadie desea que llegue el fatídico momento,
pues uno de los nuestros ya no volverá a ser de la partida. Y aunque nuestra frágil
memoria jamás olvidará su recuerdo, él, físicamente ya no caminará más junto a
nosotros.
Entre la oscuridad y el silencio, la
parada de la Avenida Abad Marcet se va poblando de GRManos con el alma
encogida. Allí, con serenidad y una entereza digna de encomio, nuestro amigo
Paco aguanta el chaparrón de las condolencias y casi es él quien debe darnos
ánimos a los demás. ¡Admiro tu ejemplo y tu increíble valentía, amigo Paco!
Concluidos los saludos y las sentidas muestras
de dolor, resignados a las irreparables circunstancias, con el alma encogida,
tristes y apenados por lo irreparable, nos embarcamos en el autocar y ocupamos nuestros habituales
asientos.
Después de más de un año de separación hoy hemos
recuperado de nuevo a nuestro querido conductor, Francisco, y eso supone un momento de alegría para muchos de nosotros.
De camino a la segunda parada voy pensando
si aquello no será sino una pesadilla y en breve todo volverá a la normalidad.
Mas al llegar a la Bóbila, y cuando el pasaje concluye el embarque, mi supuesto
sueño de desvanece y me topo con la perversa y cruda realidad. Estamos casi
todos. La mayoría de los asientos han sido ocupados por sus inquilinos. Sin
embargo, una plaza, permanece vacía. ¡No estás tú, compañero! Y aunque tu sonrisa,
tu humor, tu alma y tu esencia, viajan con todos nosotros, nos falta tu cuerpo
amigo Fidel.
Entre los afligidos caminantes, además de Paco, hoy
contamos con la inigualable compañía de los hijos del finado: Laura y Daniel, y
dos de los amigos de éstos.
¡Me conmueve vuestra integridad, Paco,
Laura y Daniel, por no dilatar más el duro encuentro y por enfrentaros al
angustioso mal trago a la primera! Me rindo a vuestra gallardía por
demostrarnos a los demás que la vida sigue y que hay mirar para adelante,
aunque el corazón a veces nos pida abandonarlo todo y tirar la toalla. ¡Yo en
vuestro caso no sé si habría podido!
A medida que avanzamos por la autopista, la
mañana se despereza y el día abandona su oscuro lecho para regresar a la luz.
Al alcanzar la comarca del Gironès, la niebla comienza a tamizar el paisaje con su manto
gris. ¡Tal vez solo venga a recordarnos que hoy es un día triste y que ni el
sol se atreve con las tinieblas!
Próximos a nuestro destino, Francisco, el chófer
retornado, abandona la autopista y se adentra por carreteras secundarias. Guiado
por el GPS y con la intención de alcanzar Boadella cuanto antes, escoge aquella ruta alternativa. Sin embargo, la tecnología nos
juega una mala pasada y casi nos quedamos encallados en un estrecho puente del
angosto río Muga. Finalmente, la pericia y el buen hacer del experto piloto nos saca del
imprevisto apuro.
Finalizado el trayecto en el autocar, en la explanada de Boadella, recordamos
levemente al ausente y acordamos transitar en pelotón para homenajear a nuestro
amigo y plantar unos tulipanes, adquiridos por Cesca, en memoria de Fidel, el esposo, padre, hermano y amigo.
La etapa discurre sin contratiempos de relevancia pero cargada de tristeza y conforme
avanza la misma vamos sembrando los diversos bulbos a la vera del camino. Cada
nueva plantación se convierte en un emotivo instante de recogimiento y dolor
para todos nosotros. Los que son capaces de aguantar el tipo dedican unas sentidas
palabras en honor a nuestro amigo. Otros, simplemente callamos, tragamos saliva,
hacemos de tripas corazón y procuramos no derrumbarnos. En una de esas paradas,
Pedro nos emociona con sus emotivos versos en memoria del finado. Al tiempo, nuestros dos
inigualables reporteros fotográficos, Rafael y Antonio, van inmortalizando
momentos y lugares para ubicarlos correctamente en el mapa.
A mitad de la jornada, la herramienta con
la cual hemos ido cavando los hoyos para la plantación de los bulbos sufre los envites de
los rudos sembradores y su mango se parte en dos, junto a la base. Suerte que algún avispado
agricultor realiza una reparación de urgencia y el imprescindible utensilio
aguanta hasta el final de la jornada.
A la hora del desayuno abandonamos
momentáneamente nuestra ruta y nos desviamos en dirección al Santuari de la
Mare de Déu de la Salut de Terrades. Allí, acomodados en las mesas del
paradisíaco merendero al aire libre, reponemos fuerzas dando buena cuenta de los víveres y las bebidas transportadas desde casa en
nuestras respectivas mochilas.
Conforme avanza la mañana el sol hace acto de
presencia y con sus tibios rayos otoñales acompaña el deambular de los silenciosos caminantes. Las
conversaciones de hoy no invitan a las banalidades y los rostros de los
andantes se muestran contraídos.
El paisaje, antaño exuberante, refleja la sequía de la estación y
los regueros, sedientos y yermos, añoran
el agua que rellene sus lechos y devuelva la vida a la naturaleza.
A ambos lados del camino, en el maltrecho
bosque, destacan entre la sequía y los efectos del incendio, cuantiosos madroños cargados de anaranjadas
bolitas comestibles (cireres de pastor). Uno, que es un insaciable glotón pueblerino, se
desavía de la ruta y hace buen acopio de los maduros frutos silvestres para ingerirlos
con deleite.
Al mediodía alcanzamos la meta, Lladó, y en una de las
solitarias calles exteriores del pueblo enterramos los últimos Tulipanes que Cesca nos proporcionó. ¡Esperemos que los
bulbos plantados enraícen bien para memoria y recuerdo de nuestro querido amigo!
Una vez reagrupados todos los caminantes, nos dirigimos al
Bar de la Piscina de Lladó y, en su terraza exterior, nos acomodamos en las
mesas y sillas para descansar, reponer líquidos y degustar la comida del
mediodía mientras intercambiamos opiniones.
Los últimos en llegar, como es lógico y normal, no
tenemos ninguna posibilidad de elegir sitio y debemos acomodarnos en los lugares
más alejados de la barra. Coincidimos por aquella zona, las mozas de oro (Ana,
Angelines, Carmen, Àngels, Núri i Paquita) y el escribano de pacotilla (un
servidor). Daba nuestra ubicación y lejanía de la barra del Bar, casi nos vemos en la necesidad de echar una
instancia para que nos sirvan las ansiadas bebidas. Sin embargo, el alcohol (vino y cerveza) no
tarda demasiado en hacer mella en nuestro organismo y la conversación se vuelve de lo
más culta, profunda y sumamente interesante.
Primero se desata un sesudo debate sobre si
la gaseosa contiene o no calorías. Pese a la reticencia de alguna de las tertulianas,
y tras arduas deliberaciones, coincidimos en que la burbujeante bebida
carbónica potencia las fétidas flatulencias intestinales, pero de calorías contiene más
bien pocas, por no decir ninguna.
A medida que vamos consumiendo nuestra particular pitanza devoramos, también, todo tipo de suplementos alimenticios (frutos secos, patatas
fritas, aceitunas y todo tipo de extras) que complementan nuestra generosa dieta calórica,
al tiempo que vamos tratando diversos temas de actualidad y conversamos sobre
asuntos de gran interés.
Ana, que al parecer tenía más hambre que el
resto de las apoltronadas en aquella zona, al terminar de ingerir su plato
principal, extrae un apetitoso plátano de su mochila. Lo coloca ante sus ojos, con
la punta hacia abajo, y se dispone a pelarlo con sumo cuidado, para proceder a
su ingesta. Generosa ella, nos invita a los allegados a compartir la citada
fruta amarilla, pero una de las osadas mozas allí presentes (obviaré el nombre
por respeto) le sugiera a Ana que coloque el plátano en una posición más firme
y altiva, pues desde aquella cabizbaja y mustia visión resulta poco atractivo y
no apetece demasiado ser compartido. Entonces Ana, contesta a su interlocutora que ella
coloca y pela la fruta alargada como le viene en ganas, y que si fuera otra
clase de plátano no lo compartiría con nadie y se lo comería ella solita.
Ante
respuesta tan contundente se produce un repentino
cambio de tercio y, sin saber cómo ni porqué, sustituimos el plátano por
el rabo
de toro. Paquita, Nuria y Àngels declaran no haber consumido jamás ese
alimento
y muestran reticencias sobre la calidad del mismo. Carmen y yo
afirmamos, con
conocimiento de causa pues ambos hemos degustado el plato de rabo de
toro (entiéndase
por rabo el apéndice con el cual el bovino espanta las moscas), que
resulta un guiso exquisito. Paquita, tozuda ella, ahonda en el tema y
muestra sus dudas
sobre nuestra capacidad para discernir si se trata de rabo de toro o de
vaca. Entonces,
los interpelados, a pesar de ser unos verdaderos expertos en la materia
admitimos que nuestra
sabiduría no llega a tal extremo y simplemente confiamos en el oficio y la profesionalidad
de los restauradores. ¡Qué más da si el rabo es de toro o vaca! Finalmente, viendo
cómo está el patio y al percatarme de que el desvarío de mis alocadas
compañeras amenaza con derivar la conversación hacia el mundo de las corridas,
doy por zanjado el tema con la siguiente afirmación: Yo soy de la opinión que donde
esté una buena corrida, se quiten el fútbol …. ¡y los toros!
Enfrascados en temas de tamaña profundidad la
conversación deriva hacia el mundo de los cosméticos. Sale entonces a coalición
la compra masiva de cremas embellecedoras de las últimas semanas en el LiDL
Angelines no comparte las bondades de los ungüentos del citado centro comercial
y afirma que a ella no le convencen demasiado. Según su opinión, prefiere adquirirlas en los centros
especializados, perfumerías o farmacias, aunque sean bastante más caras. Otras
sin embargo afirman estar muy satisfechas con la eficacia y el resultado de las citadas
cremas, más aun teniendo en cuenta la relación calidad-precio. Yo, que soy un
neófito en el tema, que tengo el rostro más duro que una piedra, y que no suelo
utilizar tales potingues, callo, escucho y me mantengo a la expectativa para no volver a meter la gamba.
Una vez consumida nuestra generosa manduca,
procedemos a dar buena cuenta de los ansiados postres Aparecen de inmediato y por
doquier, apetitosas frutas, crujientes galletas, delicioso chocolate y otros
dulces manjares. Llega, entonces, el momento de hacer caso, por fin, a los invisibles
compañeros que hoy he tenido a mi izquierda: Carlos, Fina, Antonio
y Maribel. Éstos, debido a la profundidad e intelectualidad de la amena conversación
mantenida durante el ágape con mis compañeras del Café Gijón, apenas si han
merecido mi atención. Sin embargo…¡Cómo voy a despreciar su generosa oferta de dulces
y chocolate negro?
Finalizada la comilona Cati se incorpora de
su asiento, se dirige al grupo, y en nombre de la familia de GRManía ofrece un brindis en memoria de nuestro
añorado Fidel. ¡Va por ti amigo!
De regreso, acomodados en el autocar, me tomo la
libertad de asaltar los bolsillos de mis comprensivos compañeros/as de fatigas y les invito
a reservar un par de números, por cabeza, para la Lumineta de Navidad, con los
cuales contribuiremos a reponer los raquíticos fondos de GRManía y podremos sufragar
los habituales gastos generados por la comida de fin de año en la etapa de diciembre de
2015.
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GR2 - Etapa 1 (26-09-2015)
La
Jonquera – Boadella d’Empordà.
¡HASTA
SIEMPRE FIDEL!
Con la pena embargando mis sentidos, emanando tristeza por todos los poros de la piel, mustio y desangelado como una flor abandonada a los rigores del tórrido desierto, y con el alma encogida por la tristeza de la irreparable pérdida de uno de los nuestros: un amigo, un compañero… un hermano; intento concentrarme, aclarar mis ideas y plasmar algo de lo acaecido en la primera etapa de este funesto GR2.
Me debato entre la duda de consagrarme única y exclusivamente al recuerdo
de quien nos ha dejado para siempre, el compañero Fidel, o hacer una breve
síntesis de lo acontecido antes de la desgracia. Finalmente acuerdo con mi otro
yo dedicarle un espacio a cada tema, aunque solamente uno sea el verdadero ¡Tu
ausencia, Fidel!
Casi hemos olvidado por completo la última caminata realizada a primeros de
mayo del 2015, pues la que debíamos acometer con posterioridad, aquel lejano 13
de Junio (cierre de la temporada 14-15) se fue al limbo por culpa de las
adversas condiciones climatológicas. Aunque, para no perder la costumbre,
sustituimos aquella remojada e inconclusa travesía por una singular visita
turística a las ruinas de Corbera d’Ebre, para después ¿cómo no? reponer
fuerzas y hacer "piña" en un Restaurante de Mora d’Ebre.
Tras 20 semanas de holgazaneo estival, nos reencontramos de nuevo, alegres
y jubilosos, para reanudar nuestra aventura por las sendas. Con las nacientes
luces de la mañana, del primer sábado otoñal, intercambiamos saludos, abrazos,
sonrisas y buenos deseos de cara a la temporada que estábamos a punto de
inaugurar. ¡Desventurados de nosotros!
La algarabía del reencuentro, con las amistades cultivadas a lo largo de
tantos años y tantos caminos, nos alegró el cuerpo y llenó el distendido
ambiente de camaradería y felicidad. Pobres infortunados de nosotros,
desconocíamos que ésta será la etapa más triste de nuestro longevo caminar en
el largo devenir de GRmanía. Una etapa que quedaría grabada sangre y fuego, que
marcaría un antes y un después, que desmembraría el grupo, que nos pondría ante
el trago más amargo de la vida y que trastocaría nuestra frágil existencia para
el resto de los días. ¡Te echaremos tanto de menos, compañero Fidel!
Era sábado, 26 de Septiembre de 2015, y viajábamos rumbo al norte, al
pirineo, frente a las puertas de la frontera francesa, para iniciar el GR2
que nos conducirá, en descenso por tierras del interior de Catalunya, desde La
Jonquera hasta Sant Llorenç Savall.
En el autocar, como suele ser habitual, los folloneros de la parte trasera
intercambiábamos opiniones sobre diversos temas de actualidad y, en día tan
señalado, ninguno de más rabiosa actualidad que las elecciones al Parlament de
Catalunya. Bien es cierto que nuestros pensamientos, subjetivos, hacían que
discrepáramos, que no coincidiéramos en algunos puntos de vista, y también, en
ocasiones, que nos acaloráramos de más de la cuenta en la defensa de nuestros
postulados, pero como en el fondo solo defendíamos opiniones personales, acabó
triunfando la cordura y el agua terminó llegando mansa al río. ¡Allí estabas
tú, Fidel, con tu particular forma de ver la vida, tu facilidad para entablar
conversación, tu eterna y generosa sonrisa, tu humor ingenioso y pegadizo, tu
optimismo desbordante, y tu convicción y esperanza ante el futuro que nos
quedaba por recorrer!
De ti, Fidel, envidiaba, además, el absoluto convencimiento con que nos
hacías partícipe de tus ideas, tu ironía sobre algunas cuestiones de la vida
cotidiana, esa fe ciega en las personas de bien, pero por encima de todo, tu
desmesurado y sincero optimismo sobre el cambio que nos esperaba.
Desgraciadamente, el cruel y fatídico destino no quiso darte la oportunidad de
poder vivir tu anhelado sueño. ¡Cuánto lo lamento, querido amigo! Lo importante
eras tú y no las circunstancias. Con tu marcha, Fidel, nos hemos quedado
huérfanos de tu amistad, tu talante y tu desbordante alegría. La sinrazón nos
ha robado tu aticismo, tu espontaneidad y tus maduradas reflexiones.
La jornada comenzó, como suele ser habitual en nosotros, con una pérdida
nada más iniciar la etapa, a la salida de la Jonquera. ¿Qué sería de GRmanía
sin las pérdidas? Sin embargo, estas pérdidas tan habituales no eran nada, simplemente
ligeros extravíos. Nada comparable a la inesperada, ilógica y aterradora
PÉRDIDA que se ocultaba tras la negra noche. La verdadera y dolorosa pérdida;
el camino que jamás recuperaremos; la senda que nunca quisimos abandonar; la de
tu fiel compañía, esa era la pérdida que no imaginábamos, Fidel! Con todo el dolor de
nuestro corazón, amigo, el destino destrozó para siempre el camino que
pretendíamos recorrer junto a ti. ¡En adelante, ya nada será igual! ¡Nos faltarás TÚ!
Al ser una etapa corta, de buena mañana alcanzamos l’Estrada, lugar
escogido para el desayuno. Como si la vida nos hubiera reservado un momento
para tu despedida, todos juntos (cosa no siempre habitual) degustamos manjares,
compartimos noticias, trasmitimos alegría, regalamos sonrisas y nos gastamos
bromas entre apetitosos dulces y generosos tragos de vino.
Plasmadas quedaron las duras las imágenes de la histórica y desgarradora
jornada que perdurarán en nuestras retinas para la eternidad. Angustia, pena y dolor
que torturará para siempre nuestro recuerdo.
Una, la del grupo de Grmanía en la plaza del pueblo, delante del portón de la iglesia
de Santa. María. Todos juntos, unidos, compactos, apiñados, felices y risueños por el
anhelado reencuentro con los viejos amigos de aventuras, tras las vacaciones veraniegas.
Otra, fatal e inesperada ¿quizás premonitoria? o simplemente tortuosa y
cruel, en la que cual aparecéis juntos los dos hermanos (vista a posteriori se
me encoge el alma). A tales instantáneas tendremos que aferrarnos en el futuro
próximo para retenerte y poder recordar tu jovial imagen, pues,
desgraciadamente, el tiempo entela el rostro de aquellos que quisimos y nos
costará horrores visionar nítidamente las caras de los que nos dejaron. (Más
de una vez, pobre de mí, he intentado recordar mentalmente las facciones de
aquellos seres queridos que se fueron de mi lado: mis padres, mis familiares o
mis amigos, y casi siempre me ha invadido la tristeza al percatarme de la
dificultad que dicho acto conlleva. He debido entonces agarrarme a las
instantáneas que guardo de ellos para poder devolverlos momentáneamente junto a mí. ¡Esos retratos
nos ayudarán, en adelante, a devolverte junto a nosotros cuando nuestra frágil
memoria pretenda sumergirte, desgraciadamente, en la penumbra y el olvido!
Al visionar con mis anegados ojos esa
imagen fraternal entre dos hermanos, que posiblemente la coincidencia,
simplemente el destino, o únicamente la suerte, puso ante los ojos de Rafael,
para que él la inmortalizara con su cámara, se me encoge el alma. Esa clara
expresión, alegre y generosa que transmite Fidel; ese sentido y fraternal
abrazo, verdadero, de hermano a hermano, que el finado le regala a su hermano
mayor; esa gratitud y admiración que delata la limpia mirada del ausente; esa
sensación de unión hasta la eternidad entre ambos; ese te ¡quiero hermano! sin
duda reflejado en la expresión corporal del que se fue, me dejan descompuesto.
Tengo la amarga sensación de que Fidel quiso inmortalizar el momento, que se
aferró a lo vivido para demostrarle a Francisco, que siempre estaría a su lado,
fuera cual fuese el lugar por donde transitaran.
Según fue avanzando la mañana el grupo de senderistas se fue estirando por las
sendas de la angosta campiña. Caminábamos en solitario, por parejas, o en
pequeños grupos, por lo que antaño fue un frondoso bosque (hoy calcinado por el
fuego) junto a los restos de la ennegrecida arboleda chamuscada por el
incendio. Un suelo maltratado por la sequía, sediento de agua, reseco,
abrasado, árido y polvoriento acogía nuestros cansinos pasos. En contraste con
la desolación, jóvenes árboles retoñaban otra vez y recuperaban de nuevo el
albor. Matorrales, arbustos y plantas regresaban otra vez de las tinieblas.
Ante nuestros ojos discurrían las contradicciones de la existencia cotidiana
(vida y muerte de la mano). ¡Qué no daríamos porque tú, amigo Fidel, también
fueras una de esas plantas que renacen a la luz y que pudieras regresar
de nuevo junto a todos nosotros!
A las puertas de Boadella sufrimos un nuevo extravío. Un cruce en la
carretera nos ofreció dos alternativas, y como suele ser habitual fuimos
incapaces de tomar todos el mismo sendero. Unos decidieron adentrase por el
camino interior que confluía con el río Muga y se presentaron en Boadella
haciendo su entrada por el lado Oeste. Otros, más tozudos, pusimos rumbo al
poblado por la carretera secundaria y nos vimos obligados a dar un buen rodeo,
antes de alcanzar el puente que salvaba el río Muga, y alcanzamos el pueblo por
su lado este. Junto a la arboleda que discurría paralela al silencioso
afluente, una bandada de perdigones huyó en estampida al percatarse de nuestra
ruidosa presencia. En las márgenes del
río, bien regadas, reverdecían las plantas y crecían los árboles. Y por el
manso y cristalino lecho se desplazan apaciblemente pequeños pececitos. ¡Así es
la vida! ¡Cúmulo de contrastes!
Una vez agrupados todos, localizamos un lugar paradisíaco donde comer. Un
solitario Bar situado en uno de los extremos de una hermosa pradera, emplazada
junto al cauce del río Muga, nos acogió
en su tranquilizador seno. Los árboles nos dieron cobijo con su alargada sombra
otoñal. El silencio y la paz nos acompañaron mientras comíamos y charlamos.
El idílico paraje nos permitió una deliciosa confraternización, aderezada
con profundas y amenas conversaciones sobre la actualidad, las pasadas
vacaciones de verano, los proyectos de futuro, y otras muchas
particularidades.
Finalizada la reparadora y plácida comida, recogimos los bártulos y pusimos
rumbo al autocar para desandar el camino hacia nuestro lugar de procedencia
¡Regresábamos al hogar! Felices por la feliz experiencia compartida, nos
acomodamos en el autocar, nos relajamos y echamos una cabezadita que enmascaba
nuestra imparable decadencia.
Al llegar a Terrassa, junto a la Bóbila Almirall, los que allí descendieron
se despidieron de los que debáimos continuar nuestro trayecto hasta el final.
¡Adiós Chavales! - Nos despidió
Fidel con su habitual sonrisa.
¿Quién iba a imaginar que éste sería tu último adiós?
Tu injustificable ausencia, Fidel, compañero, amigo, hermano, nos ha
pillado a todos a contrapié y nos ha dejado fríos e indefensos ¡El llanto de
Grmanía se ha extendido cruel e inmisericorde entre nosotros! ¡No quiero
imaginar cómo estarán tus seres queridos, aquellos que vivieron la vida junto a
ti!
¡Sin ti nada será igual! ¡Te echaremos tanto de menos, caminante!
¡HASTA
SIEMPRE FIDEL!
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